ALDO MARIáTEGUI
Ya estuvo bueno de ocuparse tanto de la caviarada y sus infortunados cenotafios. Vamos a temas más vitales como:
1)¿Comienza la reforma del Estado? Me parecen estupendos los planteamientos de la ministra Verónica Zavala acerca de fusionar entes estatales para evitar duplicidades de gastos e ineficiencias. Se debe ir a un cambio más a fondo, como fusionar a todas las reguladoras, a Conasev con la SBS, etc... También comenzar a eliminar ministerios. El de la Mujer para empezar. Y olvidarse de tonteras como crear uno de Pesquería u otro de Cultura para satisfacer distintos lobbies (Cultura debería ser un viceministerio más del Mincetur, en todo caso) o racionalizar (el viceministerio de Promoción del Empleo debería pasar al Produce y Justicia integrarse con Trabajo). Y no se habla de despedir gente, sino de racionalizar.
Pero esta es sólo una primera etapa. La segunda es darle la responsabilidad a un ministro para que lidere la contratación de una buena consultora internacional e ir a una reforma a la médula del Estado, haciéndola sobre la marcha, no tras estudios de varios años. García hace esto y va a terminar siendo recordado como el Pachacútec republicano, el gran “ordenador” del caos.
2) ¿Cambiará la colapsada educación universitaria pública? San Marcos, la UNI y otras tienen que volver a ser los magníficos claustros que fueron antes de que el rojerío acabase con ellos. Estoy totalmente de acuerdo con la propuesta de Hildebrandt respecto de que los pudientes paguen parte de su carrera universitaria. Nuestro país carece de recursos como para imponer un gigantesco subsidio ciego, con dinero que puede ser utilizado para gente mucho más necesitada, como los que viven en Huancavelica peor que en Etiopía. Quien puede pagar algo y no lo hace es simplemente un parásito inmoral. Es que el subsidio indiscriminado es perverso, pues reparte lo mismo a Rico MacPato que al pobre Pato Donald.
Además, es mentira que la educación universitaria pública sea “gratis”, dado que nada es nunca gratis (los cínicos cuentan que Onassis llevó al hijo a un burdel y éste le dijo que cómo pagaba por “eso”, a lo que el millonario griego respondió: “De una manera u otra, hijo, siempre terminas pagándolo”). Alguien siempre termina pagando y en este caso es el contribuyente, pobre o rico. Preferiría que se use el método británico y chileno de préstamos (calculan que cada año un universitario cuesta mil dólares por cabeza) a todos que se pagan tras largos años. Pero no está mal esa idea de un porcentaje sobre lo que se pagaba en el colegio privado (y tampoco todos los colegios privados cuestan un dineral). No pagar nada teniendo recursos simplemente es una conchudez demagógica que se debe cortar. Lo sano y sorprendente es la poca crítica que la propuesta ha generado y sí un alturado debate. ¡Los rojos y los apristas cómo se hubieran puesto en los años 80 con esto! ¡La cantidad de idioteces que hubiéramos tenido que escuchar!
Repito, es que alguien siempre paga. Recuerdo que una vez estábamos en la cafetería de la Católica y unos rojos se pusieron a decirle tonteras a un compañero adinerado sobre que “su viejo era un burgués explotador”. Les dije que más bien ellos deberían tener la foto del padre en su mesa de noche y darle un beso cada mañana como si fuera su viejo de verdad, dado que el atacado pagaba la escala más cara de pensiones y los estaba subsidiando a ellos, de la escala más baja. ¡Venía a ser su papá en cierta forma!
3) Quien siembra vientos… No me sorprende que la mafia haya ingresado al gremio de Construcción Civil. Primero, el señor Huamán y otros sindicalistas rojos alentaron durante largos años una cultura de la violencia, y si la gente aprende a obtener algo por esa vía, pues se acostumbra. Así que gracias Huamán por tus hordas trogloditas armadas con palos, que has terminado siendo una especie de papá de los Soprano. Segundo, es un lamentable fenómeno que existe en muchas partes. En EEUU se llama racketeering y es muy común en Nueva York, donde la mafia va y te dice “contrátame a 10 italianos o a 10 del Bronx o si no…”. Sólo queda enfrentarlo de manera draconiana, pues aparte de la violencia (ese que mató al bebé debería ser fusilado sin asco) encarece los bienes finales tanto por la extorsión como por los gastos de seguridad que las constructoras deben asumir y que luego trasladan al consumidor final, el eterno paganini.
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