Por: Germán Luna Segura
Alan García inaugura un segundo periodo de gobierno, y lo hace en medio de una creciente expectativa popular que le da un sentido singular a este privilegio reservado a muy pocos políticos en la historia del Perú.
No creo sin embargo que su éxito se deba solo a los elementos propagandísticos de su campaña, ya que ello reduciría su discurso a una serie de frases y poses preelaboradas que le restarían, injustamente, contenido y veracidad al mensaje que llevó por todos los pueblos del Perú.
Y es que lo que le ha impedido a algunos ver la magnitud de la evolución política del hombre y del candidato ha sido, precisamente, ese innecesario enfrentamiento con visos personales que alentaros los “antis” en la campaña y que terminaron por perturbar lo que debió ser una natural confrontación de ideas y no esa especie de circo romano en el que la violencia y la mediocridad pretendían hacer de las suyas.
La propuesta del aprismo triunfó por que supo representar con mayor claridad la propuesta de cambio que la mayoría exigía ante la urgencia de dejar atrás los estragos de la miseria que hacía impostergable incluir una agenda social en la tarea política impuesta en el corto y mediano plazo.No hubo concesiones en la condena al modelo económico y menos a la aplicación de esos mecanismos criminales del “mercado libre” que alentó el liberalismo económico imponiendo un carácter mercantil e insensible a todos los actos del Estado que se olvidó de atender todo aquello que “no es un buen negocio para el capital privado”, es decir, la atención de la educación y la salud de los peruanos, en tanto por malbaratear sus bienes se llevó de encuentro a millones de compatriotas que perdieron sus empleos en el llamado proceso de la privatización, terminando, literalmente, en la calle.
Y es, en este contexto, la dinámica de la economía de los últimos años lo que terminó efectivamente excluyendo a los trabajadores y a los más pobres del proceso productivo ya que, como parte del sacrifico exigido, impusieron el “ahorro” despidiendo a trabadores y vulnerando las condiciones y beneficios laborales, impidiendo su organización sindical e imponiendo una lógica inmoral que sugería un “recorte permanente de los sobrecostos laborales” al que se le sumó el concepto de la llamada “flexibilización” de la legislación que en realidad, lo que permitió, fue el despido masivo de trabajadores, en tanto se extendía la mano de obra muy barata que, sumada a la falta de empleo por una inexistente oferta laboral, desde la otra orilla, los empresarios aplaudían sin inmutarse ya que, contra la propia lógica del sistema liberal que defendían, preferían mantener los privilegios o subsidios que le arrancaron al gobierno del general Velasco, en nombre de un nacionalismo al que se sumaron entusiastas y en cuya evocación el “empresariado nacional”, se ha visto beneficiado las últimas décadas.Lo que toca pues al gobierno que se inicia es resolver la vieja disyuntiva. O se gobierna desde el sistema para mejorar sus condiciones, administrando la crisis y aplacando sus consecuencias lo más que se pueda (conservadoramente), o, como es necesario, desde la opción de los más pobres, se respeta el mandato popular gobernando con los que menos tienen, para desde esa perspectiva desterrar la impunidad y propender a la construcción del desarrollo humanista cuyo derrotero señaló Haya de la Torre desde 1924 y que, por lo demás, sentaría las condiciones económicas y políticas del cambio social que en principio, desterrará la pobreza y propenderá al bienestar, pero sin abdicar de la libertad.
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