A 28 años de la muerte de Haya de la Torre, el autor de El año de la barbarie repasa con la memoria datos, hechos, fechas y circunstancias claves en la vida de uno de los más grandes líderes políticos de América Latina
JOSÉ VADILLO VILA
jvadillo@editoraperu.com.pe
El gato siamés contempla las brasas de la chimenea. Se quedará ahí hasta mañana, pronostica su amo. Sócrates, el can, se acerca moviendo la cola breve y arrastrando sus orejas grandes, como si también quisiera escuchar las anécdotas de su amo. Con los ojos saltantes, Guillermo Thorndike ha empezado a dibujar sobre las llamas los recuerdos.
“Víctor tenía un perro negro, inmenso, en Villa Mercedes, y le gustaba mucho jugar con él”. En su círculo más íntimo, al fundador del aprismo no se le llamaba Víctor Raúl. A él le gustaba que le dijeran Víctor o “Jefe”, asegura. Su amistad con el líder del APRA es un asunto casi de familia. Haya vivía en Roma, cuando los padres del periodista llegaron a la capital italiana. El padre fue internado de emergencia y se le encontró una enfermedad avanzada. Haya lo visitaba a diario en el hospital; luego se prestó un auto descapotable y cada tarde llevaba a la pareja a dar vueltas por la ciudad.
Los Thorndike se maravillaron. “¡Víctor conocía cada piedra de Roma!”, le contaron luego a su hijo. Haya también les animó a que no volvieran inmediatamente al Perú, sino que continuaran su viaje hacia la India y China. Y ellos aceptaron el consejo.
La barbarie y los mítines
En la casa del escritor, al costado de la chimenea donde se han reunido esta noche los recuerdos, hay un óleo con el rostro de César Vallejo. Fue muy amigo de Haya.
Ambos integraron en Trujillo el Grupo Norte. En su momento, Víctor Raúl ayudó a la crítica literaria a descifrar algunos de los versos más difíciles y personales del bardo.
El nombre de Trujillo le trae a Thorndike recuerdos directos con Haya. Para redactar "El año de la barbarie" (1968), libro en el que reconstruye la masacre de los apristas en esa ciudad, en 1932, viajó 14 veces a la capital liberteña. Fue en 1967 cuando Thorndike conoció allá al líder aprista gracias a Alfonso Ganoza de la Torre.
Del primer al sexto viajes, el fundador del APRA usó con él “la prueba de la paciencia”: si bien le daba el honor de acompañarlo en el mismo auto en que se movilizaba, Víctor Raúl lo trataba “como a un vidrio”. Podía estar el voluminoso escritor en medio de él y Luis Alva, por ejemplo, y la conversación jamás lo incluía.
En esos viajes, fue testigo de mítines con los discursos que Víctor Raúl preparaba en absoluto silencio, en el segundo piso de su casa de Huanchaco. “Había todo un procedimiento”, recuerda. Víctor Raúl y su breve comitiva avanzaban por Trujillo, donde uno podía encontrar en las salas de las casas retratos del líder, alumbrados con cirios junto al Corazón de Jesús.
En una esquina, una señora les pasaba un termito con alguna infusión para aclarar la garganta; y seguían dando vueltas por la ciudad hasta que alguien les avisaba que “todo estaba listo”, es decir, que la plaza de armas estaba de bote a bote.
“Era un momento de magia: Víctor Raúl llegaba en hombros y todos coreaban su nombre, levantaban pancartas”. Ya en el estrado, se iniciaba la conexión entre el público y él.
“Parecía una hipnosis; juraría que Víctor lograba mirar a todos a la vez”, dice Thorndike, testigo a pocos metros de estos encuentros con las masas.
Al séptimo viaje, recién, Víctor Raúl le hizo saber que podía encender la grabadora. Había pasado la prueba del hielo. Haya dio de inmediato facilidades para que los apristas antiguos se entrevistaran con Thorndike, y así tuvo información para escribir su libro. Cuando salió publicado, el periodista le llevó unos ejemplares. “Lo felicito, usted ha sido fiel a los hechos, pero parece que está un poco delgado”, le comentó Víctor Raúl, irónicamente, sopesando el voluminoso ejemplar.
Haya íntimo
Desde esa conexión en Trujillo, Thorndike y Haya iniciaron una amistad. Hoy, a sus 67 años, le sorprende recordar que tenía 30 años y que Haya estaba alrededor de los 70, pero le permitía tutearlo.
En sus reuniones privadas, no hablaba de la coyuntura política. Era muy amigo y conversador; un conocedor del cine europeo y podía dar charlas por horas al respecto. Pero cuando alguien no le interesaba, lo trataba con desdén.
La ideología de Haya fue por los más pobres, empero mantenía un trato cordial con su familia, de las más poderosas en Trujillo. Guillermo refiere que Víctor Raúl tenía por único lujo un saco negro de plumas, que compró en Nueva York con el dinero que le pagaron por una notas que escribió para la revista Times.
Le llamó la atención siempre su gran desprendimiento de lo material. La viuda de Manuel González Prada le había dejado en herencia su departamento y para él era un problema: no sabía qué hacer con ese inmueble.
En general, no le gustaba saber de dinero. Y los muebles que perviven en Villa Mercedes hablan de gustos escuetos. Tenía en sus sacos los vueltos sin contar. Thorndike recuerda también que debajo de su cama, guardaba sus “tesoros”: fotografías, cartas y documentos, en cajas de cartón.
Las brasas han terminado de consumirse y la conversación en Magdalena, en casa de Thorndike, tiene que llegar a su fin. Sócrates levanta la cabeza y sabemos que es hora de partir.
