miércoles, enero 15, 2014

LAS HERIDAS DEBEN DE CERRARSE Y SERVIR DE EJEMPLO


Por Néstor A. Scamarone M.


En honor a mi abuelo 
el Coronel E.P. Néstor A Scamarone Suarez.

Nos acercamos al 27 de enero del 2014, fecha en que se leerá el Fallo de la Haya, fecha en la que debemos de sentirnos orgullosos y seguros que éste será favorable al Perú, por que nos asiste la justicia y el derecho, no por que nos asiste la fuerza, esa que nos lleva a la confrontación e incluso a las guerras. Las guerras se ganan con la paz y la razón no con más guerras. Es por eso que estamos de acuerdo total con el ex mandatario Alan García, cuando opina que debemos embanderar el Perú, para recibir una reivindicación patriótica, sin odios, venganzas o malos juicios de valor. Fecha en que también debemos recordar y agradecer al ex mandatario que hace 28 años, en 1986, instruyo a la Cancillería para enviar un embajador en misión especial a Chile con el propósito de iniciar conversaciones para fijar los límites marítimos entre los dos países. Esa misión fue cumplida por el embajador Miguel Bákula, que planteó la posición del gobierno peruano verbalmente y por escrito, sin recibir respuesta.
Por ello, hace seis años, el Presidente Alan García planifico, dirigió y presentó la demanda contra Chile al amparo del Pacto de Bogotá o Tratado de Solución Pacífica de Controversias.
A pocos días del Fallo de la Haya, debemos recordar el día de hoy las batallas de San Juan y Miraflores, un 15 de enero de 1881, no como venganzas removidas y menos odios y rencores, si no como un homenaje a nuestros héroes que defendieron con su vida la justicia y el derecho que le asistía a nuestro Perú y que en “algo” reivindicará con paz a nuestra patria el Fallo de la Haya.
HISTORIA.- La famosa hacienda San Juan del valle de Surco, que fuera propiedad de los jesuitas entre 1581 y 1767, pertenecía al momento de producirse la Guerra del Pacífico a los herederos de don José Manuel La Puente, abogado limeño. En la misma zona del valle surcano se ubicaban, entre otras, las haciendas Chacarilla del Estanque, La Palma, Tebes, Monterrico Chico (de los Osma). Todas estas propiedades rurales, que datan del siglo XVI, fueron el escenario en que nuestras fuerzas se batieron valerosamente por la defensa de Lima en el verano de 1881.
De acuerdo al censo general practicado en 1876, el valle de Surco contaba con 22 haciendas, en las que se cultivaba caña de azúcar, alfalfa, trigo y frutas, empleándose para ello a trabajadores negros y chinos, principalmente. Su población se distribuía entre el pueblo de Surco (770 habitantes), dos caseríos y las ya mencionadas haciendas (1,064 personas).
Como sabemos, luego de las derrotas en la campaña de Tacna y Arica, el escenario de la guerra se trasladó a la capital del Perú. Así, durante la mayor parte del año 1880 el puerto del Callao permaneció bloqueado por la armada chilena. El 19 de noviembre se produjo el desembarco de sus tropas en la bahía de Pisco y el 22 de diciembre desembarcó otro grupo en Chilca, iniciando el avance sobre Lima hasta establecerse en el valle de Lurín.
El ejército peruano, distribuido en cuatro cuerpos al mando de los coroneles Miguel Iglesias, Belisario Suárez con su comandante Néstor Scamarone Suárez, Justo Pastor Dávila y Andrés A. Cáceres, marchó a encontrarse con el enemigo y tomó posesión de la cadena de montes extendida desde el Morro Solar hasta el cerro San Francisco, detrás de la hacienda Monterrico Chico, ocupando un frente de cerca de 14 kilómetros. Esta era la primera línea de defensa. La segunda, formada por los civiles del ejército de reserva, al mando del empresario Dionisio Derteano, se estableció en los "reductos" entre los acantilados de Miraflores y la hacienda Monterrico Chico, ocupando unos 8 kilómetros.
El día del enfrentamiento -jueves 13 de enero de 1881- los cuatro cuerpos se encontraban distribuidos de la siguiente manera: a la derecha, hacia el mar, el primer cuerpo de 5,200 hombres, al mando de Iglesias, ocupaba el Morro Solar y los cerros Santa Teresa; en el centro, el cuarto cuerpo, con 4,500 hombres al mando de Cáceres, se extendía desde la cúspide de los cerros Santa  Teresa hasta la hacienda San Juan; a su izquierda el tercer cuerpo, que contaba con 4.300 hombres, dirigido por Pastor Dávila, ocupaba los cerros denominados Pamplona, Cascajal y San Francisco, hasta Monterrico Chico. El segundo cuerpo, al mando de Suárez y Scamarone (éste último herido con tres balas), quedó como reserva a la retaguardia de San Juan, con 2,500 soldados. El ejército chileno, en tanto, se organizó y distribuyó en tres divisiones con más de 29,000 hombres.
La batalla se inició a las cuatro y media de la madrugada y se prolongó hasta las nueve de la mañana, aproximadamente. Fueron horas en las cuales los soldados peruanos hicieron grandes esfuerzos por contener el ataque enemigo. Pero fracasaron: Iglesias fue tomado prisionero, las tropas de Pastor Dávila fueron arrasadas y las de Cáceres obligadas a retirarse hacia Surco, mientras los chilenos tomaban el Morro Solar e iban desplazándose sobre la hacienda San Juan, donde se instalaron para reconstituir su ejército y colocar su hospital de campaña. Por la noche, el pueblo de Chorrillos fue saqueado e incendiado; la misma suerte corrió el pueblo de Barranco al día siguiente. Una nueva batalla, la de Miraflores (15 de enero), decidiría finalmente el destino de nuestra capital.
Más tarde, durante la década de 1920, la hacienda San Juan fue subdividida y vendida en cuatro partes: San Juan Grande (a Ignacia Rodulfo de Canevaro), San Roque (a Luis y Esteban Cámere), El Estanque y Monte Rico Chico (a Alberto Salomón) y Vista Alegre (a Daniel Cornejo). Es en el primero de estos cuatro lotes que subsiste hoy la antigua casa-hacienda -prácticamente en ruinas- y la iglesia, construida luego del terremoto de 1746 y restaurada en 1992 por la Municipalidad de Surco. El complejo, declarado monumento histórico en diciembre de 1972, pertenece actualmente a la Fundación Canevaro. En su patio se erguía majestuoso, hasta el 1 de enero del 2001 (en que se desplomó), un antiguo pino desde donde, según cuentan, un niño héroe divisó al ejército chileno en su avance desde Lurín y fue muerto por un disparo de los invasores.
Demostrando al mundo, su elevado sentimiento nacional, resistiendo casi sin medios de protección y de ataque en las Batallas de San Juan y Miraflores, los habitantes de Lima, secundados por los restos que quedaban del Ejército regular, supieron morir peleando en defensa del suelo patrio.
Loor a ellos y gloria a nuestros héroes y que el fallo de La Haya, sea “algo” parte de una reivindicación jurídica, pacífica y patriótica, en homenaje a nuestros héroes y a nuestra Patria. ¡VIVA EL PERÚ!
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