domingo, febrero 10, 2008

TRIBUTO A MANUEL ARÉVALO

Por: Gérman Luna Segura
Director de la Tribuna


El presidente Alan García insiste sobre la pertinencia de un texto que recoja la historia del aprismo, pero en la vida de sus más entregados militantes. Tarea pertinente que nos trae el recuerdo de ilustres compañeros que desde sus bases y anónimamente, construyeron ese aprismo de entrega que el mismo primer mandatario, bebió desde el hogar familiar y que constituye un tesoro pocas veces visto en la historia política de nuestra patria.

Pero dentro de ese registro la presencia de Manuel Arévalo sin duda que destaca. Héroe cuya vida es la expresión genuina de la rebeldía popular, es considerado el luchador social más importante que produjo el siglo XX y su talento, acompañó al fundador del aprismo Víctor Raúl Haya de la Torre –quien no dudó en sindicarlo como su sucesor-, en esa visión heterodoxa de buscar el bienestar para los demás construyendo un partido.

Arévalo es ejemplo. Nació en medio de una familia humilde, fue peón en cañaverales norteños desde los 13 años de edad y tuvo que abandonar la escuela por sólo 25 centavos de jornal diario que le servían para atender las necesidades de su angustiada madre, quien padecía de una penosa enfermedad.

Aprendiz de mecánica, se comprometió con las jornadas de lucha por las ocho horas de trabajo y fue despedido. Se afincó en Trujillo, en el asiento minero de Quiruvilca, para finalmente, abrir un pequeño taller de mecánica en el “barrio Unión” de Trujillo donde integró el “Grupo Norte” con Antenor Orrego, César Vallejo, Alcides Spelucín y el propio Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros.

Su sed de justicia lo llevó a los 23 años a enfrentar en Casagrande su primer pliego de reclamos, y a los 28 años, como parlamentario, a defender sin tregua a los trabajadores. Libró jornadas de lucha que encendieron la conciencia obrera y, en medio de la explotación gamonal en las haciendas azucareras, su voz también se alzó con el justo reclamo y organizando a los trabajadores. Hombre que le arrancó a la cultura el significado de la vida, fue un autodidacta que supo beber de la inteligencia de sus hermanos estudiantes lo mejor del humanismo, marcando la diferencia entre el simple reclamo y el sindicalismo solidario que lo llevó a la política casi simultáneamente con su primer conocimiento del aprismo. Fue un gran organizador de esa red que el pueblo orquestaba bajo el nuevo movimiento aprista y cuyo mandato se hizo imperecedero: “Fe, Unión, Disciplina y Acción”.

Hizo política y se hizo político. Fue de los buenos, de esos que entregan su vida por las causas que los animan y enseñó con el ejemplo de su propia honestidad de que lado está el deber. Manuel Arévalo Cáceres, líder de los trabajadores organizados, hombre de pueblo, congresista y dirigente del aprismo, pagó caro el afecto de su pueblo. Salomón Arancibia, el mismo miserable que traicionó a Manuel “Búfalo” Barreto cuando la Revolución de Trujillo, también a él lo delató.

Una tensa mañana del 15 de febrero del año 37, dos agentes del régimen de turno, entre el pueblo de Huarmey y Pativilca, en una zona llamada Colorado Chico, donde desde 1946 se yergue altiva y victoriosa una Cruz al lado de la carretera, le descerrajaron las balas que mataron por la espada sólo el cuerpo del hombre, pero sin poder matar a Manuel Arévalo, nuestro querido Manuel, un hombre cuya presencia y valor hacen falta ahora, sobre todo, para dignificar la política y elevar la moral pública.
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