Por Juan de la Puente
jdelapuente@ednoperu.com
Hace algunos años habría sido impensable un paro de maestros contra la municipalización de la educación. Que el gobierno central se desprenda de competencias y las traslade a los gobiernos subnacionales y locales era parte del credo duro de la izquierda, en sus versiones marxista y socialdemócrata.
Es más, la descentralización fue una de las primeras banderas intrínsecas de la reforma política por el lado izquierdo, hasta que el Banco Mundial y el BID, a finales de los años ochenta, lo incorporaron como uno de los imperativos de las reformas de primera generación. Entonces, impulsada por liberales y socialistas, la descentralización fue una de las políticas públicas más consensuales de América Latina.
Cuando cayó Fujimori, la promesa democrática tuvo en la descentralización uno de sus pilares. Sólo los ultraconservadores se opusieron. Y fueron derrotados. La Ley de Bases de la Regionalización fue aprobada el 2002 con una de las más altas votaciones del Congreso. El resto, con sus avances y retrocesos, es historia conocida.
Ahora, un sector de la izquierda marxista –la que dirige el Sutep– realiza un paro contra la descentralización de la educación. La nueva apología del centralismo es impresionante: que se descentralice todo menos la educación (y la Derrama Magisterial, por supuesto).
Si los argumentos contra la propuesta piloto de municipalización de la educación se usaran en el caso del traspaso de Foncodes, A Trabajar Urbano y el Pronaa a los gobiernos locales –“se quiere hacer del municipio un sinónimo de empresa privada”–, nunca deberíamos descentralizar nada.
No es el único contrasentido: la dirección del gremio magisterial se lanza a las calles contra los proyectos que pretenden entregar a los padres de familia un mayor protagonismo en la gestión de la escuela pública.
Los argumentos son profundamente conservadores, elitistas y hasta escolásticos: “qué saben los padres de pedagogía”; “la educación es un tema especializado”; o “los padres no pueden definir los contenidos educativos”.
¿Qué ha pasado? La tesis del autogobierno social –que los ciudadanos decidan sobre los servicios público/estatales más inmediatos a su vida cotidiana– se bate en retirada, en favor de una visión estatal nacional premoderna de la educación. Adiós a la especificidad geográfica, viva el molde educativo nacional.
Final. ¿Hubo en las marchas del miércoles alguna bandera o insignia a favor de la campaña por erradicar el analfabetismo en la sierra rural del país? Ninguna. Que viva el centralismo.
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