sábado, febrero 11, 2012

Andrés Townsend Ezcurra o la disidencia agónica

El c. L.A.S. y c. Andres Townsend
Por Eduardo Bueno LeónEN LA FE PERO NO EN LA IGLESIA
Don Andrés nació el 23 de marzo de 1915 y murió el 31 de julio de 1994, fueron casi cincuenta años de intenso trabajo intelectual y político en el partido aprista bajo la fecunda sombra de los líderes fundadores: Haya de la Torre y Manuel Seoane.

Townsend era descendiente de inmigrantes irlandeses que viajaron a las Américas huyendo de la célebre hambruna de 1842, uno de los cuales se asentaría en el norte peruano. Siendo muy joven perdió a sus familiares más cercanos, y casi adolescente se inscribió en el naciente partido aprista, militancia por la cual fue deportado en 1935 a Chile, trasladándose posteriormente a la Argentina, donde concluirá sus estudios. En 1945 regresará al Perú y dirigirá La Tribuna, el épico diario aprista que tanto aportó al debate de las ideas y la construcción de la democracia peruana.

En 1948 con el golpe de estado del Gral Odría, partirá nuevamente al exilio hacia Panamá y posteriormente a Guatemala donde se dedicará al periodismo y la docencia universitaria. Formará parte de los jóvenes apristas que se mantendrán firmes al lado de Haya de la Torre, cuando comenzaron las voces disidentes tras el fracaso de 1948.

En 1956 comenzará su labor diplomática en las Naciones Unidas, donde participará en el debate y redacción del Pacto de Derechos Sociales, Económicos y Culturales logrando la inclusión del Derecho de Huelga, que será la base de futuros convenios internacionales principalmente de la OIT.

El 1960 ya bordeando los cincuenta años contrae matrimonio con Anel Távara Diez-Canseco, la compañera de su vida y activa militante del Partido Aprista. Es elegido diputado por Lambayeque y en 1964 organizará, la que tal vez sea la obra de su vida política, el Parlamento Latinoamericano del cual será Secretario General reelecto hasta su retiro en 1991.

En 1968 al producirse el golpe de estado del Gral Velasco, Townsend Ezcurra entonces Presidente de la Cámara de Diputados, se asila en una embajada extranjera. Este gesto le será duramente reprochado por sus detractores que tratarán de contraponer su búsqueda de asilo, a la imagen de un Armando Villanueva del Campo protestando en las calles contra el golpismo.

En los años setenta presidirá la escuela de formación política de la Fundación Ebert en Costa Rica, retornando al Perú tras breve estadía y asumiendo posiciones de dirección política al lado de Haya de la Torre. Integrará la Asamblea Constituyente, donde aportará de forma sustantiva en la formulación de la Constitución de 1979. También redactará el discurso inaugural de Haya de la Torre.

Tras la muerte del fundador del APRA, su enfrentamiento con Armando Villanueva devendrá en una abierta disidencia al formar el MBH e integrarse a la alianza Convergencia Democrática para participar en las elecciones de 1985. Electo Senador concluirá su labor en 1990. Se realizaron múltiples ofrecimientos y gestiones, pero no podrá regresar al partido aprista pese a ser un sólido aliado del PAP en el Senado de la República.

En 1991 pasará a presidir el Consejo Consultivo del PARLATINO y comenzará su última gran batalla contra la enfermedad que le ocasionará la muerte el 31 de julio de 1994.

Townsend publicó varios libros destacando el extraordinario “Bolívar Alfarero de Repúblicas”, además de “Patria Grande: Pueblo, Parlamento e Integración” y, la compilación de “Cincuenta años de Aprismo”. De este último libro tenemos la mejor definición de su trayectoria al final de su vida:
“Aprista convicto, Hayista militante, en la fe pero no en la iglesia“
SU APORTE AL APRA

Como todos los integrantes de la generación de la FAJ, el aporte de Townsend fue teórico y práctico, fue creativo y de entrega militante. Esa generación de la cual formaron parte Nicanor Mujica, Luis Felipe de las Casas y Armando Villanueva del Campo, ya sea desde la cárcel, el exilio o la resistencia interna, mantuvo vivo al partido, organizándolo, reproduciéndolo y dándole un prestigio internacional, que es fácil constatar en las publicaciones del continente en el período que va desde los años treinta hasta los años cincuenta.

Townsend aportó al APRA su talante polémico, fina inteligencia y privilegiada pluma. Los debates desde el diario La Tribuna con la reacción derechista durante el gobierno de Bustamante y luego sus polémicas contra los liberales ultramontanos en los años cincuenta, así como su sólida y dura posición de intransigencia contra los áulicos y epígonos del comunismo criollo e internacional, se cuentan entre sus aportes más notables. Mucha de esa obra periodística de combate por las ideas apristas está diseminada en diarios y revistas del Perú y del continente, siendo la Tribuna la trinchera principal.

