sábado, junio 10, 2006
Alan García y su cita con la historia
El APRA retorna al poder después de 16 años, luego de que su líder y candidato presidencial llevara a cabo una campaña electoral brillante. Sin embargo, la tarea de gobernar no será fácil. La oposición no estará sólo en el Congreso, sino también en los gobiernos regionales y en las calles. García deberá conciliar con las demás fuerzas. Una nueva mala gestión le impediría saldar sus cuentas pendientes con la historia.
Cuando Alan García dejó Palacio de Gobierno hace 16 años el Perú vivía la peor crisis económica y social del siglo XX. El primer gobierno aprista de la historia dejaba al país sumido en la más profunda miseria, desolado económicamente y amenazado por el terrorismo maoísta.
Pese a esa desastrosa primera gestión, el cuatro de junio un 52% de peruanos decidió entregarle al partido más antiguo del país las riendas del gobierno. Sin embargo, la victoria aprista no llamaría tanto la atención de no ser porque el candidato ganador es, una vez más, Alan García. Sin hacer una renovación profunda de su plana dirigente, el APRA retorna al poder con el mismo líder a la cabeza.
El triunfo de García dice, entonces, mucho sobre sus dotes como candidato. El presidente del APRA es sin duda el político más hábil de las últimas tres décadas. En su carrera política ha vencido a otros hábiles dirigentes históricos de la izquierda y la derecha: Alfonso Barrantes, Luis Bedoya y más recientemente Lourdes Flores han sido victimas del líder aprista.
García combina las características del candidato ideal. Su labia avasalladora y sus habilidades histriónicas despiertan, aún hoy, las más encendidas ovaciones de sus seguidores. A eso se suma su pasta de camaleón que le permite adaptarse a cualquier interlocutor. El cambio que experimentó en su discurso y en sus actitudes entre la primera y la segunda vuelta es prueba de esto último.
A esas cualidades necesarias en un candidato presidencial, se suma otra no menos importante: astucia política. García supo leer en que dirección iba la campaña y logró acomodarse en ella. Partió de abajo, fue en todo momento el último del pelotón de arriba, y durante la primera vuelta no manejó la agenda de la campaña. Eso le dio la ventaja de no ser el blanco principal de sus contendores. En el camino supo darse cuenta cuál era el candidato más vulnerable y apuntó su artillería contra Lourdes Flores. Ésta en cambio siguió jugando un partido aparte con Humala y cuando comenzó a caer en las encuestas no tuvo capacidad de respuesta a las municiones lanzadas desde la trinchera aprista.
Desde un punto de vista de marketing político, García y el APRA manejaron sus cartas a la perfección. En la primera vuelta su propuesta de gobierno fue transmitida con mucha claridad. García se posicionó en la centro-izquierda con un mensaje dirigido a las clases medias y a los trabajadores en general. En ese sentido, el respeto de las ocho horas laborales y la lucha contra los services constituyeron el eje central de un mensaje eficaz. En la segunda vuelta, supo jugar con el miedo que generaba en la población la adhesión del presidente venezolano Hugo Chávez a la candidatura de Humala. Eso, y el lógico trasvase de los votos de Lourdes Flores hacia él sellaron su victoria.
El desafío del gobierno
La campaña electoral ha estado marcada por una confrontación agresiva entre los tres líderes que disputaron la presidencia. Sin embargo, luego de la dura contienda, García tendrá que hilar fino para llegar a un entendimiento con las demás fuerzas. El nacionalismo ha anunciado una oposición frontal que, como anunció Humala esta semana, se llevará a cabo en las calles de ser necesaria.
Por esa razón, para llevar adelante un gobierno eficiente, el APRA deberá tender puentes a la oposición responsable. Si el partido de gobierno llega a acuerdos en el Congreso con las bancadas de Unidad Nacional (UN), y la que forman el Frente de Centro (FC), Perú Posible (PP) y Restauración Nacional (RN), alcanzará la mayoría absoluta. Para ganarse la confianza de esos grupos con miras a los próximos cinco años, el APRA podría empezar por dar sus votos para la ratificación del TLC en lo que queda de esta legislatura. Así, se empezaría a definir una agenda económica en torno a la cual el partido de la estrella podría lograr acuerdos estables en el futuro inmediato.
Sin embargo, la arena legislativa no será el único espacio donde las cualidades concertadoras de García deberán salir a relucir. La otra fuente de oposición vendrá de las regiones, donde el nacionalismo tendrá buenas posibilidades electorales en noviembre. El gobierno de Toledo sufrió durante su mandato las movilizaciones convocadas por frentes regionales y organizaciones sindicales del interior. Sólo en los primeros ocho meses del año pasado la Defensoría del Pueblo registró 71 conflictos sociales (ver Perú Económico de agosto del 2005). No es de esperar que esa situación cambie en el futuro cercano puesto que todo indica que el humalismo vencerá en casi todas las regiones del sur. Con una oposición regional articulada y con capacidad de movilización, el APRA las verá negras si no logra generar en los primeros 100 días de gobierno un clima de confianza en el sur.
Tema del traidor y del héroe
A menudo, la realidad de las ficciones no está muy distanciada de la realidad de la política. Como sucede en los relatos de Borges, se nos revela ahora en la práctica, la dualidad de una persona que en sus horas más bajas salió repudiado de Palacio y hoy vuelve por todo lo alto al ejercicio del gobierno.
Alan García, el líder popular que en 1985 era elegido para aliviar la pobreza de los más pobres, dejó el país con una hiperinflación de 2000% en 1989. En términos políticos, traicionó a los sectores sociales que lo habían enrumbado a la presidencia. Sin embargo, porque el Perú es un país lleno de sobresaltos y García tuvo la magnifica suerte de enfrentarse en la segunda vuelta a un rival que generaba más temor que él, los peruanos le han dado la posibilidad de redimirse. Y, si bien su victoria no despierta la misma efusividad que en 1985, una buena gestión no significaría solamente su redención, sino que le permitiría saldar su cuenta con la historia. Entonces, el héroe se retiraría a sus cuarteles de invierno con la tranquilidad del deber cumplido.
Por: Ignazio De Ferrari
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