ARMANDO VILLANUEVA: “LA VIDA ES UNA ILUSIÓN Y UN DEBER"
Los años arrugan la piel, pero la falta de entusiasmo arruga el alma. En ese sentido, Armando Villanueva está condenado a la mocedad. Mañana cumplirá 95 años y mantiene la mejor de las virtudes: el buen humor. Con total desparpajo (y sin falsos dramatismos) nos muestra el lugar de su sala donde quiere ser velado. En esta conversación comparte sus recuerdos más antiguos. Al fin y al cabo, una vida es su memoria. El tiempo arrebata la vida, pero devuelve la memoria.
¿Cuál es la imagen más antigua de su vida que recuerda?
Es muy difícil. Quizá mi primera imagen sea la de Chosica en 1919. Tenía 3 años y medio. Jugaba con barro a hacer nueces de nogal, que poníamos en papelitos de colores. Y a los 4 años me escapé de la casa de Chosica (ríe).
¿Por qué?
Fíjese que Chosica Alta era de la alta burguesía, mientras que en Chosica Baja había una peluquería, una carnicería, una pulpería, el teléfono, la farmacia. Yo vivía en Chosica Alta y había que cruzar el río Rímac en un puente que da a la estación, donde quedaba el hotel ‘De La Estación del Ferrocarril’. Allí conocí al mariscal Cáceres.
¿Llegó a conocer a Andrés Avelino Cáceres?
Sí, a los 4 años, porque el mariscal Cáceres vivía en Chosica. Se sentaba al mediodía en una banca y lo rodeaba la gente, mi madre entre ellas. Y un día me lo presentó. Cáceres era un hombre alto, canoso, con un ojo medio ido, había sido tuerto.
Usted vivía en Chosica porque sufría del asma, ¿no es verdad?
Todos los años iba a Chosica en invierno. Hasta que en 1935 me enfermé del pulmón y ya me quedé allí diez meses. Ya yo estaba en política. Ya yo había estado preso.
Don Armando, su padre fue médico de Augusto B. Leguía.
Sí, desde 1909, durante su primer gobierno. Él estuvo en la casa del presidente Leguía en 1912, cuando la asaltaron. Junto con unos pocos amigos defendió la casa –con revólver en mano– hasta que llegó la Policía. Mi padre luego formó parte de la conspiración para derrocar al presidente (José) Pardo y llegó a ser diputado en 1924 por la provincia de San Martín. Era un hombre un poco extraño.
¿Por qué extraño?
Nació durante la Guerra con Chile. Fue montonero de Piérola a los 19 años, mientras estudiaba medicina. Fue gonzalezpradista, anticivilista y, por ende, devino en leguiísta. Mi padre no era creyente y propuso que los hospitales de la Beneficencia –que eran de la Iglesia y de gente rica– pasaran al Estado, lo cual provocó un escándalo.
Si su padre era extraño, ¿cómo era su madre?
De mi madre tengo recuerdos sublimes. Se sacrificó mucho por mí en las horas de persecución y de exilio. Mi madre fue una mujer culta. Dejó escrita una enciclopedia de artes manuales que no se ha llegado a publicar. Era católica. Qué más puedo decir.
Ella fue hija del coronel Del Campo, quien peleó en la Guerra con Chile.
Sí. ¿Alcanza usted a ver ese diploma en la pared?
Sí, ¿qué es?
Es un diploma del Congreso de 1995, en el que se reconoce como benemérito de la patria al coronel Ezequiel del Campo, por haber preparado y hecho buen uso de los torpedos con los que se hundieron al Loa y a la Covadonga, barcos chilenos durante la guerra.
¿Su abuelo murió en la Guerra del Pacífico?
No, pero sí murieron sus dos hermanos. Murieron en el Morro Solar. Por eso en el Club Regatas está el nombre de mi tío (abuelo) Enrique del Campo, muerto en el Morro Solar y socio del Regatas. Algo que poca gente sabe es que Miguel Grau era socio del Regatas.
