jueves, noviembre 30, 2006

Sobre CUBA: La revolución de los abuelos

Por: Luis Ortega - Estados Unidos

Ahora, dentro de unos días, el próximo 3 de diciembre, se celebrará en Cuba un acto apoteósico de la revolución. Es el cincuentenario de aquel momento en que unos expedicionarios, alrededor de ochenta, naufragaron en las costas de la provincia de Oriente con la intención de liberar a Cuba de la dictadura del General Batista.

Digo naufragio para recordar al Che, que eso fue lo que él dijo años después. En realidad, eso fue así. El barco, que se llamaba Granma, quedó encallado a poca distancia de la costa y los invasores, más o menos mareados y vomitando, se arrastraron hasta tocar tierra firme.

Probablemente, no sabían donde estaban. El jefe de la expedición, Fidel Castro, no tenía la menor idea de lo que iban a hacer. Simplemente, él había dicho, unos meses antes, que en el 56, héroes o mártires. Era necesario desembarcar antes de que terminara el año 1956 para derribar al dictador. No se sabía cómo ni tampoco por qué, pero tenían que pisar tierra cubana y proclamar la libertad.

Cincuenta años después, los invasores, los que quedan vivos, que están ya muy viejos, se reunirán este 3 de diciembre para ver pasar los tanques, los aviones, los barcos, y los heroicos soldados, descendientes de aquellos mártires de hace tantos años.

En realidad, las gentes que verán pasar la procesión no tendrán una idea muy clara de cómo fue aquello. En 1956 muchos no habrían nacido. Otros, tal vez, se arrepentirán de haberlo hecho. Los más viejos lanzarán maldiciones en voz baja. Algunos se preguntarán, en silencio, qué libertad trajeron al país aquellos héroes.

No se sabe todavía si Castro asistirá al desfile. Eso ha quedado para última hora. A lo mejor va y se aparece y lo aplauden y hasta disfruta los cincuenta años de su revolución. Nadie sabe. Es posible que carguen al barco Granma y lo pongan a desfilar. Sería bueno que mencionaran de alguna manera en el desfile a todos los infelices que murieron poco después del disparatado desembarco. Quedaron muy pocos con vida.

Casi siempre se da el caso de que son los descendientes de los héroes los que celebran las jornadas gloriosas. Cincuenta años después, sería bueno ver a los hijos y a los nietos de Castro celebrar el heroico desembarco. Pero, no. En este caso los héroes de aquella jornada gloriosa se han negado a desaparecer. Es posible que aspiren todavía a celebrar el centenario. Han sido implacables. No solamente han amarrado al pueblo cubano a un destino trágico sino que insisten en no soltarlo.

Es remotamente posible, que Castro, quien ya lleva meses fuera de circulación, que ahora, aprovechando el desfile del 3 de diciembre, decida acabar con la antigua revolución y proclame una nueva revolución que podría consistir en que se retiren a sus casas todos los ancianos de la antiquísima revolución, incluyéndose él mismo, y arregle las cosas de tal modo que el pobre pueblo cubano decida por sí mismo qué es lo que quiere.

La idea de que una revolución puede durar cincuenta años es una idea loca. La revolución es como una semilla que se siembra y nace y crece y muere a tiempo para no convertirse en tiranía. Si nace y crece y sigue con la misma cosa se convierte en algo horroroso.

Eso es lo que ha pasado en Cuba. Castro se ha convertido en un personaje obsoleto. No ha sabido irse a tiempo y ha encerrado al pueblo de Cuba en un vasto manicomio.

Su aparición en el acto de la celebración del cincuenta aniversario es una de las cosas más ridículas que se le podrían ocurrir. Retirarse para hacerse una operación y mantenerse como convaleciente fue una cosa inteligente.

No quiso cumplir los ochenta años en el poder absoluto y le dejó el trono a su hermano. Eso estuvo bien. Pero aparecerse ahora celebrando lo que nadie quiere recordar es un disparate
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