sábado, junio 14, 2014

EL ARTE DE SER PADRE

Néstor A. Scamarone M. 

El gran escritor y filósofo Lin Yutang, cuando se integró a la sociedad occidental, le sorprendió que en esta sociedad no fuera tan evidente como en la oriental, el respeto, la admiración, el cuidado y el amor hacia los padres, las personas mayores y hacia los ancianos especialmente. 

En China una larga barba blanca es algo envidiable, respetabilísima, incluso si el barbado es un mendigo. Cuando habla un padre o un anciano los demás callan y escuchan. En occidente si habla un anciano nadie lo escucha salvo sea un dictador o un adinerado. Bueno, pero no estamos en China, vivimos en el reino de la indiferencia y el consumismo, donde el padre es temporal y las probabilidades de ser escuchado por los hijos son poco probable...


Festejamos el “Día del Padre”, pero no en competencia con el “Día de la Madre”, ya que a nuestro entender la madre está unida con sus hijos de dos maneras, una biológica porque los concibe en su vientre y otra sublime espiritual porque ella les da amor, cuidados y ternura, obviamente esto no implica que la función del padre sea inferior, ya que éste les da futuro, educación, ejemplo y trabajo, cariño espiritual y físico, dentro de una orientación humanista, de ahí la obligación del padre de aprender del mundo, la cultura y la buena relación ante lo material, para poder enseñar con la palabra y el ejemplo a los hijos. 

La celebración del DÍA DEL PADRE, aunque empañada por los intereses comerciales, está marcado por la vida ejemplar de un hogar en el que el padre, del que se sabe y se dice muy poco, defendió a su familia, honró a su esposa y estuvo junto al hijo mientras crecía en estatura, sabiduría y gracia delante de Díos y de los hombres. La familia de Nazaret es el modelo para quienes escucharon el llamado del amor y prolongaron su existencia en los hijos. Es una acogedora oportunidad para dar el reconocimiento sincero a quienes responsable y abnegadamente, asumen con valentía sus deberes familiares. Pero también debe ser de reflexión para aquellos padres que se han alejado por una u otra razón de sus hijos, porque como dice la sabiduría popular: “la sangre llama”. 

Por eso el respeto y admiración para esos padres responsables - la mayoría; a esos padres de permanente presencia física o moral en la vida de sus hijos; a esos padres cuya relación con la prole es además la de compañeros y amigos; a esos padres que enseñan a sus hijos a caminar en la vida y observan con tristeza y nostalgia como se van alejando; a esos padres buenos, abnegados y siempre anónimos, a esos padres el reconocimiento de Dios y del hombre. 

Los hijos no nos damos cuenta que somos el legado físico y espiritual viviente de esos viejos que no se atreverán a cobrarnos, ni reclamarnos nada. ¿Que piden esos viejos, que añoran? casi nada, sólo desean momentos de compañía en su solitario recuerdo de añorados días, comprensión, apoyo, una caricia furtiva, una mirada a sus ojos, ¡un ratito de tu tiempo y nada más! y eso no cuesta dinero. 

Me decía mi padre, que lo bello de dejar correr los sentimientos libremente sin traba alguna, es que esa persona querida sea esposa, hijos, hermanos y otros que comparten tu vida todos los días, se tornará nueva en cada momento, en cada instante y es que la vida es renovación y marcha con el cambio del tiempo; vale decir, es una nueva ilusión que se vuelve siempre una caja de sorpresas, ahí está tu nuevo y constante suspirar, ahí esta tu ardiente pasión y es que todos los días hay que renovar ese amor. 

En adelante y como pago por mi existencia, le daré a mis padres y abuelos: ánimos para vivir, coraje y alegría para alejarlos de los temores y tristezas, les daré mi charla y compañía, les devolveré las ganas de vivir que con demasiada frecuencia se pierde en el largo bregar. Recobraremos con nuestros padres y abuelos la sonrisa, la compañía hablada, levantaremos la frente juntos, avivaremos el paso, alargaremos la vista, recibiremos el viento, saludaremos al horizonte y reviviremos unidos la esperanza. 
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