Por el c. Mauricio Mulder
El exacerbado ambiente político del país le está pasando la factura a Ollanta Humala. Lo que en encuestas anteriores pudiera haberse interpretado como meros episodios coyunturales para explicar su caída, hoy resulta ser una tendencia irremediable: solo uno de cada cinco peruanos respalda al Gobierno, y no ciertamente los más pobres.
Es verdad que el escándalo López Meneses pasa la factura, pero a mi modo de ver, la tendencia tiene que ver mucho más con las características políticas del oficialismo en el segundo semestre del presente año, que con ese estallido. Se trata en lo fundamental de haber adoptado una estrategia infantil que lleva a ocultar la incapacidad de mostrar alguna obra emblemática mediante el fácil expediente de propiciar políticas de confrontación.
Alguien dijo por allí que oscuros asesores militares le habían aconsejado al Presidente crearse enemigos. Eso es típico de la visión militarista de la política que reza, como Mao, que la política es la guerra sin armas.
Y aquí aparece ocurrir que como la oposición y un gran sentimiento ciudadano han impedido, al menos por ahora, que el plan secreto de entronizar a la señora Nadine Heredia se consagre, el Gobierno ha decidido que mueran Sansón y los filisteos y dispara contra todo y contra todos para que ninguno de los opositores levante cabeza. Por eso el diálogo de Jiménez Mayor fue una paseada. Y por eso se queda Cateriano, porque se ha dedicado a ser artillero y no político. Él dispara mientras la señora Heredia decide.
Humala está pagando el precio de su propia "guerra de los pasteles", desatada por la inexplicable política de paralizar cuanta obra quedó pendiente de seguir ejecutándose. Ni un solo colegio, ni un solo hospital ni una sola carretera. Ocultar las manos vacías de trabajo bajo la empuñadura de un sable.
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