Néstor A. Scamarone M.
“Los falsos valores y el consumismo, es el fantasma que recorre la vida globalizada de estupidez”Advierto lo anterior, porque quiero abordar el tema de la televisión repitiendo, casi con obsesión, que deja mucho que desear, con lo cual no quiero parecer un estatista de malas pulgas, deseoso de que las autoridades competentes la controlen de arriba abajo, entiendo que el control remoto es el único control que la evita; yo sólo pretendo mostrarme como un ciudadano del mundo que cree que, además de negocio, es también servicio público, al margen que se encuentre en manos privadas o estatales y que como tal debe sujetarse a ciertas reglas, como viene sucediendo en Italia, Francia, la bulliciosa Argentina y hasta la truculenta televisión española, que acaba de imponer reglas tan duras, que harán llorar a muchos.
El menú ofrecido por la televisión casi siempre produce indigestión y estómagos flojos. Vea usted, si no, los programas que nos ofrecen las noticias de cada día, sin ahorrarse imágenes que jamás pasarían el colador de lo sensato en materia de medios de comunicación; los que pretenden educar acerca de la justicia y el ejercicio de nuestros derechos, exponiendo en su intimidad las vicisitudes y conflictos de la gente más pobre, según parece la única que tiene que ver con el delito; los que intentan hablarnos de la vida, mostrándonos su lado más oscuro e infeliz a través de la rebuscada historia de algún prójimo; los que nos entretienen suponiendo, casi, que todo espectador es morboso y necesita inyecciones de violencia en diversas dosis y conforme a varias recetas; o, por decir algo más, los que divierten a los niños con dibujos animados espeluznantes, violentos, que le ponen los pelos de punta al más descuidado de los padres.
Así estarán las cosas que la utopía posible para el televidente pareciera ser, que al menos el horario de los programas muestre alguna preocupación ciudadana de parte de las televisoras, por ejemplo, que la tasa de pedofilia, muertos, violaciones, golpizas y derrieres descomunales, se reparta más bien hacia las horas en que los niños duermen o sea la una de la mañana o mejor a ninguna hora, lo cual no pareciera que es mucho pedir. Y que no me vengan dueños y directivos a decir, como en efecto dicen, bañados en el agua de rosas del liberalismo celestial del dólar que engorda sus bolsillos, que los canales sólo se limitan a eso, a ofrecer el menú, dejando que cada quien escoja con su control remoto, según sus apetencias, lo que, visto con detenimiento, es de nuevo, su interpretación fantasiosa y equivocada, sesgada hacia las propias conveniencias, de los principios democráticos relativos a la igualdad y a la libertad, mirados dentro del contexto del billete y sólo del billete.
Es crepitante ver los programas nocturnos, donde caras disfrazadas de puras, se “tragan” cada perversión y propalan con ventilador esas noticias sobadas y sudadas en el vil metal y lo más triste, a veces con el metal entregado y pagado por el Estado. Dos niñas entregadas a las delicias teatrales y con histriónico amor a las noticias, todas las noches nos narran con ojos seductores y bellas sonrisas los más grandes crímenes de pedofilia, y si son padres que abusan de sus hijos menores de cinco años y el delito es seguido con imágenes con sangre y muerte, llegan al éxtasis de la felicidad y brillan sus sonrisas… Me dan arcadas…
Digo lo que digo, repitiéndome una vez más, no porque guarde en la cabeza la ambición de que la televisión sea un instrumento para la educación. O acaricie el deseo de que sirva a la tarea de hacer un país con sentido y espacio para todos. O porque tenga por absolutamente cierto, ignorando las dudas de los especialistas, su papel determinante en la conducta de las personas y crea, por ejemplo, que la violencia que se traga en la pantalla se vomita indefectiblemente en las calles y se trasmuta en heridos y muertos. No lo digo por razones más modestas, más intimas. Lo digo porque me da asco. Porque es poco digna. Porque supone que el público es pervertido y no gente que piensa dentro de la normalidad. Porque en no pocos casos envilece y rebaja la condición humana. Lo digo, en fin, porque nos falta el respeto y humilla, por ejemplo al presentarnos las imágenes de la violación seguida de muerte de un niño de dos años y después descuartizado. Los cuellos degollados y sangrantes son los preferidos, los accidentes donde los cadáveres cuelgan de las ventanas de los buses o automóviles, rating y dinero para sus propietarios; si los crímenes amén de escabrosos son de homosexuales y lesbianas, rating y dinero para sus propietarios y así ad infinitum.
Lo digo también, porque nos encasilla en la banalidad y el vulgar consumismo salvaje, porque no nos ayuda a hacernos una mejor sociedad. ¿Qué espera el Estado que no imita a USA, Italia, Francia y ahora Argentina y pone coto a la perversidad sobada y pervertida? ¿Qué espera el Estado en alentar una televisión sana, culta entretenida y deportiva y dejan de patrocinar a la televisión pedorra?
La alternativa no es cambiar de canal, es de cambiarles el cerebro a los propietarios de la televisión basura. Es así que un “animador/a”, mamarracho inculto, chisgarabís caquético cualquiera, encarnado con regocijante desparpajo palurdo, puede llegar a obtener cierta calderilla de notoriedad malsana, para dizque estimular nuestra perplejidad.
Todos sabemos cómo funciona este baratillo de cambalaches vulgares de los programas basura y los noticieros dominicales de los suripantos y suripantas entrevistadoras, actualmente bañados en desfachatez y reciclando la corrupción.
¿Alguien se atreverá a calcular el dinero que semanalmente se emplea para pagar a los mentecatos que desfilan por esta parada de los monstruos sin cerebro y lo que ganan sus propietarios? ¿Merecemos los peruanos esta escoria televisiva? ¿Hasta cuándo seguiremos refocilándonos en tanta cochambre de las imágenes audibles y sobadas? ¿No será que la nueva misión del periodismo consiste en halagar los bajos instintos de la masa sin neuronas, hasta convertirla en una papilla humanoide, digna del planeta de los simios?
No hablamos de censurarla, prohibirla o reglamentarla, sólo pedimos que alienten una televisión con neuronas… o váyanse pal carajo imbéciles…
¿Y TÚ, QUE OPINAS…?
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