sábado, agosto 02, 2008

Los últimos días de c. JEFE ... Haya de la Torre

Capítulo XIII, como testimonio fiel de lo acontecido el día de la partida del maestro Víctor Raúl el 2 de agosto de 1979, en Villa Mercedes 

CAPÍTULO XIII 
«UNOS DÍAS ANTES...» *

Los rostros lívidos parecen presagiar algún desenlace fatal. Las miradas se pierden en el vacío profundo de una noche incomprensible. Los pasos silenciosos y las miradas alicaídas parecen indicar la llegada de un hecho irreversible. La gente se mira profundamente, nadie se resigna a creer lo que está escuchando por los parlantes del Partido Aprista. Es el primer comunicado, el cual, en forma detallada, informa sobre la salud de Haya de la Torre. Algunos, pese a conocer su mal y esperar el fin irremediable, tratan de serenarse, pero es imposible. De pronto, la multitud se arremolina en los pasillos y ninguno habla. Todos permanecen callados, llorando. 

Raudamente llegan los dirigentes del partido y muchos de ellos parten en dirección a Villa Mercedes. El rostro adusto pero firme de Armando Villanueva parece que se desdibuja y pierde la coherencia de unos días atrás. Él, más que nadie, conoce con certeza la triste y fatal noticia. Sus pasos son pausados y su mirada parece decirle algo a sus compañeros. Sin embargo, no habla. Ahí está, con la mirada perdida, como tratando de decir que no es cierto. 

La gente sale rápidamente por el pasadizo. Vistiendo un abrigo negro está Juana Castro, tensa y nerviosa, con gruesos lentes oscuros; trata presurosa de trasladarse a Vitarte. Tiemblan sus manos y gruesas lágrimas van rodando por sus mejillas. La jefatura, donde tantas veces había visto a Víctor Raúl, está ahora envuelta en una sombría noche. Hay mucha gente pero reina un silencio lúgubre. Los rostros están pálidos y muchos no resisten la noticia. Ahí están llorando. La gente repite: 

– ¡Dios mío, no es posible que sea verdad! 

Y sigue resonando en sus oídos el comunicado del Comité Ejecutivo Nacional. 
Presuroso llega Alan García e ingresa a grandes trancos al interior de la jefatura. Ahí está Armando Villanueva con Luís Alva. Se cruzan las miradas taciturnas y expresando dolor atienden a los compañeros sumidos en profunda tristeza.

El timbre del teléfono repiquetea con insistencia. Hugo Otero, responde y proporciona a los periodistas el triste comunicado que había redactado el Comité Ejecutivo Nacional sobre la enfermedad de Haya de la Torre. 
La gente trata de demostrar valor ante la cruel realidad, pero hay lágrimas en los ojos. 

– ¡Dios mío, es imposible soportar! –exclaman algunos. 

Muchos están listos para partir a Vitarte y, de pronto, la multitud va creciendo en el partido. Lloran y lloran. Nadie sabe qué hacer. Algunos tratan de llegar rápidamente bajo la noche que con soberbia envuelve todo con un manto negro y nebuloso. 

Son aproximadamente las doce, una nube de periodistas, ávidos de información, monta guardia permanente en la puerta grande que tantas veces había sido testigo mudo de las entradas y salidas de Haya de la Torre. Ahí estaba, con sus gruesos barrotes, erguida frente a los hombres de prensa. 

Las hojas se van agitando intensamente. El ulular del viento es cada vez más fuerte. Los ladridos de los perros son más insistentes. En la sala de Villa Mercedes los rostros están desencajados. Haya ha sufrido una recaída de la cual quedan muy pocas posibilidades de vida. Jorge Idiáquez, abatido y sentado en un sillón, trata de explicarse el triste final que se avecina. 

Todos permanecen perplejos. Sale y entra gente de Villa Mercedes. Estaba totalmente prohibida la entrada al dormitorio del paciente. Sólo los médicos y Jorge Idiáquez pueden hacerlo. La cocina de la finca está llena de gente que, nerviosamente, consume café caliente. Unos a otros se miran, esperando que los médicos den alguna esperanza. 

Va avanzando la noche y poco a poco se retiran, quedándose unos cuantos. En la sala se encuentran menos de siete personas que quieren hacer guardia al lecho de Víctor Raúl. Nadie duerme, todos están atentos a las reacciones del paciente. Jorge está desencajado. El pobre casi no atina a hablar. Está muy turbado. 

Nury Zevallos, esposa de Jorge, permanece en la cocina con el rostro afligido y con la mirada busca la explicación, como tratando de convencerse que no era cierto. Ella medita, profundamente recordando los momentos felices que pasó junto a Haya, cuando, solícita, lo atendía. 

La noche avanza lentamente y se escuchan pequeños quejidos de Víctor Raúl; esto, al menos, da la seguridad de que está con vida. Amanece y, con el alba, nace una nueva esperanza. Un día más. Eran unos días antes del desenlace fatal. 


* Tomado del Libro Los últimos días de Haya de la Torre, cuyo autor es el c. Wílbert Bendezú Carpio. 

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