Por César Hildebrandt
Columnista del Diario LA PRIMERA
Lima, 09 de Enero del 2007
Las cifras son tan contradictorias que dan risa. A las 4 de la tarde el ministerio de Educación insistía en que el 70% de los maestros había acudido a la evaluación convocada por las autoridades. El Sutep sostenía que, a nivel nacional, el 80% de sus afiliados había desasistido al examen.
Con monitoreos como esos, ¿cómo creer en la seriedad del conteo? Cuando las pasiones y el deseo de demoler al adversario se imponen a cualquiera otra consideración los resultados son partes de batalla, guerra sicológica, mentiras recíprocamente lanzadas.
El ministerio de Educación y el Sutep no deberían ser adversarios. Deberían ser socios en la tarea de replantear los fundamentos de la educación pública, deteriorados desde hace cuarenta años.
¿Por qué tenemos maestros tan malos?
Porque hemos hecho todo lo posible por lograrlo.
Es como si nos quejáramos del transporte público después de las leyes salvajes dadas durante el fujimorismo para la importación del saldo japonés de su parque automotriz.
O como si nos preguntáramos por qué Lima está cercada por la miseria cuando hemos trabajado en ello prolijamente y por tantos años consagrando todas las invasiones, alentando el tráfico de terrenos, admitiendo el caos como doctrina urbana y creyendo en las tonterías de Hernando de Soto sobre titulación y capitalismo pujante brotando en medio de las esteras.
Hay muchísimos profesores malos porque con los sueldos que se pagan, las facilidades que se dan, el presupuesto que cada año decrece, no hay manera de convocar a gente culturalmente mejor equipada. Y porque hay institutos pedagógicos que deberían ser cerrados por su incompetencia. Y porque los padres de familia prefieren –y presionan al respecto– malos profesores que aprueban a buenos profesores que jalan respetando la meritocracia. Y porque el Sutep no ha entendido que la educación es un bien público que sólo está provisoriamente –y bajo tutela– en las manos de los maestros.
Si los maestros cumplen, pues ese bien público seguirá en sus manos. Pero si no cumplen, es justo que la sociedad –no sólo el gobierno– revise el papel de los maestros y exija recuperar algunos estándares elementales de calidad.
Lo que no sabe el Sutep es que el examen odiado ya se había dado meses atrás. Fue el examen que, por enésima vez, demostró que nuestros alumnos están penúltimos en Latinoamérica en matemáticas y comprensión de lectura. Ese examen fue doble: comprobó el estado paupérrimo de la educación pública midiendo el rendimiento del indesligable binomio alumno-profesores. Porque es imposible que alumnos patéticos hayan sido educados por maestros brillantes, por más que esos alumnos provengan de hogares donde faltan libros y sobra miseria. Esa fue, entonces, una prueba tácita a los maestros y, por tanto, una tácita descalificación a la labor de muchos de ellos.
No entiendo, por eso, por qué el ministerio de Educación se ha empeñado en un examen redundante. El cuadro de situación ya está dado. Ahora el asunto es ver qué hacemos y cómo discriminamos la paja del trigo (que también lo hay, sobre todo en las sufridas provincias abandonadas por el presupuesto ministerial). Hay maestros que rendirían 100% más si las autoridades de la educación se hubiesen preocupado de crear sistemas de monitoreo que, cada cierto tiempo, hubiesen dado al país un mapeo de las carencias. Con ellos habrían venido cursos de capacitación, correcciones en los programas, desplazamientos hacia otras especialidades, estímulos para mejorar. Lo que tenemos ya no es un diagnóstico de la educación: tiene visos de autopsia.
Y lo que tenemos que hacer es tomar un examen que tenga calificación y cierto efecto punitivo. Porque es también ridículo que un examen no sirva para premiar a los que aprueban y advertir a los jalados. Si el Sutep no acepta que la educación pública es un asunto demasiado importante como para que esté en manos de un sindicato, pues entonces verá pasar el tren del mañana como lo vio pasar la Federación de Empleados Bancarios cuando la ola de Fujimori la dejó pintada en el andén. Y para esto no vale que haya un Huaynalaya salido de las cuevas de Altamira de algún maoísmo sobrante. Huaynalaya está moralmente muerto y él lo sabe. Si el Sutep no quiere seguir sus pasos tiene que aceptar que los profesores deben ser sometidos al escrutinio de la sociedad.
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