Por Agustín Haya de la Torre
Desde las dictaduras militares el país no sufría la experiencia de ver a las universidades sometidas al poder político. Así lo determina una ley aprobada apresuradamente, sin debate, que evitó el indispensable consenso para una propuesta de tal envergadura.
La ley contiene una contradicción absoluta en sí misma, cuando proclama la autonomía y a renglón seguido crea una superintendencia que la anula por completo. La preside quien designe el gobernante de turno y asume poderes ilimitados. Si carecemos de un sistema sólido de partidos políticos y la alternancia en el poder como sucede en el último cuarto de siglo, acaba casi siempre en manos de la casualidad, eliminar la autonomía apuesta por el azar y la improvisación.
El esquema de los redactores de la norma resulta contrario a las tendencias de la clase de educación superior que reclama el nuevo siglo. El eje de la propuesta académica radica en elevar la presencialidad, una concepción anclada en los años ochenta del siglo pasado.
La mantención de los mismos estudios de “pregrado” para obtener dos resultados, el grado de bachiller y la licenciatura para el ejercicio profesional, evidencian la confusión. La reciente reforma de Bolonia que unifica criterios para Europa, establece tres niveles: grado, master y doctorado. Un crédito ECTS (Crédito de Transferencia Europea) equivale a 20-25 horas de trabajo del estudiante, de las cuales la universidad fija para cada curso qué proporción es presencial y cuál de preparación de lecturas, trabajos y exámenes. En estudios presenciales, las universidades calculan como norma general entre 8-10 horas de presencialidad por crédito en el grado, y en el master entre 6-8 horas, como norma habitual. El doctorado, cuyo objetivo es la investigación, carece de docencia.
El trabajo universitario privilegia la investigación, la producción de conocimientos, la publicación y el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información. Propone inculcar las habilidades de la sociedad del conocimiento para superar el viejo esquema del profesor que acumula horas de dictado porque carece de tiempo para investigar y por tanto no puede hacer otra cosa más que repetir.
Mientras que los análisis subrayan la tendencia creciente de los cursos abiertos y masivos en línea –los Moocs por sus siglas en inglés- la ley teme la educación virtual. Si comparamos con las fórmulas que aplican las universidades norteamericanas, encontraremos en ellas un esquema donde cada una decide la modalidad de estudio, y los postgrados, sobre todo los doctorados, se centran en la investigación.
Los efectos prácticos de la norma marginan de la enseñanza en el Perú a los académicos de los países avanzados, que tendrán que someterse a las 1,024 horas de clase del doctorado nativo. Definitivamente en plena ciudadanía global, nos quedamos sin profesores europeos, así tengan el premio Nobel. Y por supuesto ni Mario Vargas Llosa ni Stephen Hawking podrían ser jamás docentes regulares porque ya pasaron los 70 años.
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