Es notable también su contribución para una visión actualizada y de concreción histórica de los postulados apristas integracionistas. Impulsar el Parlamento Latinoamericano y mantenerlo cuando la región se hundía en regímenes dictatoriales es uno de sus logros institucionales más reconocidos, brega que se prolongará incluso hasta 1987 cuando consigue que el Parlatino se institucionalice en 18 países de la región. Otra vertiente menos conocida es su aporte en la formación de cuadros juveniles de izquierda democrática desde Costa Rica, y sus innumerables gestiones para que los postulados de la Democracia Social y Económica fueran reconocidos en convenios y tratados regionales.

Su aporte intelectual y académico puede resumirse en los libros y ensayos sobre la integración latinoamericana, destacando la perspectiva histórica, ideológica y jurídica, en tanto que el Partido Aprista se benefició con la preparación y redacción de sus finos, dialécticos y oportunos pronunciamientos y declaraciones durante la época de la dictadura militar de Velasco y Morales Bermúdez. Documentos que eran discutidos en la Comisión Política o en el Secretariado Colegiado, y que eran avalados por Haya de la Torre.

Su aporte ideológico radica en haber defendido una línea de interpretación global del pensamiento de Haya de la Torre y no sólo la doctrina que fluye de un solo libro. El haber tratado permanentemente de vincular las ideas fuerza del pensamiento Hayista, a los cambios en los escenarios mundiales. Defendió una línea democrática anticomunista intransigente, pero no macartista, y postuló acuerdos amplios con las fuerzas políticas democráticas sin abdicar de la línea antiimperialista y antioligárquica, aunque siguiendo el consejo que Tierno Galván daba a los izquierdistas de su época:
“Cualquier reclamo por más radical que sea, hacerlo, pero con buenas maneras“.
Sin embargo, su mayor y mejor aporte, desde nuestro punto de vista, es la ética pública que siempre lo impulsó, su lucha contra la corrupción política, su limpieza y transparencia como el brillo de sus grandes ojos claros. Luego de toda la corrupción que sufrió el Perú con Montesinos y sus vladivideos, la herencia de Townsend Ezcurra, más allá de sus errores estratégicos, descansa cada vez más en su limpieza moral. No nos sorprenda entonces, la soledad y ostracismo interno de sus últimos y penosos años. El Perú no es un país que reconozca a sus hombres más preclaros.

DISIDENTE SI, TRAIDOR NO

Townsend no fue un traidor del APRA como sus detractores se encargan de repetir cada vez que pueden. Fue un disidente, expulsado ilegalmente por discrepar con una línea política y dirigencial que consideraba espuria, denunció lo que tenía que denunciar y trató infructuosamente de organizar un movimiento político amplio donde sus seguidores y adherentes pudieran expresarse y militar. No tuvo éxito en esta empresa y ello lo terminó aislando aún más del APRA.

Si la disidencia fuera traición entonces Luis Felipe de las Casas también hubiese sido traidor pero no lo fue, tampoco los miembros del APRA Rebelde, por más que después se volvieran duros críticos ideológicos de Haya de la Torre. También serían traidores los apristas que se fueron a trabajar al SINAMOS velasquista, el órgano que trató de desarticular al APRA de sus bases sociales y muchos de ellos regresaron y nadie los llamó traidores.

La historia del APRA es muy compleja y el adjetivo de traición cabe más cuando el partido sufre persecuciones y algunos de sus miembros se convierten en delatores, en operadores del enemigo, en soplones que se venden y rematan, en actores que terminan conspirando contra el partido y hacen leña de la estructura caída. La etapa Fujimorista es pródiga en ejemplos, así como lo fue la etapa odriísta y la velasquista. Los traidores son aquellos que justificaron las persecuciones y avalaron las campañas difamatorias contra el partido y sus fundadores. Don Andrés nada tiene que ver con eso.

Discrepar con una línea política, con un planteamiento ideológico, una estrategia partidaria, o con un grupo dirigencial no tiene por que ser traición, es el sano ejercicio de la diferencia democrática, cuando esta evoluciona a ruptura es entonces disidencia abierta. Y la disidencia es un derecho político.