A usted lo encierran por primera vez en prisión el día de su cumpleaños en 1934, ¿no es así?
Sí, me llevaron a El Frontón. (Oscar) Benavides había establecido un gobierno llamado de ‘Paz y Concordia’. Pero en 1934 comenzó a declinar la concordia y el partido vislumbró que se venía una persecución. Tomamos la iniciativa y la perdimos. Realizamos una sublevación en Lima, Cajamarca, Huancayo, Ayacucho y Huancavelica. A la juventud del partido le correspondió tomar el Cuartel Barbones, que era el arsenal militar del Ejército.
Es decir, usted participó en el asalto al Cuartel Barbones.
La guardia estaba comprometida con nosotros, pero cambiaron de guardia a último momento (ríe). Y nos recibieron a balazos. Entonces, tuvimos que retirarnos y en la retirada nos cogieron. Éramos doscientos. Estábamos sin armas. Habíamos llevado solo unos morrales para llenarlos de balas. Nos llevaron al cuartel y al día siguiente, a El Frontón.
¿Cuántas veces estuvo en El Frontón?
Cinco veces. Yo he tenido 7 años de prisión y he estado en casi todas las prisiones. Estuve en la Prefectura Brigada Política, en la Brigada Criminal para Delincuentes Comunes, en la Penitenciaría, donde ahora es el Centro Cívico.
¿Qué le hizo la cárcel a usted?
Me dio más serenidad ante la vida. Aprendí a no tener odio y a saber perdonar.
Es extraño. Un personaje como el ‘Che’ Guevara decía que si uno era activo, la cárcel lo volvía agresivo; y si uno era agresivo, la cárcel lo volvía implacable.
No. A mí la prisión me dio mucha calma, mucha serenidad. No fue conformismo. Yo no perdí mi rebeldía. Quizá acentué la rebeldía porque varias veces estuve castigado, aislado. Sufrí por mi rebeldía, pero nunca tomé las cosas con odio. Tengo la satisfacción moral de no tener odio por nadie que me hizo daño. Y algo más. Lo poco que sé en la vida lo adquirí en la prisión, no en la universidad.
¿Cómo así?
Leyendo.
¿Cuál fue el peor castigo que recibió en prisión?
Una vez, en la Brigada Criminal (en la hoy avenida España) me dejaron quince días en una celda tan angosta que no podía abrir completamente los brazos. Y estaba llena de chinches. Los chinches me provocaron una septicemia y me tuvieron que sacar muy grave. Como le dije la vez pasada, yo tengo buen humor y una vez nos atribuyeron ser autores de unas bombas.
Déjeme adivinar… las llamadas ‘bombas psicológicas’.
Así es. Las psicológicas.
Pero usted ha dicho que estas hacían bulla, pero no daño.
Sí, porque dependía de dónde las ponías. Las poníamos lejos, donde nunca mataban a nadie.
¿Y usted preparaba las bombas?
Sí y todavía sé preparar. Cuando usted se anime, me avisa (ríe).
Se lo agradezco, pero me declaro un inútil.
Bueno. Las ‘psicológicas’ eran un cartucho de dinamita con un fulminante. Yo nunca maté a nadie, pero sí me batí dos veces. Fue cuando nos atacaron en una casa y tuvimos que disparar para escapar. No cayó nadie muerto, pero a compañeros míos sí los mataron. Y le voy a contar una anécdota muy linda de Polo Campos. ¿Sabía usted que él fue policía?
Así es. Lo entrevisté hace unos días.
Ahhh… Polo Campos fue policía, pero no soplón.
Explíqueme eso.
Un día, al salir de una casa me detuvieron. Uno de los policías me pidió mis papeles, vio mi nombre y dijo que yo tenía una orden de prisión. “Sigue caminando”, me ordenó. Y cuando llegamos a la esquina me dijo: “Mira, tú tienes orden de prisión política. Yo soy policía y persigo criminales, pero no soy soplón. Así que aprovecha y escápate”. Era Polo Campos, el compositor.
