jueves, agosto 23, 2007

Sismo y mitos (I)

Por César Campos R.


En su obra de cuentos “Lima en rock: Los inocentes”, Oswaldo Reynoso consigna la versión de un adolescente que narra a varios amigos los pormenores de su fuga de la casa paterna y su llegada a Tacna, lugar donde –según señalaba– se alojó en un hotel. Interpelado por uno de los contertulios de cómo sería posible que un hotel lo registrara siendo menor de edad, interviene un tercero callándolo a éste último y diciendo: “déjalo que termine la historia. Así sea mentira, está bonita”.

Siempre he creído que en ese capítulo del libro, Reynoso no hizo más que reflejar la tendencia peruana hacia la fábula, los clichés y las medias verdades.

Irremediablemente, somos el país de los mitos y leyendas. Por ejemplo, los historiadores de El Comercio piden pruebas de que alguna vez este diario haya editorializado o clamado en cualquier nota informativa: “Primero los chilenos que Nicolás de Piérola”. Y a pesar de sus eventuales deslices coprolálicos, el cardenal Juan Luis Cipriani invoca que le precisen cuándo fue que dijo: “los Derechos Humanos son una cojudez”.

En verdad, El Comercio civilista combatió al Califa, así como el también arzobispo de Lima tuvo y tiene severas distancias con algunas ONG defensoras de los derechos fundamentales. Pero las expresiones radicales que se les atribuyen jamás han sido probadas y aún así son mitos extendidos en la memoria popular.

Luego del terremoto del miércoles 15, hay quienes pretenden materializar dos nuevas leyendas: la completa inoperancia del Estado para afrontar un desastre y la inutilidad del sector privado en la administración de los servicios públicos (especialmente la telefonía y la electricidad).

Sin duda ambas leyendas tienen asidero en hechos evidentes y concretos, como las descoordinaciones iniciales para la asignación de la ayuda alimentaria, algunos desbordes contra el orden y la seguridad, la saturación de las redes de comunicación telefónica y el desplome del sistema de cableado eléctrico en las zonas devastadas.

Todo esto constituye los matices del cuadro, pero no su conjunto. El panorama es más amplio y hay razones políticas e ideológicas para querer desnaturalizarlo.

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