domingo, noviembre 07, 2010

Última rebelión del APRA

Este año se ha cumplido el 62 aniversario de la rebelión del 3 de octubre de 1948. Ese día se sublevó la armada y fallaron el ejército y la aviación, que originalmente habían estado complotados para derrocar al presidente José Luis Bustamante y Rivero. Los jefes de la sublevación no eran generales, sino oficiales de mando medio con apoyo de tropa. Todos tenían conexiones y simpatías con el APRA, que había alentado dos conspiraciones distintas. En primer lugar, la que efectivamente estalló esa madrugada, planeada para capturar el poder, como en Trujillo 1932; es decir, a través de una lucha necesariamente cruenta protagonizada por militantes civiles y oficiales rebeldes para capturar los cuarteles. En segundo lugar, el comando aprista había organizado otro plan, dirigido exclusivamente por generales, que tomarían el poder mansamente, depondrían al presidente y convocarían elecciones. Haya de la Torre había preferido este segundo y postergado el primero, sin cancelarlo completamente.Sucedió lo habitual.

Los encargados del primer plan sintieron que su esfuerzo sería en vano si no se concretaba. Entonces, decidieron actuar sin autorización. Los marinos complotados, comandados por el comandante Águila Pardo, tomaron el BAP Grau y otros barcos de la armada, incluidos dos submarinos. Asimismo, capturaron el Arsenal Naval y el Real Felipe, donde participaron numerosos civiles apristas. Pero el batallón del ejército en el Callao resistió y, sobre todo en Lima, no se sublevaron ni la división blindada ni la base aérea de Las Palmas, que habían estado comprometidos.

Armando Villanueva en “La Gran Persecución” cuenta que estaba en el diario La Tribuna y se enteró de la sublevación de El Callao. Los líderes apristas se reunieron de emergencia y al conocer la identidad de los sublevados decidieron ayudarlos. Haya de la Torre contactó con los generales que estaban tramando el segundo plan, incluyendo al general Marín, luego fundador del CAEM. Ellos contestaron negativamente, porque no podían sumarse a un movimiento iniciado por subalternos. Luego, los militantes del partido fueron contenidos de participar en una sublevación que en la dirigencia ya consideraban un aborto.

Posteriormente menudearon las acusaciones de traición entre los participantes. El mayor Víctor Villanueva quien anteriormente había liderado a los defensistas apristas, denunció a la dirigencia por impedir que los militantes asalten los cuarteles del ejército. Por su parte, la versión aprista contraataca al mayor Villanueva, por haber dejado sin respaldo militar a los marinos sublevados. Otros protagonistas, como Luis Chanduvi, también han dejado memorias amargas y desengañadas. Pero los recuerdos más vívidos a este respecto corresponden al teniente Juan Manuel Ontaneda.

De acuerdo con Ontaneda, al regresar a la isla San Lorenzo, donde estuvo el último campamento de la rebelión, fue convocado por Águila Pardo para sostener una reunión, que se desarrolló en el BAP Palacios, donde los oficiales fueron rodeados por marineros que se habían sublevado con ellos. Se trataba de un grupo numeroso; luego de la derrota, fue arrestado el 16% del personal de la marina. En ese momento estaban nerviosos y arrepentidos. El combate había sido feroz y habían caído numerosos soldados, marineros y civiles. Dominaba el miedo. Se reunieron los oficiales para tomar una decisión. Águila Pardo quería una rendición con honores, pero ocurrió que mientras el comandante hablaba algunos marineros los apuntaron. A Ontaneda lo desarmaron por la espalda y cuando Águila Pardo sacó una pistola, le dispararon y cayó muerto. Ontaneda recibió un balazo en el hombro, y el dolor le hizo perder el conocimiento. Al despertar estaba solo; todos habían huido, no había nadie más que él y el cadáver del jefe de la rebelión.

Los victimarios se habían entregado a la armada; asustados por sus actos, querían rendirse ante los almirantes a toda costa, mataron para ello y se espantaron de su propia violencia. La traición aparece entre quienes son arrastrados a la lucha sin conocer su propósito final. Por ello, es tan frecuente este tipo de acusación en la historia nacional. Corresponde a un país donde sólo las elites participan en la esfera política, sea en el gobierno o en la oposición. De este modo, si los protagonistas no están íntimamente convencidos, el cambio de bando se vuelve una actitud muy habitual en toda gran crisis.

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