Townsend denunció irregularidades, inequidades y maquinazos en su contra durante los procesos electivos internos del PAP posteriores a la muerte de Haya de la Torre. Su confrontación abierta fue contra el “Armandismo“ y Fernando León de Vivero, electo Secretario General en el cismático congreso nacional de Trujillo de 1980. Se formaron grupos mutuamente excluyentes y ganó el que tenía más fuerza interna, pero con una lógica de suma cero, que echó de forma autoritaria y violenta al andresismo del partido, y cerró todas las puertas para una reconciliación partidaria necesaria.

Parafraseando a Luis Alberto Sanchez, cuando se refiere a estos episodios en sus memorias,
“Aquí peleamos todos, todos fuimos responsables y todos perdimos“.SUS INCOMPRENSIBLES ERRORES
Townsend cometió grandes errores políticos estratégicos y de interpretación sociológica durante los años ochenta. Sin Haya de la Torre y sin el apoyo de sus compañeros de generación, era evidente su desorientación frente a la crisis interna del partido, la presión inter-generacional y la irrupción en la sociedad peruana de los movimientos sociales y el crecimiento de la izquierda.

Algunos han interpretado injustamente, esa desorientación, con una suerte de ingenuidad y de “no jugar a la política” por parte de Don Andrés, como si la política fuese sólo machiavelismo y pragmatismo frente a los poderes de turno. Y aquí se presenta un problema moral y político, pues la conducta de un líder puede y debe ser juzgada por sus resultados, como dirían los ingleses o desde el ejercicio de la ética de la responsabilidad o de los principios para citar a Weber. Defender principios implica un esfuerzo, talante y sacrificio que muy pocos alcanzan. Pero no siempre la defensa de los principios por si sola, basta para mantener una línea política. También hay que sopesar los medios y los recursos, tanto materiales como humanos.

¿Por qué entonces Townsend que defendió principios éticos y políticos en la coyuntura crítica de 1979-80 perdió tantos espacios en el APRA que terminarían minando su posición hasta caer en la disidencia abierta? La defensa de la democracia interna, la legalidad y la equidad en los procesos electorales internos, la defensa de la fraternidad como cultura política del aprismo, todo ello se perdió en una polarización que Townsend coadyuvó a generar y alimentar, sin percatarse que una polarización sin control del aparato partidario era suicida. ¿Que lo empujó a caer en esa lógica hábilmente preparada por la burocracia ocasionalmente pro armandista y sus operadores?.

La visión que tenía Townsend del partido, era una visión casi religiosa, creada en la lucha, la clandestinidad y el exilio. No concebía un partido que comenzaba a corromperse o lumpenizarse, un partido que de repente ajustaba cuentas y lo encasillaba en una línea de derechas por la convivencia con el pradismo y la coalición con el odriísmo, como si él hubiese sido el responsable de unos acuerdos que construyó Ramiro Prialé y que contaron con el pleno respaldo de Haya de la Torre.

Durante la transición de la dictadura al régimen democrático, comenzada en 1976, ninguna decisión política se tomó, como en otras épocas, sin la autorización de Haya de la Torre, quién alentó la transición y la reconciliación con los militares. De esa época data el abstencionismo de la CTP frente a los grandes paros nacionales, algo que el oportunismo de izquierda en el APRA achacó a Julio Cruzado, cuando era notorio que aquello era directiva de la jefatura del partido.

Además ¿Cómo aceptar que Armando Villanueva era la línea de izquierda, si este gran líder del APRA fue un eficiente operador de la coalición con el Odriísmo en el parlamento y sustentador de la moción de expulsión de la izquierdista APRA Rebelde en la convención de 1958? ¿ Que principios defendía entonces Don Andrés? ¿ Los éticos, de la limpieza partidaria, mientras Armando canalizaba la reivindicación de otro tipo de principios, los que le devolvían al APRA su ubicación de izquierda primigenia?.

Ello no lo entendió Townsend y fue su más garrafal error.

En ese sentido Don Andrés fue víctima de su propia visión irreal de un partido que tras la muerte de Haya de la Torre buscaba redefinir sus espacios e identidades, y que con tal de lograrlo era capaz de destruir todo aquello en lo cual Townsend se había formado, creído y defendido. Su visión mística de un APRA fraterna fue otro de sus principales errores de apreciación. Pero Don Andrés no aceptaba semejante disyuntiva, para él lo mejor del aprismo no estaba entonces en el partido, sino en el pueblo aprista y hacía el se dirigió demandando comprensión y apoyo.

Pero no contó con el surgimiento y proyección nacional de Alan García. Y ahí otro de sus errores, subvalorar el pujante liderazgo de Alan y su capacidad para crear alianzas generacionales mayores. Townsend y su generación entendieron muy tarde que Alan García, el gran operador de la polarización interna de 1980, los estaba cancelando como grupo dirigente con un proyecto político que sintonizaba mejor con las expectativas nacionales que las visiones irredentas de Armando y Andrés.

