Por: Enrique Cornejo Ramírez
Todos recordamos cómo fue la campaña electoral y los resultados de las Elecciones Generales del año 2006. Fuimos testigos de cómo el entonces candidato Ollanta Humala –bien asesorado- iba orientando su discurso “hacia el centro político” entre la primera y segunda vuelta. No se gana una elección presidencial con un discurso radical y Humala comprendió eso en el camino. Todos recordamos cómo “cambió radicalmente” del contenido de la denominada “La Gran Transformación” (como se llamó su plan de gobierno original) a la convenientemente bautizada como “Hoja de Ruta” mediante la cual obtuvo el apoyo incluso de sectores políticos conservadores en el país.El giro fue conveniente para ganar unas elecciones muy polarizadas. Humala ganó legítimamente. La división de los otros cuatro candidatos de importancia y la falta de visión y desprendimiento de éstos hicieron el resto. La gran pregunta era entonces, cuando el nuevo gobierno asumió sus funciones, si el Presidente Humala respetaría lo prometido.
Contra todo pronóstico –y para bien del Perú- el Gobierno del Presidente Humala respetó los fundamentos del modelo económico que se había venido implementando en el país en las últimas dos décadas y por ello ha tenido la complacencia y confianza de la gran mayoría se sectores poblacionales durante un buen tiempo.
Sin embargo, aun cuando el modelo económico continúa sólido y todos en el Perú reconocemos esa actitud responsable para no derivar hacia un modelo chavista y estatista, lo cierto es que transcurridos ya dos años y medio de gobierno, varias actitudes del Presidente, de la Primera Dama y del entorno oficialista preocupan seriamente y cada vez más parecen indicar que “mantienen el modelo económico y democrático” más por necesidad que por convicción.
En efecto, primero se intentó controlar la dieta de los peruanos; después un conato de estatización de la empresa REPSOL, intención que tuvo que descartarse por la presión de la opinión pública, analistas y medios de comunicación. Luego diversos gestos, declaraciones y acciones claramente orientadas a promover la sucesión en el poder de la Primera Dama (lo que se conoce como el intento de “reelección conyugal”).
Después nos enteramos de diversas acciones oficiales u oficiosas orientadas a “controlar” o “descalificar” y hasta “anular adversarios políticos. Un proyecto de ley destinado a controlar las Universidades así como periódicas declaraciones del propio Presidente de la República y principales voceros oficialistas criticando a los medios de comunicación social y pretendiendo controlarlos “bajo el pretexto de regular la concentración”.
Escándalos de irregulares protecciones policiales, sospechas de acciones ilegales de escucha telefónica, acciones poco transparentes de algunos privilegiados asesores, intentos de controlar otros Poderes del Estado, copamiento de los altos mandos de las Fuerzas Armadas con oficiales cercanos o miembros de la promoción militar del Presidente son también ejemplos de situaciones que cotidianamente generan incertidumbre y desconfianza en la población.
Dicho todo esto podemos preguntarnos seriamente si acaso, muy en el fondo, la pareja presidencial y su entorno más cercano no cree firmemente en el modelo democrático y por ello pretende perpetuarse en el poder y de vez en cuando nos sorprende con unas declaraciones que nos hacen recordar “La Gran Transformación”. Por eso quizás esa mezcla de prepotencia, ineficiencia, lentitud y de mediocridad con la que se manejan los temas de Estado. Por eso tal vez esa no disimulada intención de dejar “fuera de carrera” (enjuiciados o inhabilitados) a los posibles candidatos presidenciales en la Campaña del 2016.
Es momento de llamar la atención sobre todos estos hechos y exigir al gobierno que deslinde y fije claramente su posición e intenciones políticas, que juegue limpio y en democracia. Los peruanos ya no queremos experimentos populistas, estatistas y menos chavistas. Miremos como están Venezuela y Argentina para saber lo que no debemos hacer. El Gobierno no debe usar el concepto de democracia como un “Caballo de Troya” en cuyo interior lo que hay son afanes controlistas, reeleccionistas y estatistas. Estemos atentos.
Contra todo pronóstico –y para bien del Perú- el Gobierno del Presidente Humala respetó los fundamentos del modelo económico que se había venido implementando en el país en las últimas dos décadas y por ello ha tenido la complacencia y confianza de la gran mayoría se sectores poblacionales durante un buen tiempo.
Sin embargo, aun cuando el modelo económico continúa sólido y todos en el Perú reconocemos esa actitud responsable para no derivar hacia un modelo chavista y estatista, lo cierto es que transcurridos ya dos años y medio de gobierno, varias actitudes del Presidente, de la Primera Dama y del entorno oficialista preocupan seriamente y cada vez más parecen indicar que “mantienen el modelo económico y democrático” más por necesidad que por convicción.
En efecto, primero se intentó controlar la dieta de los peruanos; después un conato de estatización de la empresa REPSOL, intención que tuvo que descartarse por la presión de la opinión pública, analistas y medios de comunicación. Luego diversos gestos, declaraciones y acciones claramente orientadas a promover la sucesión en el poder de la Primera Dama (lo que se conoce como el intento de “reelección conyugal”).
Después nos enteramos de diversas acciones oficiales u oficiosas orientadas a “controlar” o “descalificar” y hasta “anular adversarios políticos. Un proyecto de ley destinado a controlar las Universidades así como periódicas declaraciones del propio Presidente de la República y principales voceros oficialistas criticando a los medios de comunicación social y pretendiendo controlarlos “bajo el pretexto de regular la concentración”.
Escándalos de irregulares protecciones policiales, sospechas de acciones ilegales de escucha telefónica, acciones poco transparentes de algunos privilegiados asesores, intentos de controlar otros Poderes del Estado, copamiento de los altos mandos de las Fuerzas Armadas con oficiales cercanos o miembros de la promoción militar del Presidente son también ejemplos de situaciones que cotidianamente generan incertidumbre y desconfianza en la población.
Dicho todo esto podemos preguntarnos seriamente si acaso, muy en el fondo, la pareja presidencial y su entorno más cercano no cree firmemente en el modelo democrático y por ello pretende perpetuarse en el poder y de vez en cuando nos sorprende con unas declaraciones que nos hacen recordar “La Gran Transformación”. Por eso quizás esa mezcla de prepotencia, ineficiencia, lentitud y de mediocridad con la que se manejan los temas de Estado. Por eso tal vez esa no disimulada intención de dejar “fuera de carrera” (enjuiciados o inhabilitados) a los posibles candidatos presidenciales en la Campaña del 2016.
Es momento de llamar la atención sobre todos estos hechos y exigir al gobierno que deslinde y fije claramente su posición e intenciones políticas, que juegue limpio y en democracia. Los peruanos ya no queremos experimentos populistas, estatistas y menos chavistas. Miremos como están Venezuela y Argentina para saber lo que no debemos hacer. El Gobierno no debe usar el concepto de democracia como un “Caballo de Troya” en cuyo interior lo que hay son afanes controlistas, reeleccionistas y estatistas. Estemos atentos.
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