martes, septiembre 25, 2007

El retorno vergonzoso del ‘samurai’ fugitivo

“El poder es el último afrodisíaco para un hombre ambicioso”. —Henry Kissinger

Finalmente, Alberto Kenjo Fujimori, el solitario altanero que gobernó a sangre y fuego el Perú, corrompiendo con su odiosa sonrisa sarcástica, fue obligado por la justicia chilena a regresar, no como un samurai vencido sino como un criminal fugitivo.

El rostro de Fujimori que vimos por la televisión al despedirse de Chile, y al ingresar en el cuartel de la Dirección Nacional de Operaciones Especiales de la Policía del Perú (DINOES) ya no tenía la expresión del dictador que paseaba feliz entre cadáveres de los que había hecho matar, sino de un hombre envejecido, cansado frente a un futuro nada promisorio: posiblemente unos 20 años de cárcel. Para un hombre de 69 años de edad es como una condena a muerte anunciada.

Con Fujimori vuelve la “ley de la ruleta de la vida” que hace cambiar de golpe el destino de los seres humanos. Los hace elevarse a lo más alto, haciéndolos de repente caer a lo más bajo o viceversa. Así pasa con este experimentado jugador de shogui – un antiguo juego japonés parecido al ajedrez pero más complicado donde los jugadores hacen jugar a su favor las piezas adversarias que van devorando. En el año 2000 la red de corrupción que había creado con su socio Vladimiro Montesinos, abarcando a políticos, hombres de negocios, periodistas y al pueblo entero, empezó a salir de su control y estaba a punto de engullir a su propio creador. Mientras los honestos se enfrentan a las situaciones adversas, los mediocres y corruptos se asustan y escapan, por eso Fujimori se fugó al Japón, el país donde nacieron sus padres y posiblemente él mismo. Allí le esperaban los billones de dólares robados al Perú y transferidos a través de bancos de Singapur.

Pensó que así se acabarían todos los problemas y se olvidarían de los innumerables muertos de su escuadrón de la muerte “Grupo Colina” que torturaba, violaba, asesinaba y quemaba en sierra, selva y costa al igual como lo hicieron en Barrios Altos de Lima en 1991 y en la Universidad La Cantuta en 1992. Al refugiarse en el Japón, Alberto Fujimori negó tajantemente su conocimiento de la existencia de los escuadrones de la muerte dando a entender que fue obra de su siniestro asesor de seguridad Montesinos.

Pero el pez por la boca muere. En su libro Tero-to-tatakau (Mis Armas Contra el Terrorismo) que escribió en Japón y que no fue traducido al castellano, Fujimori asegura que hizo “todo el trabajo sucio durante diez años de mi presidencia mientras que el resto de los políticos prefirieron ser observadores pasivos. Ahora estos observadores se convirtieron en mis acusadores. La razón porqué me acusan es que saben que ninguno de ellos hubiera sido capaz de hacer lo que yo hice: exterminar el terrorismo”. El ex jefe de su escuadrón de la muerte el Grupo Colina, mayor Santiago Martín Rivas confirmó que las órdenes para el “trabajo sucio” provenían de Fujimori, Montesinos y el general Hermoza. Declaró al juez que Fujimori tenía entonces su despacho de presidente y residencia, encima del tenebroso sótano de tortura del Servicio de Inteligencia del Ejército de donde salían cada noche “los colinas”.

Seguramente esa ansia de poder y ser dueño de vidas, no dejaba en paz al ambicioso Fujimori que vivía como un pachá en Japón. En 2005 antes de las elecciones presidenciales en el Perú apareció en Chile, donde tuvo que permanecer bajo el control policial durante 695 días esperando la decisión de los jueces chilenos. Al frustrarse su intento de regresar triunfante a Lima y al darse cuenta que podría ser extraditado, “se olvidó” otra vez de su ciudadanía peruana y se ofreció al Partido Demócrata japonés para candidato al senado.

Al no ser aceptado, se comunicó con el minúsculo partido “Kokumin Shinto” que lo inscribió como uno de sus 8 candidatos. En su discurso de aceptación Fujimori dijo desde Chile: “decidí participar en estas elecciones porque me siento capacitado de contribuir a la solución de los problemas que nosotros tenemos en el Japón”. Como casi nadie votó por él “se sintió” de nuevo peruano, y lanzó el libro, “Fujimori Vuelve”. Otra vez hizo mal cálculo: volvió pero como un delincuente con siete juicios pendientes y con el clamor de justicia de tantos asesinados.

Los que lo han visto en su celda aseguran que tiene pánico a que le hablen del general inca Cahuide o del honor del sepuko y que devora como un poseso el capítulo donde Edmundo Dantés hace un hueco en la pared.

Columnista del Diario LA PRENSA de NYC - vicky.pelaez@eldiariony.com

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