martes, noviembre 27, 2007

EL ALEGATO SOCIALISTA DEL APRISMO EN EL PERÚ

Por: Germán Luna Segura

Tras el intenso debate posterior a la ola neoliberal de los noventas, se ha tratado de explicar la sobrevivencia del socialismo contemporáneo como aspiración de la realización de las complejas relaciones humanas, sólo a partir de propuestas ideológicas, cuando en realidad, son los valores que la animan, los que la hacen una posibilidad en nuestros días.

Al observar la historia de nuestros pueblos, confrontamos la globalización y el desarrollo de la ciencia y la tecnología con el enorme reto de gobernar cambiando la historia de postración de los que menos tienen, para poner en marcha políticas públicas que atiendan y resuelvan los viejos dramas de nuestras poblaciones sumidas en el atraso y el abandono.

Hacerlo implica además, abordar críticamente el drama de la izquierda latinoamericana, mirar con objetividad la realidad que nos circunda e impedir que nuestras propuestas sean nuevamente copadas por el infantilismo, el populismo o por esa vocación autoritaria que se expresa en la pérdida de identidad de nuestros “líderes” que, con una grosera falta de coherencia, alientan el clientelaje demagógico y el mercantilismo en la política.

Debemos insistir en la necesidad de combinar la economía y la política para someter la primera al servicio de los hombres que, despojados de la herencia neoliberal más impropia (individualismo del proyecto elitista) deben propender a que se abandone esa lógica por la cual cada quien “quiere lo suyo por encima de lo que quieren todos los demás”.

En todo caso, el mejor alegato socialista del aprismo se expresa en su propia supervivencia como expresión de una nueva filosofía de la historia, en la defensa de sus postulados y, porque no, en el partido como obra superior porque representa un instrumento de la realización de las aspiraciones de los pueblos que adquirió una dimensión mayor, cuando Haya se adelantó al Pacto Andino, el Mercosur y hasta a la Comunidad Sudamericana de Naciones, en aquel proyecto político que llamó de Integración Indoamericana, que entonces, en 1924, era tan posible, como llegar a la luna.

La expresión visionaria del fundador del aprismo es por todo eso fundamental para entender la realidad contemporánea. Culminada la época del liberalismo extremo que propuso el imperio del libre mercado, la desaparición del Estado y el Capitalismo Salvaje, nuevas fórmulas que rescatan viejos e inmortales valores se abren paso en el mundo y en nuestras tierras, planteándonos una reflexión mucho más serena sobre lo que los grandes tabloides denominaron como “el fin de las ideologías”.

Superado el discurso reinvidicacionista del siglo pasado, las fuerzas progresistas son capaces de superar experiencias facciosas y administrar un Estado que no sólo atienda reclamos sociales, sino que replantea el propio contrato social para conquistar el estado del bien común, respondiendo el anuncio de muerte del socialismo con una expresión de vitalidad que exhiben todos los pueblos en los que el socialismo democrático y las fuerzas de la izquierda democrática han ganado y nos gobiernan conquistando mayores consensos para la afirmación de los valores que construyeron la nacionalidad pero para rehacer las columnas que sostienen toda la estructura social con justicia.

Que los triunfos que nos regala el pueblo se entiendan como una exigencia para que en plazos razonables les devolvamos la fe y la esperanza, dos conceptos tan entrañables pero que sólo comprenden quienes gobiernan según la voluntad del pueblo.

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