En la América Latina contemporánea no es la dictadura militar el cáncer de la democracia, como lo fue durante el siglo XX: el cáncer es el caudillismo populista. En ocasiones, se trata de líderes providenciales que traspasan la línea dictatorial como Chávez y Maduro en Venezuela, y antes Fujimori en el Perú. En otros casos, se limitan a modificar la Constitución a través de congresos sumisos para así perpetuarse en el poder, como Rafael Correa. Finalmente, está la modalidad que he llamado de la “picardía criolla”, concepto muy usado en Argentina y será por ello que a la pareja Kirchner se le ocurrió la “brillante idea” de alternarse en el poder para saltarse la Constitución y, una vez más, entornillarse en él. 
Fue esta última modalidad la que quiso aplicar en el Perú la actual pareja presidencial la que, anonadada por el aluvional respaldo popular con el que contaba al iniciar su mandato, urdió su estrategia reeleccionista y comenzó a otorgarle a la Primera Dama un presupuesto y protagonismo inmensos. En simultáneo, la Comisión Tejada se ocupaba de la contraparte del proyecto: inhabilitar políticamente al ex-presidente Alan García que ya entonces aparecía como favorito para ganar las presidenciales del 2016 y aguar la caudillesca aventura oficialista.
Sin embargo, la oportuna intervención de Contraloría que observó que los gastos de la Primera Dama superaban a los del mismísimo Presidente (tanto como su exposición pública) y el contraataque de colectivos y parlamentarios apristas bajo la efectiva consigna de “no a la reelección conyugal” bastó para activar la reserva republicana del país y movilizar otros sectores en contra del autoritario e ilegal proyecto. Por el otro lado, el trabajo de la Comisión Tejada obtuvo como único y discutible resultado magullar la imagen del líder aprista tras exponerlo por años a una investigación con una evidente direccionalidad política, aunque hay quienes dicen que, más bien, le hicieron un favor al convertirlo en protagonista de un quinquenio ajeno.
Cuando flanqueamos el último cuarto del gobierno nacionalista, el verdadero resultado de su fallida aventura caudillista es el de un pésimo gobierno que ha frenado el crecimiento económico, que no logró mejorar la calidad de vida de los peruanos y que ha permitido que el sicariato y la delincuencia se conviertan en flagelos tan grandes como los del terrorismo ochentero. El Estado central está perdiendo inexorablemente el control del país que avanza a paso firme a su ”mexicanización”: esto es lo que nos va dejando una gestión que sólo se preocupó por perennizarse en el poder y que ahora liberaliza irresponsablemente el gasto público cuando nuestras reservas están descendiendo, quizá jugándose una última carta reeleccionista que aún no ha puesto sobre la mesa.
Y bien, a Alan García le dijeron de todo; sus detractores le dicen todo lo que no le dicen ni a Alejandro Toledo, ni al propio Ollanta Humala, suegras, belaúndes y orellanas incluidos. También le cuestionan sus reiteradas postulaciones a la presidencia a pesar de que todas ellas se ajustaron a las reglas del juego democráticas. García tuvo un buen segundo gobierno, infinitamente superior al actual, y sin embargo no se le pasó por la cabeza cambiar constituciones, o torcer las reglas para perennizarse en el poder. García no direccionó ninguna investigación congresal para inhabilitar al hoy Presidente aunque en ese entonces asomaba como la amenaza de introducir al Perú en la órbita chavista.
Alan García podrá postular por cuarta vez a la presidencia pero lo hará de acuerdo con la Constitución. Más bien, su imagen republicana se verá potenciada si conduce al APRA –partido que Haya fundó para construir la democracia en el Perú- a su fortalecimiento institucional. Para ciertos sectores es casi pecaminoso subrayar lo positivo de García, pero ya es hora de reconocer que nuestro desfalleciente republicanismo le debe a él y a su partido la legitimidad de nuestra próxima alternancia gubernamental tanto como tumbarse un inconstitucional proyecto reeleccionista. Téngalo en cuenta sus detractores, sobre todo aquellos que se rasgan las vestiduras clamando por el fortalecimiento de los partidos políticos y de la institucionalidad democrática.