domingo, septiembre 28, 2014

La China y García

Eugenio D'Medina dice una gran verdad: Silenciar lo positivo es la consigna de la envidia.


Escribe EUGENIO D'MEDINA LORA 

Justo cuando se anuncia que España está por cerrar acuerdos comerciales con China por 4000 millones de dólares, ha pasado casi desapercibida en Lima la presentación del último libro de Alan García, titulado "Confucio y la globalización", hace apenas dos días. Podría entenderse como normal que no haya tanto rebote mediático, aquí donde es más noticia un affaire televisivo o los desmadres del Corredor Azul, de no ser por el detalle que ha sido presentado en la misma China, traducido al chino y ante un selecto grupo de personalidades chinas.
Sin embargo, y más allá de las envidias que ha cosechado fuera y dentro de su partido, García debe ser el expresidente más prolífico en la tarea de publicar libros del último siglo. Y ahora, se aventura, aunque seguramente con una extrema delicadeza y abstrayéndose del talante totalitario del gobierno chino, a hablar de la globalización en el país-continente donde impera el estatismo comunista más severo y donde existen restricciones a las libertades individuales que, precisamente, evitan que la globalización entre con todo a China.
Habría que preguntarse por qué nos encanta regodearnos de lo mal hecho por nuestros gobernantes y esconder lo poco o mucho de bueno que ellos produjeron. Como si a los peruanos les atrajera más la imagen de un presidente delincuente que la de un presidente intelectual. ¿Acaso será otra variante del Síndrome del Perro del Hortelano?
Más allá de que estemos o no de acuerdo con las tesis de García, publicar un libro como este, y presentarlo allá, requiere de audacia. Porque cualquiera opina de política, pero pocos dejan en blanco y negro constancia de su pensamiento político y lo someten al brutal escrutinio público. Pero claro que Alan García no es tonto ni ingenuo ni mártir. Sabe que este tipo de exposición pública limpia su imagen y le provee capital político de cara a la confrontación de 2016, justo cuando en Lima sigue pesado y denso el ambiente por acusaciones de malos manejos de funcionarios de su gobierno, en un escenario donde tiene pocos operadores políticos en su defensa.
García cosechó muchas envidias, especialmente de sus contemporáneos, a quienes rebasó desde muy joven. A ellos les quedó meterse de congresistas, como a su archirrival Javier Diez Canseco y otros socialistas que se la tenían jurada, o meterse a las universidades a medrar en ellas y jugar a solucionadores de una realidad que nunca confrontaron en el mundo real. Quienes somos de generaciones posteriores no tenemos que padecer del mismo síndrome, aunque sí le podamos reprochar por su pésimo primer gobierno, inoculado con las ideas de la vieja CEPAL y del nefasto velasquismo. Ideas que Alan García tuvo la sabiduría de transformar, ya en su madurez, en un pensamiento en las antípodas, que lo convierte hoy en uno de los estandartes latinoamericanos de la economía libre y globalizada.
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