Y Armando no comprendió, que sin Townsend su proyecto y liderazgo en el APRA, quedaba reducido al güetto y a merced de un alanismo triunfante y avasallador.

Aquí el factor del equipo que rodeaba a Townsend es de resaltar. Algunos miembros de su familia como Francisco Diez Canseco y colaboradores cercanos se cerraron en un antialanismo intrasingente, basados en la creencia que la candidatura presidencial de Don Andrés en 1979 fue impedida merced a un enorme y apabullante fraude en contra suya, y que Alan tuvo mucho que ver con esa monstruosidad que hirió de muerte al partido.

Aunque existían contundentes elementos, que en esa coyuntura confirmaban, la inequidad e ilegalidad de algunos de los procedimientos electorales a favor de Armando Villanueva, lo cierto es que el llamado “Armandismo” fue una fuerza interna con capacidad hegemónica creciente. Y lo más probable es que Armando haya sido ajeno a esas maniobras, en las cuales se enfrascaron diversos grupos burocráticos internos.

El antialanismo obnubiló a Don Andrés y su familia. Si el partido se orientó al liderazgo de Alan García en los años ochenta, eso no fue apreciado como un posicionamiento carismático renovador y una demanda generacional, sino como la consecuencia de un secuestro partidario ilegal. De ello se aprovecharían algunos que rodeaban a Don Andrés y que luego fueron elegidos diputados en Convergencia Democrática, para presionar a favor de la formación del Movimiento de Bases Hayistas.

LIDER GRANDE, PARTIDO PEQUEÑO

El MBH fue una pequeña organización donde se integraron cuadros y militantes apristas que de una u otra manera había sido víctimas de la aplanadora burocrática interna. Sin embargo, la mayoría de los apristas que se opusieron a la gestión de León de Vivero y a la hegemonía armandista, no acompañaron a Townsend en esa aventura. La mayoría con perfil bajo, se reintegró paulatinamente al partido o se alejaron de la política. En ese sentido el MBH no expresó nunca la fuerza que tuvo en algún momento Townsend dentro del APRA, el MBH más bien fue su negación.

¿Fue inevitable la formación del MBH? ¿Que otras opciones, salidas y escenarios alternativos tuvo Don Andrés después del ascenso de Alan García al liderazgo del APRA?. No es un secreto que Luis Alberto Sanchez y Ramiro Prialé trataron en diversos momentos de promover su reingreso, pero esta iniciativa siempre chocó con la dureza y la intransigencia de un sector burocrático integrado por dirigentes de mediano nivel, que hicieron carrera en el escalafón interno explotando el anti andresismo más caníbal. Algunos de esos dirigentes terminarían años después anclados en el Fujimorismo, y en el Antiaprismo.

También en los círculos alanistas más cerrados, un retorno de Townsend no era bien visto por las críticas y acusaciones hechas al nuevo líder del APRA, pero sobre todo porque con la exclusión de Townsend, el espacio partidario vinculado a las Relaciones Internacionales quedaba abierto y despejado, presto a ser ocupado por actores políticos venidos del velasquismo y en pleno ascenso político al interior del partido. Es ley de la política que los espacios vacíos se llenan.

Con una endeble estructura, sistemáticas deserciones y rupturas, con alejamientos que Townsend asumía como traiciones personales, con nuevos personajes ajenos al aprismo, el MBH tuvo su prueba de fuego en las elecciones municipales de 1983 y los resultados fueron devastadores. No ganó ninguna alcaldía y en Lima no superó el 2 %. Estaba claro que el pueblo aprista se mantenía en la iglesia y no le otorgaba a Townsend su confianza fuera del partido. Quienes lo asesoraron para esa aventura, liquidaron su capital político y ni siquiera lograron un espacio electoral propio. El MBH no tuvo la suerte del MEP venezolano, disidente de AD, ni la performance del Radicalismo Intransigente, otra disidencia del radicalismo histórico en Argentina.

Con el MBH Townsend siguió un camino desesperado de supervivencia política que lo llevaría a la alianza con el PPC, partido limeño que se había quedado huérfano de apoyo regional ante el camino propio seguido por Acción Popular en las elecciones de 1985. Con esa alianza, Townsend aseguró una senaduría y tres diputados, uno de los cuales, el Dr. Alberto Borea lo abandonaría al día siguiente sin mayores problemas de conciencia. Esa alianza selló el viaje sin retorno de Don Andrés, que pretendió ser usado por la derecha. Vano intento, pues en el Senado, Townsend defendió posiciones progresistas y mantuvo una línea digna de independencia política, convirtiéndose paradójicamente, en el apoyo estratégico de los senadores apristas.

