Por César Campos - Columnista del Diario Expreso
No cabe duda que el presidente electo Alan García sí gozará de una relativa luna de miel con la población, gracias al cuidadoso trabajo que viene realizando en esta etapa de transferencia y a los gestos de apertura que muestra hacia las alternativas sensatas.
Por ejemplo, su reestreno como jefe de Estado tiene el signo positivo del diálogo, con el cual ha sabido aproximarse cordialmente a personajes dispares en la visión del país como el ex titular del Congreso, Ántero Flores-Aráoz, y la lideresa del PDS, Susana Villarán. También exhibe su sólida importancia política regional, inquietando las convocatorias de los futuros pares Luiz Inácio “Lula” Da Silva, Michelle Bachelet y Álvaro Uribe, para que los visite en sus respectivas naciones.
Asimismo, destaca su determinación para que la bancada parlamentaria aprista vigente respalde el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Opción que lejos de enajenarle el aprecio popular (las famélicas movilizaciones promovidas por los anti TLC fracasaron y pasaron inadvertidas), le sumará el respaldo de cientos de miles de peruanos emergentes que ya forman parte de las cadenas productivas exportadoras.
Estos primeros pasos –a los que debemos añadir su extremado celo por las muestras de austeridad con el dinero público– diseñan los rasgos de un mandatario bien ubicado en sus responsabilidades, perceptivo y en sintonía con los sentimientos del pueblo.
Sin embargo, lo más resaltante quizás sea su predisposición a compartir las tareas de gobierno con los partidos que han alcanzado representación parlamentaria y que tal ánimo haya empezado a materializarse, si nos atenemos a lo dicho por el ex candidato de Restauración Nacional, Humberto Lay.
Esto revela que García honra plenamente su compromiso de extender la mano a los compatriotas más capaces, sin distingo de tiendas políticas y moldeando el espacio para la instauración de un jefe de Gobierno (jefe del gabinete ministerial) que asuma atribuciones de más calibre y le deje a él desenvolverse sólo como un jefe de Estado. No tendremos entonces al caudillo imperial de otros tiempos, totalizador de las funciones públicas y devoto de introducir las narices en las labores de sus ministros u otros funcionarios.
Ese “Súper Alan” que creía tener una varita mágica para resolver todos los problemas sociales y que tan certeramente lo dibujó el talentoso caricaturista Eduardo Rodríguez –más conocido como Heduardo– para la revista Caretas.Alegrémonos de este cambio y de este nuevo espíritu. La democracia saldrá ganando
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