sábado, febrero 24, 2007

PARA ENTENDER NUESTRA FRATERNIDAD

EDITORIAL DEL DIARIO LA TRIBUNA
viernes, 23 de febrero de 2007

A estas alturas, y aún cuando resulta todavía para algunos estudiosos complicado entender la estructura ideopolítica del aprismo y la actitud de sus militantes, el viejo partido de Haya de la Torre se vuelve a movilizar, como siempre, para celebrar un aniversario más del nacimiento de este gran líder continental, cuyo aporte principal fue en un tiempo en que eso era sólo un sueño, una herejía, la llamada cultura de la integración continental que hasta ese entonces, sólo tenía como sustento, la poesía de vanguardia.

Para quienes nacimos en el apogeo popular del aprismo y en medio de familias apristas, la nuestra fue siempre la verdad, una razón para defendernos de la antonimia a la que fuimos condenados políticamente hablando, al dividirnos entre apristas y antiapristas, entre revolucionarios y conservadores, entre nacionalistas y extranjerizantes.

Nuestras respuestas fueron en ese sentido coherentes. No se hicieron esperar. ¡Haya o no Haya…Haya será¡ decíamos allí donde pudiéramos, ¡Si esto no es el pueblo…el pueblo donde está¡ retrucábamos en cada movilización popular y “a más calumnias…más aprismo¡ fue la forma como aprendimos a gritar nuestro amor por el Perú, pero también, la manera como nos hicimos y sentimos parte de un colectivo que produjo que entrelazáramos el ser aprista y ser nacionalista.

Alguien tiene que decirlo. No existe ningún estudio que no reconozca ahora que “nuestra cultura”, llena de simbolismos, ritos, valores y axiomas, surge y se nutre del folclore de nuestra propia gente, por lo que en cada localidad se asientan simultáneamente una escuela, una pequeña parroquia, la comisaría local y también una modesta “Casa del Pueblo” que completará el escenario de nuestra realidad histórica. Realidad que por cierto, produce que allí donde se reúnan más de dos peruanos y se invoque la palabra “aprismo”, se genere la adhesión absoluta de los que se sientan “compañeros” y por tanto, en contrario, la censura brutal de los que recogen años de agravios y medias verdades que se agrupan en cenáculos antiapristas que se nutren de la leyenda de sectarismo y maledicencia.

Ya no es posible hacer historia sin mencionar el rol del aprismo en el siglo XX y lo que va del siglo XXI; como no es posible, sin pecar de mala fe, tratar de entender la construcción de la nacionalidad sin asumir el inmenso aporte de Haya de la Torre a ese sentimiento que hace mucho tiempo trascendió al propio partido, a su propia gente, a la historia y hasta la ideología.

Nadie ha dicho con claridad aún, que hubo una guerra popular aquí, que mucha gente entregó la vida en ambos lados del conflicto y que además, la lucha fue larga y cruenta; que la ganaron las muchedumbres pobres que fueron las que siguieron al fundador del aprismo cuando logró que más allá de las circunstancias y el cruel devenir de los pueblos, en la política, se impusieran nuevos estilos de tolerancia y respeto por el oponente.

Esta no es más una fiesta sólo nuestra. Ya no le pertenece a los apristas la fiesta secular de la fraternidad, es ahora todo un acontecimiento popular, lleno de alegría, que trasuntó los viejos locales partidarios para afincarse, cual moderna natividad, en singulares celebraciones que hermanan a la nación y sus gentes. Que eleva los sentimientos del reconocimiento a la expresión sublime de los valores más profundos de la formación ciudadana, esas formas que sólo respetan los hombres y mujeres dispuestos a darlo todo por lo que creen y los jóvenes que aspiran lejos de los heroicismos de textos escolares, a construir no un mundo diferente, sino sólo, una patria mejor.
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