Por César Campos R.
Se ha vuelto un lugar común del análisis político asegurar que el partido de gobierno ha entablado una alianza subalterna y cuestionable con la agrupación del ex presidente Alberto Fujimori.
Muchos afirman que el APRA olvida agravios, enconos y humillaciones infligidos por el fujimorismo, siempre y cuando éste le endose sus 13 votos en el Congreso y alivie la insularidad oficialista de 36 escaños.
El aumento de las prerrogativas de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional para fiscalizar las ONG –algunas de ellas dedicadas a perseguir los delitos de quienes cometieron atropellos durante la administración autocrática de los noventa– demostraría fehacientemente ese entendimiento perverso. La cereza en la torta sería el abandono total de la causa de extradición de Fujimori.
Desde la perspectiva histórica, poco llama la atención que los apristas se entiendan con sus antiguos adversarios y cazadores. Algunos de sus líderes fundacionales provinieron de las fuentes leguiístas, pese a que el dictador del oncenio mantuvo en el exilio a Víctor Raúl Haya de la Torre.
No hubo problema en sentarse con Óscar R. Benavides para edificar el Frente Democrático Nacional de 1945, aunque el fin de la paz y la concordia de 1934 acarreó un saldo de muchos muertos en los predios de la avenida Alfonso Ugarte.
Erizó algunos pelos la llamada convivencia aprista con el segundo gobierno de Manuel Prado y generó una pequeña diáspora juvenil la coalición parlamentaria con los validos del ex dictador Manuel A. Odría, en el periodo 1963-1968.
Las rasgadas de vestiduras fueron menos cuando Alan García reforzó su entorno con asesores velasquistas en el gobierno de 1985 a 1990. Lo singular de todas estas experiencias es que el APRA quedó vigente en la escena pública, mientras que sus eventuales aliados y antiguos enemigos desaparecieron del tabladillo.
Haya de la Torre decía que en todo Gólgota genuino hubo perdón para los que no saben lo que hacen. También lo hubo para quienes supieron –y en demasía– las consecuencias de sus inequidades.
En todo caso, las líneas de aproximación entre el PAP y la alianza fujimorista no revelan un entendimiento ciego o dispuesto al vale todo. Parece puntual en aristas económicas generales, la defensa de los fueros castrenses y la resistencia al accionar hipócrita de cierta izquierda reciclada o parapetada en el ambientalismo y la defensa de los derechos humanos.
El llamado “apro-fujimorismo” carece de organicidad y tentativa de maridaje. Igual que en todos sus servinakuy, el APRA devolverá la novia a los padres y echará vuelo detrás de otro cariño –como en el verso de Leonidas Yerovi– con nuevas tibias alas que brindar.
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