Si el APRA hubiera llegado al poder (1962-1968). Hoy, 2 de agosto, a 35 años de la muerte de Haya de la Torre, publicamos este extracto del contrafáctico que fue parte del conjunto de ensayos que Eduardo Dargent y José Ragas compilaron a mediados del 2012, con gran éxito.
Por Javier Barreda
"El primer día de Gobierno". Es la mañana del 28 de julio de 1962. Desde muy temprano, Haya está pensando en la imagen y voz de Manuel Arévalo, aquel dirigente obrero asesinado en 1937.
Recordó cuando lo conoció en los años de formación del partido en La Libertad. Desde muy joven, Arévalo había participado en movimientos obreros anarquistas y era el único líder al que Haya consideraba podría sucederlo si moría durante los años de clandestinidad. Recordó aquella noche cuando su imagen distante y cercana se despedía de él en uno de los refugios o “bases” donde Haya esperaba cualquier desenlace. Cuando le comunicaron la muerte de Arévalo, Haya ya se había despedido de él, en una noche más de acecho dictatorial.
Veinticinco años después, Lima estaba fría, muchos policías y militantes hacían cadenas humanas en las calles; desde la Avenida Tacna hasta la Plaza Bolívar. Era el recorrido hacia un desenlace esperado y a las vez no. A los miles de Arévalos se le debe tanto, se dijo Haya mirando al vacío por un instante. Manuel Seoane, su vicepresidente electo, le había comunicado muy temprano la llegada de varios mandatarios de América Latina y por Cuba Raúl Castro. La prensa estaba atenta al encuentro de éste con Rómulo Betancourt, Presidente de Venezuela, quien había sofocado con éxito y contundencia un levantamiento castrista en su país. Son los protocolos, se dijo Haya, que parecía pensar más en el pasado que en el futuro. Se iniciaba el gobierno al fin alcanzado luego de una elección muy reñida. “Increíble, ya no éramos mayoría”, se dijo a sí mismo. Jorge Idiáquez, más parco, le había alcanzado el discurso de investidura, “revisado por Manolo y Luis Alberto”. El carro iba lento, hacía frío y el reflejo de un sol débil acompañaba la comitiva. Haya leía en silencio. “Jefe” —le interrumpió Idiáquez, otra vez, que viajaba a su lado y que nunca le dijo “Presidente”—, “llamó temprano Lucho de la Puente, quiere conversar con usted”. Haya lo miró, siguió callado, no respondió.
Se sentía bulla. Ya estaban frente al Congreso de la República. Los honores inesperados. Retumbaban los gritos de “Haya Presidente” y “Haya, contigo hasta la muerte”; palmas eufóricas y esperanzas. Ya no era tiempo para tantas preguntas: Haya, eres el Presidente. El Jefe ingresó al recinto congresal. Casi todas las bancadas se pusieron de pie.
Saludos, vivas, nostalgias, recuerdos de tantos, la muerte de muchos, la huida de no pocos, los anónimos con sueños de justicia, los saldos del alma, familias dignas que dieron todo. Haya ya era Presidente.
Recordó cuando lo conoció en los años de formación del partido en La Libertad. Desde muy joven, Arévalo había participado en movimientos obreros anarquistas y era el único líder al que Haya consideraba podría sucederlo si moría durante los años de clandestinidad. Recordó aquella noche cuando su imagen distante y cercana se despedía de él en uno de los refugios o “bases” donde Haya esperaba cualquier desenlace. Cuando le comunicaron la muerte de Arévalo, Haya ya se había despedido de él, en una noche más de acecho dictatorial.
Veinticinco años después, Lima estaba fría, muchos policías y militantes hacían cadenas humanas en las calles; desde la Avenida Tacna hasta la Plaza Bolívar. Era el recorrido hacia un desenlace esperado y a las vez no. A los miles de Arévalos se le debe tanto, se dijo Haya mirando al vacío por un instante. Manuel Seoane, su vicepresidente electo, le había comunicado muy temprano la llegada de varios mandatarios de América Latina y por Cuba Raúl Castro. La prensa estaba atenta al encuentro de éste con Rómulo Betancourt, Presidente de Venezuela, quien había sofocado con éxito y contundencia un levantamiento castrista en su país. Son los protocolos, se dijo Haya, que parecía pensar más en el pasado que en el futuro. Se iniciaba el gobierno al fin alcanzado luego de una elección muy reñida. “Increíble, ya no éramos mayoría”, se dijo a sí mismo. Jorge Idiáquez, más parco, le había alcanzado el discurso de investidura, “revisado por Manolo y Luis Alberto”. El carro iba lento, hacía frío y el reflejo de un sol débil acompañaba la comitiva. Haya leía en silencio. “Jefe” —le interrumpió Idiáquez, otra vez, que viajaba a su lado y que nunca le dijo “Presidente”—, “llamó temprano Lucho de la Puente, quiere conversar con usted”. Haya lo miró, siguió callado, no respondió.
Se sentía bulla. Ya estaban frente al Congreso de la República. Los honores inesperados. Retumbaban los gritos de “Haya Presidente” y “Haya, contigo hasta la muerte”; palmas eufóricas y esperanzas. Ya no era tiempo para tantas preguntas: Haya, eres el Presidente. El Jefe ingresó al recinto congresal. Casi todas las bancadas se pusieron de pie.
Saludos, vivas, nostalgias, recuerdos de tantos, la muerte de muchos, la huida de no pocos, los anónimos con sueños de justicia, los saldos del alma, familias dignas que dieron todo. Haya ya era Presidente.
"Haya Presidente. Si el APRA hubiese llegado al poder (1962-1968), en Contra-Historia del Perú. Lima, 2012, páginas 93 y 94. Compilación de Eduardo Dargent y José Ragas. MITIN Editores, serie Ruido Político.
Fuente: MULA.pe
Fuente: MULA.pe
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