domingo, septiembre 20, 2015

El Apra y la (otra) izquierda

Javier Barreda
Desde hace 85 años, en que fuera fundado en el Perú, el Apra ha sido un tema de reflexión, ilusión, angustia y desdén para la izquierda intelectual y política.
 
Los orígenes de la distancia. Haya de la Torre entendió, por concepción y praxis, que mejor para América Latina era la distancia del marxismo ortodoxo. Desde entonces el antiaprismo de la izquierda se fue incubando y creciendo. El Apra como movimiento popular, igual que los populismos clásicos latinoamericanos, fue el aguafiestas de un relato clasista que los trabajadores tenían científicamente que abrazar. Pero el pueblo, o las alianzas de clases, como expresión de lo nacional y lo antioligárquico sintonizó en su mayoría con los “aprismos”, las izquierdas democráticas y los populismos latinoamericanos. En el Perú, Haya de la Torre, por su carisma y lucidez, pasó a ser el “enemigo” mayor de una izquierda que veía que  “los explotados no abrazaban la revolución. ¿Era un pueblo reformista? Tal vez. O era una sociedad que en su mayoría apostaba con equilibrio a un cambio más  viable; menos utópico o explosivo.
 
Los años 80. Ahora no podemos generalizar absolutamente esa tensión. A pesar que Barrantes se fue del Apra en los 60, su capacidad y liderazgo explicó en gran parte el crecimiento de la izquierda en los años 80 y tuvo buenas relaciones con el Apra; discrepante de los sectores más ideologizados (mesocrático, intelectual y más radical) y distante del extremismo de aquella derivada demencial, genocida e inútil que fue Sendero Luminoso, que ensangrentó al país, incluyendo a 1,300 apristas victimados. El primer gobierno expresó sus límites cuando en los 80, en medio de un país acosado por el terrorismo y la crisis internacional, el Apra implementaba y la izquierda proponía respuestas marcadas por una visión estatista que se heredó desde las ”fuentes primigenias” de los 30, del dependentismo aún latente y de las  reformas de Velasco Alvarado.
 
Los años 90. A finales de los 80 el Apra y la izquierda derrotaron a Vargas Llosa y a la “derecha unida”. Pero a un costo muy alto. Fujimori, el portador del no-shock, la tecnología y la honradez, tras el golpe de Estado del 5 de abril, llevó al país por un conjunto de reformas estructurales de mercado que sintonizaron (es cierto) y a la vez consolidaron un país más pragmático, individualista e informal. El ajuste detuvo la crisis y la inflación, pero informalizó y desestructuró instituciones. El fujimorismo inyectó por la yugular al Perú más virus de antipolítica, cultura antipartido, eficientísimo por resultados. Desde el Apra y las izquierdas hubo una oposición consecuente.  Pero justo en esa década, el Apra sin Alan García y la izquierda desunida y ya sin Barrantes obtuvieron sus peores resultados electorales.
 
En la democracia posfujimorista. Con el retorno de la democracia el Apra llegó al poder, primero en las regiones y luego a la presidencia. En el primer caso, la emergencia de líderes independientes y movimiento antisistema (Cajamarca, por ejemplo), desbordaron al Apra regional.  En el segundo caso, del 2006 al 2011, el Apra tuvo mejores resultados. Lo crítico fue el 2011, cuando no consolidó por temas internos una candidatura presidencial.   Pero, la izquierda no levantó cabeza  no lideró nada realmente propio (salvo la primavera de Lima con Villarán). Apoyó a Toledo y a Humala (sin mayor protagonismo que algunos puestos en el Estado).
 
Para la izquierda el Apra se ha derechizado (aunque si uno ve la historia no es novedad). Hoy es el  argumento  de sus intelectuales  e historiadores (sin decir qué política concreta es de izquierda hoy). No hace de derecha al Apra que reconozca el mercado,  la inversión y la necesidad de ser más competitivos en un marco de justicia social y libertad. Esta fórmula redujo 20 puntos la pobreza  y  mejoró la distribución del ingreso en su segundo gobierno. Encapsular a todo lo diferente como de “derecha” es un sesgo que la izquierda no superará.
 
¿Futuro diferente, Perú escurridizo? La izquierda busca una unidad ya inalcanzable; es una utopía sin causa y sin bases.  La confusión va desde un silencio ante el chavismo, nostalgias por la “gran transformación” hasta aliarse a los fonavistas. Lo cierto es que sectores populares pueden demandar cambios o criticar al modelo, pero ello no hace un “voto de izquierda”. Es un voto crítico y demandante de ciudadanos C, D y E que quieren educación, empleo, seguridad; es una ciudadanía redistributiva, emprendedora y aspiracional a la vez; pero no antimercado (a pesar de núcleos críticos a  la gran inversión).
 
El Apra se aproxima mejor a ese nuevo Perú escurridizo,  aunque tampoco  lo termina de  entender y sintonizar como partido.  Se abren las  posibilidades electorales al 2016. El Apra puede ganar, no sólo por la Encuesta del Poder que anuncia un posible triunfo de Alan García; sino porque el Perú siempre busca un equilibrio que el Apra (por origen, experiencia y propuestas) podría expresar mejor en estos tiempos de aspiraciones por cambio, seguridad y bienestar. Entonces, es más probable que aquella ciudadanía C, D y E crítica, opte entre el Apra o el fujimorismo (u otro  independentismo pragmático), distanciándose más de aquello que  aún se llama izquierda en el Perú.
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