Por el c. "Jefe" Víctor Raúl Haya De La Torre
La publicación en Lima de la cuarta edición de “El Antimperialismo y en APRA”, -el libro normativo del Aprismo Continental que escribí en 1928 en la ciudad de México-, actualiza el hecho histórico de la vigencia de su ideario como guión integracionista, antimperialista y transformador de las estructuras económico-sociales de la América Latina.
Cuatro prólogos escoltan esta última edición del libro fundamentalmente del Aprismo. Ellos ayudan al lector a enfocar precisamente el movimiento aprista en el cambiante escenario continental y mundial del último medio siglo de 1924, año en que la Alianza Popular Revolucionaria Americana fue fundada, a este de 1972 en que vivimos, han ocurrido extraordinarios sucesos planetarios: El Fascismo Italiano y el Nacional-Socialismo Alemán surgieron, predominaron y perecieron catastróficamente en la más terrible guerra que la humanidad haya sufrido. Durante ese mismo lapso la Revolución Rusa, que soporto por tres décadas la sangrienta tiranía de Stalin, salvó victoriosamente de la colosal conflagración bélica, en alianza, primero, con el Nazi-Fascismo y después con los Estados Unidos y el Imperio Británico.
Pero durante ese mismo periodo Rusia Soviética no ha podido implantar el régimen del “socialismo científico” que Marx describió como “victoria final” de la revolución proletaria. Y ha quedado estancada en el sistema del Capitalismo de Estado que Lenin implantó en 1920. Dentro de ese sistema capitalista estatal, ha llegado a su “etapa superior de desarrollo” y ha alcanzado, por tanto, su definida categoría presente de super-potencia imperialista.
Este proceso paradojal de Rusia “revolucionaria” transformada en un “social imperialismo” Capitalista de Estado, -paralelo y rival del otro imperialismo descrito por Lenin en su libro “El Imperialismo Etapa Superior del Capitalismo”-, ha sido seguido y detectado por el APRA a lo largo de los 48 años de su lucha ideológica con el comunismo. Así, en el Cap. III de mi libro de 1928 advierto que “Rusia no es todavía un país donde impere el socialismo”. Y en el prologo de la primera edición chilena del mismo libro (1935), repito que: “Rusia será socialista” pero que “no lo es todavía”. Agrego que “el socialismo ruso debe considerarse como una cuestión de fe pero no como una cuestión de hecho”. Y más adelante añadió estas palabras: “… desde el punto de vista de las relaciones internacionales económicas y políticas de Estado Soviético se haya obligado a convivir con el mundo social que creyó derribar, formando parte del engranaje capitalista que proclama suprimir”. (Véase 4ta. Edic. pág. XXIV o 2da. Edic. pág. 24)
En los últimos dos prólogos del mismo libro -3ra. Y 4ta. Ediciones- confirmo esta tesis a la luz de los hechos contemporáneos: Rusia no ha llegado a ser un país en el que rija el “socialismo científico” que Marx definió. Y digo en la última de mis notas prefaciales a la edición de libro de 1972: “Aplicada así a la revolución rusa la dialéctica hegeliana de la síntesis de los opuestos, que es norma del marxismo canónico, puede aseverarse que Rusia revolucionaria permanece congelada o estanca en su “primera negación” de la sociedad capitalista burguesa. Y que le faltaría “la negación de la negación” para alcanzar el último peldaño de la escalera que conduce al socialismo del que habla el ya citado libro de Lenin. (El Capitalismo de Estado y el Impuesto de Especies, 1920)…
Analizando bien estos conceptos aparece evidente que las tesis apristas son irrefutables: dos superpotencias capitalistas que han alcanzado su “etapa superior de desarrollo” se enfrentan competitivamente por el poder mundial: los Estados Unidos que encabezan el Imperialismo del capitalismo privado y Rusia que encabeza el imperialismo del capitalismo de Estado.
Estos dos máximos imperialismos se hallan ante una alternativa: o destruirse por la Guerra Atómica-nuclear, en una loca aventura suicida en la que no habría victoriosos, o coordinarse como “socios” en un plan de “coexistencia pacífica”.
Después de la visita de Nixon a Moscú y de las gigantescas inversiones de miles de millones de dólares americanos en Rusia que están realizando las más grandes empresas capitalistas yanquis (“Occidental Petroleum”, “General Electric”, “I.T.T.”, “General Dynamics”, “radio Corporation of America”, etc.), y las del Mercado Común Europeo (“Fiat”, “Olivetti”, empresas británicas y alemanas), no puede dudarse de que “la coexistencia pacífica” de los dos mayores imperialismos del mundo ha comenzado ya…!
Este imperio bicéfalo caracteriza a los grandes países desarrollados de nuestro siglo. Frente a ellos están los pueblos subdesarrollados de tres continentes.
Y el APRA sostiene desde 1928 que éstos tienen que tratar con aquellos. “¿Cómo tratar?: ¡he ahí la gran cuestión!”.
Vale decir que, indefectiblemente, deberá haber también “una coexistencia pacífica” entre las zonas subdesarrolladas y las desarrolladas del orbe. Porque dice la tesis aprista que “ningún país subdesarrollado podrá salir de su retraso sin la ayuda económica y tecnológica de los países desarrollados”.
Y este anunciado es, a no dudarlo, un apotegma político-económico contemporáneo.
De esta nueva misión aprista del mundo, -desde lo que nosotros llamamos “el espacio-tiempo latino o indoamericano”-, se infiérela comprobación de otras tesis apristas hasta ahora nunca impugnadas: la primera de ellas es la bien conocida de que “el imperialismo es la ultima o superior etapa del capitalismo”, pero sólo en los países desarrollados. En los subdesarrollados es la primera o inferior etapa.
La otra tesis aprista, tampoco contradicha, es la que dice que en los países de desarrollo, crecimiento o cambio económico, sus clases sociales también se hallan en devenir o evolución. Consecuentemente, -dice la tesis aprista-, “la lucha por el desarrollo no es una lucha de clases sino de pueblos”.
Lo cual justifica otro enunciado aprista a favor de los movimientos de frente único de masas –y no los importados partidos “de clases” de molde europeo- con que el aprismo justifica su “alianza popular” de trabajadores manuales e intelectuales. Es este modelo el seguido ahora por la “Unidad Popular” de Chile, o el “Frente Amplio” de Argentina y Uruguay, o de la “Alianza o coalición” de partidos gobernantes en Bolivia. Con otras palabras, la adopción de normas de democracia social para la lucha por un cambio de estructuras que corresponda a las etapas cambiantes de los pueblos en desarrollo económico.
Si recordamos que sostuve en una serie de conferencias en la Universidad de Montevideo en 1954, que el avance de la ciencia atómica aplicada a la guerra demuestra que en caso de una conflagración nuclear los desastrosos resultados demostrarían que “la violencia ya no es la partera de las historia”, como dijo Marx, “sino su sepulturera”, tendremos que reconocer que el APRA se anticipó en muchos años en la previsión de la peripecia mundial que hoy vivimos.
No es, pues, ni exagerado ni impertinente afirmar ya, con muy buenas razones, que el APRA señaló, con muchos años de adelanto, el rumbo futuro de la América Latina, demostrando un acierto incomparablemente mayor al de cualquier otro ideario político; ya importado de Europa o ya concebido en cualquiera de los países que integran nuestra gran nación latinoamericana.
Setiembre de 1972.
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