En un esquema de apertura comercial y búsqueda de nuevos mercados para nuestros productos, la meta no es únicamente agilizar el libre intercambio de bienes y servicios. Más allá de la trascendencia económica del boom exportador que vive nuestro país, debemos abrigar un objetivo supremo: el desarrollo humano y social de nuestros compatriotas.
Antiguamente, el factor militar y la noción de la conquista de espacios geográficos determinaban una evolución asimétrica entre vencedores y vencidos. Pero hoy esa asimetría es minimizada por la capacidad de cada país para vender afuera e integrarse al mercado global. Las armas se trastocaron en productos exportables; aquellos preferidos por los consumidores, al margen de su origen.
Una de las personalidades que supo analizar y valorar este fenómeno de la modernidad fue Víctor Raúl Haya de la Torre, quien vivió una larga estadía en la Europa de la post II Guerra Mundial, luego de abandonar su asilo en la residencia de la embajada de Colombia, en 1954.
En esa Europa, desangrada años antes por los nacionalismos estériles y las ansias imperiales, Haya de la Torre puso especial atención al lento proceso de unificación económica de sus países, destacando las ventajas de integrarse con miras a acceder a los mercados más grandes.
Fue así que, recogiendo la experiencia europea, destacó que en América Latina “… un desenvolvimiento de gran estilo en su producción no puede estar circunscripto por fronteras que cierren amplias zonas de consumo. Las grandes industrias requieren grandes mercados. Y éste es el principio básico de la nueva economía regional… La producción debe ecuacionarse con el consumo, y éste necesita de áreas más anchas y populosas. Por tanto, los nacionalismos económicos, las barreras aduaneras, impiden el establecimiento de plantas mayores de producción que exigen inversiones ingentes”.
(“Opiniones sobre la nueva Europa”, en “Crónicas Internacionales”. Obras Completas, tomo 7, página 270, editorial Mejía Baca).
Antes de la existencia de la actual Unión Europea, Haya abordó la firma del convenio comercial entre siete naciones europeas en Estocolmo, acto al que denominó “el acontecimiento de mayor calibre en estos días”. Leamos:
“Al lado de la Comunidad Económica Europea, que organizó el ya activo y próspero Mercado Común de los Seis Estados –Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo– los cuales comprenden a cerca de 200 millones de consumidores, en su gran mayoría con un alto nivel de vida y de productividad, se ha formado ahora otro fuerte bloque de tipo similar. Este abarca a Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza, Austria y Portugal, con unos 90 millones de habitantes, entre los cuales los cinco primeros reúnen a pueblos del más avanzado desarrollo económico-social de este llamado viejo continente, cuyo remozamiento lo mantiene en la primera línea de la civilización que Toynbee denomina Cristiano-occidental” (“La zona o Mercado Común de los Siete”, en “Crónicas Internacionales”. Roma, noviembre de 1960. Obras Completas, tomo 7, página 271, editorial Mejía Baca).
Sin duda alguna, el líder aprista también se habría mostrado complacido al observar que una de sus demandas –proféticamente lanzada hace cuarenta años– está materializándose a través del ATPDEA:
“A propósito, ya dije el año pasado desde esta misma tribuna, que nosotros reclamábamos como condición del progreso de la soberanía peruana y de la garantía de la clase trabajadora, reclamábamos de los Estados Unidos tarifas preferenciales para nuestros productos.
”Quienes recuerdan esta invocación no podrán negarme el derecho de reclamar una vez que este poderoso vecino del norte, demuestre su simpatía y su interés por nosotros, abriendo paso a la venta de nuestros productos.
“Yo creo que esa es una condición sine qua non para nuestra vida económica y yo insisto desde aquí, ya sea en las tarifas preferenciales o en la forma verdaderamente liberal de revisión de las cuotas de venta de nuestros productos. Lo hago en defensa de las clases trabajadoras que participan en la producción de nuestros productos de exportación, limitados hoy por las cuotas que los Estados Unidos han señalado” (21 de febrero de 1966. Discurso por el Día de la Fraternidad. Del libro Haya de la Torre: Fraternidad con Todos los Peruanos. Editorial Pachacútec, abril de 1991).
En una de sus últimas presentaciones públicas, Haya de la Torre dejó en claro su percepción de la clase de economía que requiere el país:
“Queremos una economía sana, fuerte, una economía científica, una economía razonada. No queremos ese tipo de economía de las 40 camionetas del Banco de la Nación para ir repartiendo dinero al artesano y al cliente. No queremos la economía de la maquinita, pero tampoco queremos caer en un tipo de economía restringida y totalitaria. Queremos una economía libre, razonada y vinculada al problema de la integración continental que hemos planteado desde un principio” (22 de febrero de 1977, Trujillo. Discurso por el Día de la Fraternidad. Del libro Haya de la Torre: Fraternidad con Todos los Peruanos. Editorial Pachacútec, abril de 1991).
Estoy convencido de que, siendo fiel a esta línea argumental, Víctor Raúl hubiera suscrito el TLC con Estados Unidos. Por eso, la decisión de la Célula Parlamentaria Aprista de respaldar ese tratado en la presente legislatura guarda coherencia plena con el pensamiento de su líder y fundador. Constituye, además, una de las apuestas más firmes del nuevo gobierno de doctor Alan García por el desarrollo sostenible y el bienestar de los pueblos del Perú. Alegrémonos de ello.
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