Por: Roberto Abusada Salah - Economista
La historia del siglo XX nos mostró cómo Francia y Alemania tuvieron que vivir dos terribles guerras antes de convertirse en los principales aliados de la Unión Europea. En 1919 el joven John Maynard Keynes se retiró de la delegación inglesa en la Conferencia de Paz de París asqueado por la crueldad abusiva y miope de la que Alemania fue objeto en el Tratado de Versalles. La dureza de las reparaciones punitivas exigidas a Alemania no era otra cosa que el deseo de venganza de Francia por la humillación que Alemania le infligió al fin de la guerra franco-prusiana cincuenta años antes. Keynes escribiría luego su profético libro “Las consecuencias económicas de la paz” (1919), en que previó el espíritu de encono del pueblo alemán, que luego aprovecharía el partido nazi y traería nuevamente miseria a Europa entera en la Segunda Guerra Mundial.
El fallo de ayer de la Corte Internacional de Justicia trae consigo el extraordinario potencial de terminar con el trauma psicológico y político que produjo en el Perú la Guerra del Pacífico. A pesar de no tener reclamos territoriales con Chile, porque fueron zanjados definitivamente en el tratado de 1929, el diferendo sobre la delimitación marítima ha evocado la incómoda relación con el vecino del sur. El diferendo marítimo era de insignificante importancia económica si se le compara con la mutilación territorial sufrida por el Perú a consecuencia de la guerra con Chile, pero no cabe duda de que ha servido para atizar viscerales sentimientos que debieron haber desaparecido hace ya mucho tiempo.
Al cerrar el fallo de La Haya toda disputa, se abre una oportunidad para dejar definitivamente atrás todo rencor y profundizar sin resquemores una potente alianza con un país que es de facto nuestro socio natural.
La similitud de las políticas públicas que se aplican en el Perú y Chile, sus aperturas al mundo y sus vocaciones de alcanzar la categoría de países desarrollados han hecho desde tiempo atrás que las relaciones de comercio e inversión sean más intensas que las que hemos tenido con los países de la Comunidad Andina, de la que Chile se retiró hace 36 años. Junto con Colombia y México, hemos creado un espacio económico enorme en la Alianza del Pacífico basados en nuestra visión compartida del desarrollo, progreso e integración.
A partir del fallo de ayer, tanto el Perú como Chile deben embarcarse en el desarrollo de una agenda multidimensional común que abarque las áreas de infraestructura, energía, industria, pesca, innovación, educación e incluso política.
Hoy Chile ve su competitividad mermada y el potencial de su crecimiento disminuido por la inadecuada disponibilidad de energía, que el Perú podría muy bien aliviar con gran beneficio para los dos países.
La reciente adjudicación en el Perú de la construcción de un nodo energético en el sur y la eventual llegada del gas hasta Ilo con el Gasoducto Sur Peruano hacen posible la venta de electricidad a Chile en condiciones mutuamente ventajosas. Más aún, la planta de regasificación de Mejillones debería de inmediato pasar a abastecerse desde la cercana (aproximadamente 700 millas náuticas) planta de Melchorita en el Perú, con precios mucho más ventajosos tanto para Chile como para el Perú.
A mi juicio, el primer acto simbólico debe ser el de garantizar y preservar la evidente amistad que ya existe entre los pescadores artesanales de la frontera, lo que asegurará la continuidad normal de sus actividades. Podrán después venir, ciertamente, los acuerdos sobre pesca industrial.
Son, pues, innumerables las posibilidades de provechosa cooperación. En el terreno político, el fin del diferendo marítimo debería impulsar tratativas tripartitas para resolver de manera pragmática las aspiraciones marítimas de Bolivia.
Al igual que Francia y Alemania, el Perú y Chile podrán, quién sabe, convertirse después de este fallo en socios centrales en la Alianza del Pacífico.
Publicado por El Comercio el 28.1.2014
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