Por elc. Enrique Valderrama.
Todo hace indicar que en las investigaciones sobre el negociado de la adenda de “Chinchero” ha existido favorecimiento y direccionamiento para blindar a Vizcarra, incluido probable secuestro de información.
Si sumamos a ello el escenario de retorno apresurado del presidente de Brasil –allá por diciembre- para salvar a los fiscales “Lava Jato”, las dudas se profundizan. Es grave. También lo es que el acuerdo de colaboración eficaz con los brasileños –negociado por Vela y Pérez- no incluya una gran parte de proyectos en donde existen fundadas sospechas o incluso corroboración de inconductas; hasta “codinomes” publicados.
La voluntad que ha existido de proteger a algunos es hoy innegable. En este concierto de impunidades la participación y el poder empleado desde la Presidencia de la República para favorecer estas estrategias cada día es menos disimulable. Es válido pensar que -quizás- esta suerte de “primavera anticorrupción” impulsada por Vizcarra y sus aliados comunistas en más de un espacio, ha sido el proceso más corrupto y nauseabundo de los últimos años; pensado y estructurado para consumar sus pequeñas venganzas ideológicas y políticas, al tiempo que dilataban la ruina legal de sus aliados; como Villarán.
Odebrecht, casi podríamos decir, parece controlar y mandar sobre su propia investigación en Perú y sobre muchos espacios de influencia aún en nuestro país. Cada día se vuelve una necesidad replantear integralmente todo el esquema jurídico respecto a Lava Jato. Como quiera que esto es así, la legitimidad moral sobre la que Vizcarra quería hacer descansar su popularidad –el de ser un paladín intachable de la lucha contra los corruptos- y por consiguiente su poder, se está esfumando; ha entrado en serio cuestionamiento y deterioro.
Es muy difícil que hoy muchos ciudadanos piensen que no existieron prebendas en la adenda de “Chinchero” y cada día más ciudadanos piensan que sus ataques a cierto sector de la Fiscalía, así como su devoción a otro es muestra de un interés más allá de lo principista.
Del mismo modo su asedio al parlamento cada día parece menos noble. Obviamente tampoco puede apelar a otro sostén de legitimidad como podrían ser una buena gestión o la capacidad de concertar con distintos espacios de la sociedad; ambas cuestiones en las antípodas de lo que significa Martín Vizcarrra. Sus ocurrencias -como el adelanto de elecciones- difícilmente ahora contarán con un revestimiento de autoridad moral o corrección.
Al perder la legitimidad, lo único que le queda es apelar a los colectivos de izquierda radical para movilizar turbas que quieran arrogarse la representación de “la calle” o “el pueblo“ y lo acompañen en sus maniobras reñidas contra la Constitución. Como vimos hace pocos días tampoco serán más de un par de miles.
Mientras esto ocurre el día a día de los peruanos se ve atravesado por el aumento del desempleo, de la inseguridad, de la crisis de la salud pública, por el aumento del costo de vida. Agenda social abandonada por el Gobierno y sus comunistas.
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