Si uno observa el problema de Cuba en estos tiempos, después de 48 años de inmovilidad, uno puede entender, o al menos sospechar, por qué la isla ha quedado petrificada en el tiempo. Es como si el viento ha dejado de soplar en la isla. No se mueve una hoja. Castro no ha muerto. Pero es como si, en rigor, ya estuviera momificado. No asoma la cara. Si alguna vez aparece es para decir cosas antiguas, hablar de fenómenos extraños. Su rostro, cuando lo asoma, inspira cierto temor.
Algunas gentes en la isla, aficionadas a los misterios, tal vez sospechan, alguna que otra vez, que el hombre ya ha muerto y que alguien ha descubierto un procedimiento mediante el cual los muertos simulan la vida. No se sabe quien le escribe las cosas que dice, pero es obvio que hay alguien detrás de sus dichos. Alguien le escribe lo que debe decir. El país no se mueve. Los presos siguen presos porque tienen miedo soltarlos. Piensan que si los sueltan las gentes van a empezar a sospechar que algo está ocurriendo, que ya no tienen el valor que hace falta para mantenerlos encerrados. Temen que si ofrecen alguna señal de cambio, alguna flojera, las gentes del pueblo podrían interpretarlo como que ha llegado al fin la libertad.
"Que no se mueve nadie", es tal vez la consigna. Después de 48 años, que pronto serán 49, todos los viejos revolucionarios, los hombres de la Sierra, los héroes de las gloriosas jornadas, están ya en la extrema vejez. Es cierto que se tiñen el pelo. También lo es que a veces tienen que moverse con bastones. Pero siguen hablando de la revolución de hace casi medio siglo. Cuando muere alguno de los viejos hay orden de no darle mucha publicidad al sepelio. Hay que crear la imagen gloriosa de la invencibilidad de los patriotas.
Ha durado tanto la revolución que ya pocos se acuerdan de cómo fue la cosa. Los viejos van perdiendo la memoria. Fidel mismo a veces empieza a hablar de cosas misteriosas e irreconocibles. Los que lo oyen no se atreven a contradecirlo. Además, es que están convencidos de que cuando Fidel habla todo lo que dice es verdad.
La mayoría de los cubanos, de todas las edades, están agachados. Ya no se atreven a soñar con cambios. Es que, además, le tienen miedo a los cambios. Si hay cambios es que entonces habrá muchos muertos. Mejor es que las cosas sigan así como están. Dios sabe lo que hace.
En el extranjero, especialmente en los Estados Unidos, todavía hay viejos que piensan en cambios y en nuevos amaneceres. Recientemente, un viejo general llamado Rafael del Pino, un héroe de la revolución que una vez hace años, agarró un avión y se fugó hacia el norte, acaba de anunciar un majestuoso plan para resolver todos los problemas que agobian a la isla. Es probable que el viejo general se haya pasado muchos años elaborando su plan. El general ha pensado en organizar una transición. "Todos ganamos si hay una transición", ha dicho el general al publicar su plan.
El General, en un largo texto publicado en la prensa, titulado La Hora de las Negociaciones, sugiere que Washington negocie con Cuba la solución de todos los problemas pendientes. Habla de las inversiones americanas en Cuba y casi que las da como seguras. La suya es una idea brillante que a nadie se le había ocurrido hasta ahora. Sabe, por ejemplo, cómo poner a funcionar las empresas del país. Promete la economía de mercado. Inclusive se le ha ocurrido la brillante idea de establecer en Cuba una bolsa de valores. En suma, el General que hace años agarró un avión y le dio la espalda a Fidel para caer en Washington parece haberse dedicado a realizar estudios muy serios y ahora nos ofrece generosamente el resultado de sus cavilaciones. Hay que agradecerle su generosidad. Es una lástima que Del Pino no haya contado con Fidel Castro para desarrollar sus teorías. Lo cierto es que el gobierno de Cuba no quiere mover nada porque saben que si lo hacen se caen todos los viejos. Lo que queda es un régimen prendido con alfileres.
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