Llama la atención los decibeles de hipocresía que exhibe el gobierno de Bolivia al rasgarse las vestiduras por el anuncio del presidente Alan García de posibilitar la apertura de negociaciones bilaterales entre el Perú y la Unión Europea, para concretar un tratado de libre comercio prescindiendo del marco de la Comunidad Andina. Nuestro país tiene un rumbo definido y una apuesta clara a favor de los acuerdos comerciales con el resto del globo, porque estima que productores y consumidores habrán de beneficiarse con esa apertura. Por el contrario, la administración de Evo Morales no sólo se opone sino que también sabotea esa alternativa, abrazando políticas equidistantes del mercado mundial en un perfecto papel de loro de su mentor económico e ideológico, el gorila Hugo Chávez.
Cuando el 20 de abril del año pasado Chávez sostuvo en Asunción, Paraguay, que la CAN se encontraba “mortalmente herida” por el hecho de que Colombia y Perú se aproximaban a la firma de sus respectivos TLC con los Estados Unidos y señaló que Venezuela se apartaba de ese bloque subregional, Morales –en la máxima expresión de servidumbre política del continente– dijo: "(Colombia y Perú) nos ha quitado el comercio de la soja boliviana", añadiendo que "en la CAN existen algunos países convertidos en instrumentos de desintegración".
Hoy sus voceros vienen a esgrimir los mismos argumentos cuando se observa que la UE demanda a la CAN acelerar la definición de las bases para ese entendimiento comercial y ésta hace agua tanto en su propio enjuague arancelario como en el ajuste de la plataforma de negociación con el consorcio del viejo continente, porque Chávez mueve a sus peones hacia la vereda contraria.
No sólo eso. La grosera intromisión de las casas de ALBA en la vida interna del país, las pretensiones de Chávez de perpetuarse en el poder de Venezuela, los faccionalismos que enfrenta Morales en Bolivia y el discutido rumbo de la Constituyente de Ecuador, hacen de la CAN un membrete antes que un contenido. Sus ejes mancomunados hace rato que viven una etapa de oxidación o, en el mejor de los casos, una crisis terminal de pronóstico reservado.
Cuando el 20 de abril del año pasado Chávez sostuvo en Asunción, Paraguay, que la CAN se encontraba “mortalmente herida” por el hecho de que Colombia y Perú se aproximaban a la firma de sus respectivos TLC con los Estados Unidos y señaló que Venezuela se apartaba de ese bloque subregional, Morales –en la máxima expresión de servidumbre política del continente– dijo: "(Colombia y Perú) nos ha quitado el comercio de la soja boliviana", añadiendo que "en la CAN existen algunos países convertidos en instrumentos de desintegración".
Hoy sus voceros vienen a esgrimir los mismos argumentos cuando se observa que la UE demanda a la CAN acelerar la definición de las bases para ese entendimiento comercial y ésta hace agua tanto en su propio enjuague arancelario como en el ajuste de la plataforma de negociación con el consorcio del viejo continente, porque Chávez mueve a sus peones hacia la vereda contraria.
No sólo eso. La grosera intromisión de las casas de ALBA en la vida interna del país, las pretensiones de Chávez de perpetuarse en el poder de Venezuela, los faccionalismos que enfrenta Morales en Bolivia y el discutido rumbo de la Constituyente de Ecuador, hacen de la CAN un membrete antes que un contenido. Sus ejes mancomunados hace rato que viven una etapa de oxidación o, en el mejor de los casos, una crisis terminal de pronóstico reservado.
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