domingo, mayo 04, 2008

LUIS GÁLVEZ SILLAO: OTRO AUSENTE

Por: Julio Garrido Huaynate

Conocí a Lucho a mediados de los sesenta, cuando yo regresaba de Costa Rica y él emprendía un largo periplo por Estados Unidos.

Fuimos amigos desde el primer día que nos conocimos y, salvo algunos altibajos producidos por nuestras propias vidas, siempre nos reconocimos con calidez y fraternidad.

Eran los últimos tiempos de Alberto Valencia, del “Chino” Arenas, del surgente Alfonso Orrego, perdido en sus arrumacos de dinero y falsa notoriedad, de Luchita Pilares, Manolo y otros que se quedan apretujados en la memoria por el momento.

Lucho era y siempre fue un aprista leal, a pesar de sus devaneos espirituales y comportamiento, a veces, fuera del carril.

Pocas veces he visto a un hombre tan enamorado de su pareja como Lucho de Virginia; hasta que descubrieron la triste realidad: que la vida es la que desune.

Era un tipo, en un tiempo, organizado, emprendedor; llegó a dirigir por una larga temporada al Comando Nacional Universitario del Partido y fue interlocutor para muchas de nuestras acciones y atingencias de los años sesenta y algo de los setenta.

Colaboró con el gobierno militar y regresó sin malicia. Es cierto, no la tenía y por ello poco a poco la vida lo fue alejando de la política.

Creía mucho en la gente y eso en política no juega. Un tiempo se le dio de vestir estrafalario, de palabra fácil; junto con Enrique Gómez y Ramón Pérez Prieto levantaron polvareda en La Católica como apristas y lograron una presencia de los comandos de compañeros que antes no había existido en dicha casa de estudios.

Su mayor virtud era saber ser amigo desinteresado. Andrés y Armando lo estimaban mucho y el Jefe otro tanto. Se conformó con lo que le dieron y nunca aspiró a ser ni pedir más. Recuerdo su paso atropellado por CORPAC en la segunda mitad de los ochenta; luego, fui uno de los que fraguó la reunión de armisticio entre Lucho y Enrique, conjuntamente con Santiago Collas para que dejaran rencores y celos absurdos en amigos de siempre. No era un tipo de odios; los que asistimos al reencuentro y abrazos conciliadores nos emocionamos más que ellos.

Lucho había tenido un cáncer que fue barajado como un “pico de loro” y ya nunca quedó bien, Enrique salía librado de su segundo encuentro con igual enfermedad. Lo visitaba cada vez que venía de la selva y tomábamos un par de tragos, y hace cerca de mes y medio lo volví a visitar; me dijo en esa oportunidad que ya no bebía por decisión propia, me pareció muy raro. Caminaba cansado y con gran esfuerzo; cuando se lo hice notar, se rió de mis conjeturas: estaba muy bien, sostuvo.

Hace pocos días planeamos con Raúl Arístides Haya visitarlo la otra semana. Me enteré de su muerte esta noche, después de su entierro. Creo que ahora Vicky, sus hijos y nietos lo llorarán por buen tiempo como hoy lloramos al amigo y compañero ausente.
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