Fuente: DIARIO EL PERUANO
JOSÉ VADILLO VILA
jvadillo@editoraperu.com.pe
El gato siamés contempla las brasas de la chimenea. Se quedará ahí hasta mañana, pronostica su amo. Sócrates, el can, se acerca moviendo la cola breve y arrastrando sus orejas grandes, como si también quisiera escuchar las anécdotas de su amo. Con los ojos saltantes, Guillermo Thorndike ha empezado a dibujar sobre las llamas los recuerdos.
“Víctor tenía un perro negro, inmenso, en Villa Mercedes, y le gustaba mucho jugar con él”. En su círculo más íntimo, al fundador del aprismo no se le llamaba Víctor Raúl. A él le gustaba que le dijeran Víctor o “Jefe”, asegura. Su amistad con el líder del APRA es un asunto casi de familia. Haya vivía en Roma, cuando los padres del periodista llegaron a la capital italiana. El padre fue internado de emergencia y se le encontró una enfermedad avanzada. Haya lo visitaba a diario en el hospital; luego se prestó un auto descapotable y cada tarde llevaba a la pareja a dar vueltas por la ciudad.
Los Thorndike se maravillaron. “¡Víctor conocía cada piedra de Roma!”, le contaron luego a su hijo. Haya también les animó a que no volvieran inmediatamente al Perú, sino que continuaran su viaje hacia la India y China. Y ellos aceptaron el consejo.
La barbarie y los mítines
En la casa del escritor, al costado de la chimenea donde se han reunido esta noche los recuerdos, hay un óleo con el rostro de César Vallejo. Fue muy amigo de Haya.
Ambos integraron en Trujillo el Grupo Norte. En su momento, Víctor Raúl ayudó a la crítica literaria a descifrar algunos de los versos más difíciles y personales del bardo.
El nombre de Trujillo le trae a Thorndike recuerdos directos con Haya. Para redactar "El año de la barbarie" (1968), libro en el que reconstruye la masacre de los apristas en esa ciudad, en 1932, viajó 14 veces a la capital liberteña. Fue en 1967 cuando Thorndike conoció allá al líder aprista gracias a Alfonso Ganoza de la Torre.
Del primer al sexto viajes, el fundador del APRA usó con él “la prueba de la paciencia”: si bien le daba el honor de acompañarlo en el mismo auto en que se movilizaba, Víctor Raúl lo trataba “como a un vidrio”. Podía estar el voluminoso escritor en medio de él y Luis Alva, por ejemplo, y la conversación jamás lo incluía.
En esos viajes, fue testigo de mítines con los discursos que Víctor Raúl preparaba en absoluto silencio, en el segundo piso de su casa de Huanchaco. “Había todo un procedimiento”, recuerda. Víctor Raúl y su breve comitiva avanzaban por Trujillo, donde uno podía encontrar en las salas de las casas retratos del líder, alumbrados con cirios junto al Corazón de Jesús.
En una esquina, una señora les pasaba un termito con alguna infusión para aclarar la garganta; y seguían dando vueltas por la ciudad hasta que alguien les avisaba que “todo estaba listo”, es decir, que la plaza de armas estaba de bote a bote.
“Era un momento de magia: Víctor Raúl llegaba en hombros y todos coreaban su nombre, levantaban pancartas”. Ya en el estrado, se iniciaba la conexión entre el público y él.
“Parecía una hipnosis; juraría que Víctor lograba mirar a todos a la vez”, dice Thorndike, testigo a pocos metros de estos encuentros con las masas.
Al séptimo viaje, recién, Víctor Raúl le hizo saber que podía encender la grabadora. Había pasado la prueba del hielo. Haya dio de inmediato facilidades para que los apristas antiguos se entrevistaran con Thorndike, y así tuvo información para escribir su libro. Cuando salió publicado, el periodista le llevó unos ejemplares. “Lo felicito, usted ha sido fiel a los hechos, pero parece que está un poco delgado”, le comentó Víctor Raúl, irónicamente, sopesando el voluminoso ejemplar.
Haya íntimo
Desde esa conexión en Trujillo, Thorndike y Haya iniciaron una amistad. Hoy, a sus 67 años, le sorprende recordar que tenía 30 años y que Haya estaba alrededor de los 70, pero le permitía tutearlo.
En sus reuniones privadas, no hablaba de la coyuntura política. Era muy amigo y conversador; un conocedor del cine europeo y podía dar charlas por horas al respecto. Pero cuando alguien no le interesaba, lo trataba con desdén.
La ideología de Haya fue por los más pobres, empero mantenía un trato cordial con su familia, de las más poderosas en Trujillo. Guillermo refiere que Víctor Raúl tenía por único lujo un saco negro de plumas, que compró en Nueva York con el dinero que le pagaron por una notas que escribió para la revista Times.
Le llamó la atención siempre su gran desprendimiento de lo material. La viuda de Manuel González Prada le había dejado en herencia su departamento y para él era un problema: no sabía qué hacer con ese inmueble.
En general, no le gustaba saber de dinero. Y los muebles que perviven en Villa Mercedes hablan de gustos escuetos. Tenía en sus sacos los vueltos sin contar. Thorndike recuerda también que debajo de su cama, guardaba sus “tesoros”: fotografías, cartas y documentos, en cajas de cartón.
Las brasas han terminado de consumirse y la conversación en Magdalena, en casa de Thorndike, tiene que llegar a su fin. Sócrates levanta la cabeza y sabemos que es hora de partir.
Fuente: DIARIO EL PERUANO
2 comentarios:
Me podrian informar donde queda la sede aprista en toma??
quise decir roma
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