Cada vez que alguien dice que una cosa es lo peor que puede pasar, no es exacto. Siempre puede haber algo peor, como que muera Chávez y sea reemplazado por un sujeto apellidado Maduro. Como que los gobiernos que son sus amigos (por razones que es inútil enumerar) legitimen su mandato; como que poco a poco, en menos de un año, un país próspero pase a sufrir el infierno que nuestros vecinos y hermanos venezolanos están atravesando.
Cuando alguien dice dictadura y piensa de inmediato en un golpe de estado, no está necesariamente en lo correcto. Dictadura es, según el diccionario de la Real Academia, un gobierno que prescinde de una parte del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país, reprimiendo los derechos humanos y las libertades individuales. Por lo tanto, un país como Venezuela que vive esas condiciones, vive en un régimen dictatorial.
Cada vez que un gobierno democrático lanza un comunicado de gelatina, que no condena, que no repudia el cese de la libertad de prensa, la represión de la manifestación libre y ciudadana y el asesinato descarado de chicos como Bassil Da Costa expresando sentir “preocupación por lo que sucede en Venezuela” y no asco, no es un gobierno enteramente democrático o que respete las bases de la democracia, o por lo menos no lo demuestra.
Toda vez que uno dice “tenemos nuestros propios problemas para meternos en los de Venezuela” está dando su opinión y muy bien, pero nuestros problemas radican en la mala elección de congresistas (mea culpa colectivo), en el intento grosero de aumento de sueldo de los ministros, en la inseguridad ciudadana que mata todos los días gente y claro que tenemos que ocuparnos de eso, pero tenemos democracia, derechos y libertad. Debemos protegernos de que la dictadura que les guiña el ojo a nuestras máximas autoridades (quienes no la miran de frente) nos contagie. Ser solidario no significa abandonarse y a veces uno se defiende, defendiendo al otro. El que se calla es un chavista.
Fuente: La Republica
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