Por Alfredo Barnechea
La crisis ha resucitado a Keynes.
Lo que confirmaría que todas las nuevas ideas proceden… de economistas muertos. Como si el eterno retorno, uno de los mitos originales que había estudiado Mircea Eliade para las mentalidades primitivas, se aplicara más a la economía.
Un rasgo central de lo que terminó llamándose el keynesianismo fue el uso de estímulos fiscales para reactivar economías que no se movían por sí solas. Los gobiernos de todo el mundo han anunciado planes anticrisis, que involucran variados rangos de esos estímulos. Hay diferencias en esos planes, desde la primera reacción de Paulson en Estados Unidos que proponía comprar los activos tóxicos, corregida por Brown en Inglaterra que tomó la dirección de los bancos, pasando por el énfasis industrialista de Sarkozy en Francia, la reticencia y pasividad de la Merkel en Alemania, hasta el masivo paquete chino (cerca de 20 por ciento del Producto chino).
De una u otra manera, es Roosevelt al que todos tienen en mente. Desde marzo de 1933, en que asumió la Presidencia, sobre todo en los ahora legendarios primeros cien días, Roosevelt hizo, rehizo, inventó, reinventó, lo que iba a quedar como el modelo económico de casi todo el siglo XX.
Intervino y reguló todos los sectores (el precedente clásico de la regulación que ahora tantos reclaman), pero acaso su aporte más creativo estuvo en la creación de infraestructura, por ejemplo con la Autoridad del Valle del Tennessee.
La creación de infraestructura ha sido siempre clave para el desarrollo.
Como se sabe, la primera experiencia de de- sarrollo no fue la Inglaterra de la Revolución Industrial sino la Holanda del XVII. Ella se fundó en la infraestructura de diques y canales de riego, que colonizó el mar y lo transformó en agricultura y luego en comercio.
En el siglo XVIII, ese mismo control de las aguas, de los grandes ríos, de los pantanos, esa conquista de la naturaleza que ha descrito David Blackbourn en un libro magnífico, comenzada por Federico de Prusia, transformó a la Alemania original en una potencia económica, un proceso que culminaría Bismarck apoyado en el poder del acero.
¿Qué hizo a los Estados Unidos? Su contrato constitucional por supuesto, esa obra de relojería de sus geniales padres fundadores. Pero tan importante como ella fue el Erie Canal, abierto en 1825, que unió el lago Erie con el río Hudson, y abrió la producción agrícola de las praderas del medio oeste al comercio del mundo a través del puerto de Manhattan. Transformó la economía norteamericana en los tiempos de Jackson.
En 1933, antes del TVA (la autoridad del valle del Tennessee), en los siete Estados regados por el río, sólo tenían electricidad el 2 por ciento de sus habitantes. Cuando murió Roosevelt la tenía el 79 por ciento, y el Sur estaba por fin integrado a la nación, casi un siglo después de la Guerra de Secesión.
Brasilia es otra extraordinaria creación de infraestructura (como las otras 30 metas del programa de Kubitschek). Ocupó el Planalto brasileño, proyectó al futuro un país que hasta entonces estaba restringido a la misma franja costera (incluyendo el interior de Minas Gerais) de los tiempos de Pedro II.
A la luz de la experiencia histórica del mundo, por tanto, parece evidente que el estímulo fiscal debe ser gastado en infraestructura.
En Perú, el Plan anticrisis se topa con la ineficiencia del Estado. Un Estado que no sabe priorizar, que entrampa en su Ministerio de Economía los proyectos de inversión, y que no es capaz de gastar lo que dispone, sea a nivel nacional como regional.
El 62.7 por ciento del gasto público (ejecutado) sigue concentrado en Lima y Callao. Hay que redirigirlo al Perú profundo y en particular al Sur Andino, que tiene para nosotros el mismo carácter de zona rezagada que tenían las zonas del valle de Tennessee para Roosevelt. Tenemos que cerrar esa brecha histórica (se olvida con frecuencia que a comienzos de la República, estuvimos a pocos pasos de tener dos Estados, uno norperuano y otro sudperuano).
Si uno traza el mapa de los dos gasoductos, el que va de Camisea a Pisco y el que llegaría a Ilo, el área cubre ocho departamentos: Cusco, Huancavelica, Ica, Ayacucho, Apurímac, Puno, Arequipa, Moquegua. 674 de los 1,835 distritos del país, la mayoría en zonas de pobreza.
¿Por qué no crear una Autoridad de Camisea, que reúna los aportes públicos, las regalías, parte de los presupuestos locales, más la inversión privada y cooperación internacional que puedan sumarse?
Permitiría sumar recursos, no disgregarlos, y daría foco a la inversión:
- Electrificación
- Agua potable, que ahorra siempre gastos posteriores en salud (en las zonas rurales la carencia de agua alcanza a 67 por ciento)
- Conectividad (usando la fibra óptica alrededor de los tubos) para comercio, mejoras en educación, y acceso a la salud
- Valor agregado a yacimientos mineros (por ejemplo llevando gas al hierro de Andahuaylas, para no poner sino un ejemplo)
Una Autoridad de este tipo sería una plataforma eficaz para la asociación público-privada (incluyendo a las ONGs), tendría la capacidad de procesar más rápido el gasto, recibir más cerca de la gente sus demandas, y su asignación podría ser vigilada en línea (iniciativa que Obama está incluyendo en su futura gestión).
El objetivo es que la infraestructura ayude a la inclusión social, a tener un piso común de igualdad de oportunidades para todos los peruanos.
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