Por Luis Ortega desde Florida-USA
Con la ausencia de Fidel Castro de las ceremonias militares del 3 de diciembre, se han confirmado los rumores que se habían estado propalando sobre la gravedad de su enfermedad. Un hombre que ni siquiera puede salir a sentarse en una tribuna para ver pasar unos tanques viejos, rodeado de sus viejos generales, tiene que estar muy mal. Más que robustecer la fortaleza del régimen, los actos que llevaron a cabo ofrecen una triste visión de la situación precaria que vive el régimen.
El espectáculo de Raúl Castro, de pie en un Jeep, acompañado de los viejos generales de la gloriosa guerra revolucionaria, lejos de transmitir una idea de fortaleza deja entrever los estragos del tiempo. Los tres generales que aparecen en el vehículo están entre los setenta y cinco y los ochenta años de edad. Es decir, más allá del retiro. No hay nada más triste que una revolución envejecida.
Suponiendo que Fidel esté meditando en su cama de enfermo, cosa que a veces ocurre con algunas gentes, debe estar lamentándose de no haberse retirado a tiempo. Habría sido mejor respetar los derechos del pueblo cubano a disfrutar de sus libertades y divertirse con la revolución durante un período más corto de tiempo y luego retirarse a la vida privada, rodeado por la simpatía popular. No lo hizo, se empeñó en gobernar eternamente, jamás tuvo compasión de nadie, fusiló a muchos de sus viejos compañeros innecesariamente y al final, ha quedado postrado en una cama, con un país en ruina, con un hermano sucesor que no sirve, e incapaz de encontrar una solución a los graves problemas del país. Los 48 años de tiranía absoluta se han convertido en una pesada carga a la hora de la muerte.
Hay algo muy peculiar en esto de sacar a desfilar a los viejos tanques y cañones. Es como para demostrar que Cuba dispone de las armas para defenderse en caso de que los americanos llegaran a pensar en una invasión. No hay la más ligera posibilidad de que el país de norte se lance a una invasión. No lo necesitan. El país se esta cayendo a pedazos. Los líderes de la revolución ya no tienen salida. Es curioso que durante la extraordinaria parada militar solamente tres presidentes extranjeros estuvieron al lado de Raúl Castro apoyando el despliegue militar. Uno, el indio de Bolivia. Otro, el presidente de Haití y el último, el presidente electo de Nicaragua, Daniel Ortega. Nadie más. Cuba ha quedado atrapada en un pasado que a veces parece grotesco. La revolución cubana, que en su momento tuvo alguna importancia para los pueblos de América, ha entrado en la fase de los grotesco porque 48 años son muchos años.
La clave del futuro de Cuba no está en los Estados Unidos sino en las fuerzas militares que han estado sosteniendo el régimen durante tantos años. Tal vez no en los generales, que es probable que algunos sean demasiado viejos, sino en los militares jóvenes que se están quedando sin futuro. Tal vez existan oficiales de todas las edades que ya entienden que es necesario producir un cambio político en la isla para evitar un final sangriento. Cuba está al borde de el caos. Son muchos años explotando el mito revolucionario. La generación del 50 ha estado atravesada en el destino de la isla y le ha cerrado el paso a todas las generaciones que vinieron después.
Hay un fenómeno muy claro que amenaza seriamente el futuro de Cuba. Es la presencia de varios millones de cubanos que se han convertido en ciudadanos americanos y se consideran con derechos supremos para manejar el futuro del país. Esos derechos descansan sobre un principio: tuvieron el coraje de huir de la isla y convertirse en americanos. Nada más. La fuga les da un derecho, según ellos, inalienable. Para salvarse de esta amenaza Cuba tiene que cerrarse ante la invasión del norte. El nuevo régimen que surja en Cuba necesita tiempo para prepararse para esta invasión.
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