La tuitosfera es el espacio donde reinan los tuiteros y sus tuits. En verdad, es mucho más que una red social porque trasciende ese territorio digital y se amplifica a través de la radio, la televisión y la prensa escrita.
Para los políticos es una obligación; si no están en las redes sociales no existen. En el fondo sueñan, cada uno más intensamente, con emular a Barack Obama, el ahora presidente de los Estados Unidos -que irrumpió en la política en el 2008 en la que muchos han denominado la campaña política más perfecta en la historia de los Estados Unidos- y volverse virales estrellas de rock. Creen que el medio hace al líder, que basta una red social para modernizarse y que, al sencillo ritmo de un clic, pueden ser en el ciberespacio lo que no son en la realidad.
Para una gran mayoría de medios basta seguir las cuentas de algunos personajes para conocer la posición de cada quien con respecto a los temas nacionales. También sus antipatía, fobias o hasta traumas personales. El twitter es, en realidad, un medio masivo, económico y democrático. Por lo menos 2.5 millones de peruanos comparten este espacio donde el límite de 140 caracteres obliga a sintetizar pero, con frecuencia, se convierte en una suerte de coliseo de gallos donde el navajazo es el arte que se practica.
Lo que estamos presenciando en los últimos días, en la tuitosfera de la política nacional, no es ni bueno ni debería dejar de llamarnos a una profunda reflexión sobre el tipo y nivel de debate que debemos promover y que queremos para nuestro país. Ni los parlamentarios, ni los candidatos presidenciales y menos, los ministros de estado, deberían continuar por este desfiladero que sólo perjudica, envilece y desmoraliza a los ciudadanos.
No se trata de quien hace el tuit más irónico, sarcástico, burlón, grosero o ínfimo. Esa medida para calificar el valor de un mensaje o el ganador en una discusión puntual es simplemente decepcionante. Así no se construye, así sólo se destruye. No sirve para el país que sus referentes políticos se dediquen a insultarse delante de todos como si eso fuera gratificante o plausible. Ni en las redes ni fuera de ellas es aceptable una conducta como la que estamos viendo.
Los funcionarios públicos, al margen de los códigos de ética que regulan su desempeño, están obligados -por la moral pública- a observar decoro, prudencia y respeto. Les guste o no. ¿Qué tipo de mensaje se da a la sociedad cuando un ministro de estado insulta a una persona o cuando, peor aún, amenaza diciendo “si se meten conmigo responderé con mas insultos"?¿Qué mensaje damos a una sociedad suficientemente violenta como la nuestra?¿Quien controla o llama al orden a un ministro desbocado?¿O es una consigna del gobierno?
Las redes sociales y el Twitter, como una de las redes más intensas, son medios fascinantes para informar, interactuar y comunicar. No desperdiciemos ese recurso. No vulgaricemos la política ni permitamos que un espacio donde los más jóvenes aprenden a diario conductas sociales se convierta en otro rincón tóxico. Los jóvenes aprenden de los mayores y nada bueno se enseña con este espectáculo tan degradante y tan poco estimulante.
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