Su voto fue necesario para la CPA en diversos momentos claves, como la elección de la mesa directiva para el período 1988, cuando otro disidente antialanista del PAP, Jorge Torres Vallejo candidateó para la presidencia del Senado con el apoyo de toda la oposición. El APRA lanzó a Romualdo Biaggi. La coyuntura era dramática, con los problemas derivados por la nacionalización de la banca, Biaggi salió elegido por un voto de diferencia. Ese voto fue de Townsend. Era una cuasi comedia trágica, pues Biaggi fue quién sustentó la moción de expulsión de Townsend del partido en enero de 1981. Siete años después necesitaba el voto de Don Andrés para ser Presidente del Senado y lo obtuvo.

Townsend no albergaba odios ni rencores, al fin de cuentas discípulo de Haya de la Torre y de Manuel Seoane, votó con decoro y gran sentido del humor. El electo Biaggi, agradeció a Townsend en su discurso de aceptación del cargo y rectificando anteriores conductas, lo llamó “Mi compañero de partido".

En sus memorias Roger Garaudy tiene una frase inolvidable refiriéndose a su propia disidencia, “He cambiado de comunidad, pero no de camino”, Townsend había cambiado de comunidad pero no de camino. Y seguiría encontrándose en ese camino con el APRA histórica.

ANTES DE CONCLUIR

Dos acotaciones finales en esta apretada valoración de la vida política de Townsend, por lo demás insuficiente e incompleta.

La primera, es su relación con Armando Villanueva, la cual se deterioró tras la muerte de Haya de la Torre. Compañeros y amigos de generación, la relación entre estos dos extraordinarios hombres de la política democrática peruana y latinoamericana, tiene todo los contornos de un drama Shakesperiano, donde las emociones afectivas se mezclan con las dudas, decisiones y encrucijadas en la lucha por el poder. En los momentos más duros de su confrontación, ambos se criticaron pero jamás se ofendieron ni calumniaron ni se difamaron. Existió un respeto tenso, pero respeto al fin de cuentas. Toda una vida política compartida se sustentaba en vínculos de un signo especial que sólo se reconocen en la generación fundadora del APRA y de la FAJ.

Empero la evidente incomodidad de Townsend en la formula presidencial de Armando en 1980 tanto como el explícito aislamiento al que fue sometido, conspiraron entre otros factores, contra el éxito de la campaña presidencial de ese año. Y como siempre, las intrigas de terceros terminaron de minar y socavar esa relación, que se recompuso en algo, años después.

Pero lo cierto es que ni Armando ni Andrés albergaron rencores u odios eternos. Y ello hasta el final de la vida de Townsend y lo confirma Villanueva cada vez que toca el tema.

La segunda acotación, es la referida al diagnóstico que en los años ochenta procesó Townsend respecto a la sociedad peruana, ella en buena medida estaba sesgada por un anticomunismo teórico y político intransigente, que no le permitió reconocer la fuerza y dinamismo de los nuevos actores sociales y movimientos populares que estaban reconstruyendo el orden social y político.

En ese sentido tanto Townsend, como Armando e incluso Alan García no podían sostener ya en los años ochenta un programa que aplicó el velasquismo en sus aspectos centrales. Sólo quedó la demanda de Democracia, una profundización del proyecto desarrollista, un antiimperialismo más vinculado a la soberanía estatal antes que al control de los recursos y una prédica constante de las ideas fuerza en torno al estado, la integración y la democracia funcional. La visión de Alan García en ese sentido se basaba más en una lectura sociológica radical y en una heterodoxia que tuvo su punto flaco en el voluntarismo sin actores sociales reales aliados a su proyecto.

Armando trató de tender los puentes con esos nuevos actores y Alan quiso comprometerlos directamente en su gobierno, pero la hegemonía social Izquierda Unida bloqueó esos intentos. Salvo el solitario caso de Barrantes, la izquierda era antiaprista y prefirió el hundimiento del APRA antes que una alianza o convergencia estratégica. En ese sentido Townsend no se equivocó, nunca esperó nada de esa izquierda y siempre desconfió de ella, pero la pura negación no solucionaba el problema de fondo, aunque siempre sostuvo la polémica opinión, que el APRA después de la muerte de Haya de la Torre había perdido su carácter social articulador, es decir el Perú se quedó sin su mejor instrumento vertebrador.

Saludos a todos,

Eduardo Bueno León
México DF a 2 de agosto del 2003
* Revisado el 10 de septiembre del 2009
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