Qué buen recuerdo. Imagino que el momento en que usted conoció a Haya debe ser uno de los recuerdos más importantes de su vida.
La primera vez que lo vi fue cuando regresó a Lima, luego del exilio. Caído Leguía (en 1930), Haya vino como candidato a la Presidencia y yo estaba entre la multitud que lo recibió. Pero la primera vez que conversé con él fue cuando me eligieron secretario general de la Federación Aprista Juvenil.
¿Qué impresión le dejó Haya esa primera vez?
En primer lugar, Haya estaba con blue jean, alpargatas y camisa abierta. Desde ahí hubo confianza. Era muy reilón. Nos comenzó a contar cómo era la juventud en otros países. Haya de la Torre fue siempre maestro. Durante la persecución yo estuve con él algunas veces oculto. Por las noches mirábamos si había vigilancia, y él leía y nos daba a leer a nosotros. Yo leí los Diálogos de Platón. Yo no leí por la universidad, sino por Haya de la Torre en la clandestinidad. Nunca en los momentos más difíciles dejaba de ser maestro.
¿Cuál fue el momento más emotivo que pasó con Haya?
El de su muerte.
Pero era un momento que ya ustedes esperaban.
Le voy a contar algo que nadie sabe o lo saben muy pocos. Haya ya estaba sentenciado, moría de todas maneras y tuvimos una reunión de la Comisión Política en la casa de Vitarte. Estábamos Carlos Manuel Cox, Ramiro Prialé, Luis Alberto Sánchez, León de Vivero, yo y Luis Felipe Rodríguez. Creo que también Townsend y el doctor Pinillos. Haya estaba en su dormitorio. Ya tenía un cáncer irreversible y el tema de la reunión era: se le dice o no se le dice.
Se le dice o no le dice a Haya que iba a morir.
Así es. Yo estaba de acuerdo con que se le dijera. El médico Pinillos también, al igual que Carlos Manuel Cox. Los demás enmudecieron. Entonces, Pinillos y yo fuimos a verlo. Haya nos preguntó: “¿Qué hay de nuevo? ¿Qué dicen de mi enfermedad?”. Pinillos le dijo: “Bueno Víctor Raúl, tenemos que decirte la verdad. Tu mal es irreversible”. Él preguntó: “¿Cuánto tiempo?”. “Corto tiempo”, fue la respuesta. “Bueno, ya entraremos a la historia”, dijo e inmediatamente cambió el tema de la conversación. Lo tomó muy natural.
Don Armando, ¿y usted entrará a la historia?
Ya le dije la vez pasada. Me enterrarán muy bien y después me olvidarán. Ya tengo el sitio indicado donde me van a velar. ¿Quiere conocerlo? Empújeme.
Villanueva Pesa más de lo que uno imagina. En el camino nos cuenta que, a pesar del apodo de ‘Zapatón’, él solo calza 42. Luego de empujar su silla de ruedas, nos muestra el rincón de su sala donde será velado.
Así que este es el lugar.
Sí. Aquí va a estar mi cajón, que aún no lo he comprado. La gente llegará, dará una vuelta, me mirará y dirá: ‘Qué bien está, ¿no?’.
¿Y le tiene miedo a la muerte?
No, miedo no. Yo soy socrático. Lo que sí creo es que, después de la muerte, no hay nada.
¿Y eso no le da miedo?
No, me da pena. Me gustaría creer que hay vida después de la muerte.
Dígame, un hombre de 95 años, ¿qué piensa de la vida?
Que la vida es una ilusión. Me vuelvo poeta. La vida es un deber. Kant dijo: “Soñé y creía que la vida era ilusión. Desperté y comprendí que era deber”. Eso es lo que creo yo de la vida.
Michael A. Zárate
FUENTE:
Diario 16
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