Por: Ariel Segal
- El autoritarismo debe ser condenado por los intelectuales sin distinciones ideológicas.
- Las dictaduras de izquierda y de derecha son siempre dictaduras. El silencio es cómplice.
En 1947, George Orwell, autor de 1984 y Rebelión en la granja, publicó un artículo en el diario Tribune, en el que advirtió que "el pecado de casi todos los izquierdistas a partir de 1933 es el de haber querido ser antifascistas sin ser antitotalitarios".
Este pecado no se desvanece ante las barbaries de tiranos como Stalin en la otrora URSS, Mao Zedong en China o Pol Pot en Camboya. Tampoco ante la hambruna a la cual somete a su población la dirigencia de Corea del Norte mientras juega con uranio, ni ante el régimen de Castro en Cuba, cuyos crímenes son omitidos, incluso en retrospectiva, por intelectuales como Gabriel García Márquez y José Saramago, quienes sí se exacerban justificadamente por las matanzas perpetradas por derechistas -como el dictador Pinochet- o por las nefastas políticas de presidentes democráticos, como el impenitente Bush y algunos de sus predecesores.
CONTESTATARIOS DE LA SUPERPOTENCIA.
Desde la época del comité 'inquisitorial', presidido por el senador Joseph McCarthy -cuyos métodos fascistas dejaron sin trabajo a simpatizantes de ideas liberales en nombre de 'la lucha contra el comunismo'-, hasta hoy -cuando Washington intimida más sofisticadamente al ciudadano con la Ley Patriota en nombre de 'la lucha contra el terrorismo'-, la sociedad estadounidense ha tenido reservas morales y voces valientes que aprovecharon su sistema de libertad y democracia para combatir las tentaciones autoritarias de gobernantes de turno. En esta característica reside, con todos sus defectos, la grandeza de Estados Unidos.
Casos como el del periodista Ed Murrow, de la CBS, cuya lucha contra el 'mccarthysmo' ha sido brillantemente recreada en el film Buenas noches, buena suerte por George Clooney; el de Walter Cronkite, cuya contribución a poner fin a la guerra de Vietnam fue mayor a la de cualquier general del Ejército norteamericano, y los de tantos otros medios, dirigentes de opinión e intelectuales -como Noam Chomsky, cuyas severas opiniones contra las políticas de Estados Unidos dejan, en ocasiones, en pañales las críticas de la izquierda europea o latinoamericana contra su liderazgo-, reflejan que aun en las épocas de mayor decadencia la tradición democrática norteamericana genera, a su vez, una manada importante de disidencia contestataria al poder de sus gobiernos.
El caso de Chávez, que recomendó en la ONU leer a Chomsky para criticar a Bush, recuerda un viejo chiste de un norteamericano y un cubano que debaten sobre qué país goza de mayor libertad. Cuando el estadounidense dice que él puede ir a la Casa Blanca y decirle al presidente: "¡Bush, eres un idiota!"; el caribeño replica: "Eso no es nada. En Cuba yo puedo ir al palacio de Fidel y decirle que Bush es un idiota".
¿En dónde queda la crítica contra los crímenes y abusos de derechos humanos de quienes hablan, en nombre de la izquierda, sobre Cuba, China, Corea del Norte, Irán y otros países en donde un Murrow, un Chomsky o un Clooney serían apresados o asesinados?
Ese cuestionamiento casi no existe porque la 'camaradería' parece más importante que el equilibrio de poner, en la misma balanza, a déspotas o bravucones sin importar la ideología. Por esa razón, para acceder a denuncias contra la tiranía de Castro en Cuba, por ejemplo, difícilmente nos toparemos con las voces de quienes provienen del vecindario latinoamericano que no sean las de Vargas Llosa o del chileno Jorge Edwards, quienes serán desacreditados, por más sustentadas que sean sus opiniones, por 'derechistas'.
CRÍTICOS CASTRADOS DE CASTRO.
Triste la situación de la mayoría de los intelectuales de izquierda latinoamericana, cuyos corazoncitos no dan para condenar sin distinción ideológica a los violadores de derechos humanos. Entonces, la crítica debe venir de lugares lejanos, como las que han hecho pensadores de la izquierda progresista europea, como el filosofo francés André Glusksmann y el ex disidente polaco Adam Michnik, junto con los ex mandatarios de Hungría y de Lituania, Arpád Góncz y Vytautas Landsbergis, respectivamente, entre otros, endosando un artículo escrito por el ex presidente de la República Checa Vaclac Havel llamado El discreto terror de Fidel Castro.
El escrito de Havel lamenta que los gobiernos democráticos del mundo, y en especial la Unión Europea, suspendieran las sanciones impuestas a Cuba tras la oleada de represión contra 75 opositores al régimen hace tres años, denunciando cómo sus embajadas en La Habana dejaron en claro que los disidentes no serían recibidos en caso de pedir asilo, en lo que el dramaturgo y ex presidente califica como "cobardes acuerdos y coartadas políticas que derrotaron a una posición de principio".
Los cubanos sí tienen quienes defiendan su derecho a la libertad: aquellos que sufrieron los azotes del comunismo exportado de la Unión Soviética y un puñado de intelectuales de izquierda europeos, puesto que en el Viejo Continente y en Latinoamerica la mayoría de ellos prefiere resaltar el exotismo de una revolución que se convirtió en la más larga autocracia de la historia contemporánea, ignorando su represión y sus crímenes.
Entre el silencio cómplice y la admiración hacia el longevo dictador caribeño, los castrados críticos cuya fidelidad a Fidel se superpone al deber de condenar por igual a los fascismos de derecha y a los totalitarismos de izquierda, le dan la razón a George. Orwell, por sí acaso.
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