Por: Gérman Luna Segura
Director de LA TRIBUNA
Hay un instante en el que los sentimientos se cruzan y entonces, las imágenes del dictador sentado en el banquillo de los acusados se nos cruza también con las miles de veces que lo vimos con esa sonrisa irónica burlándose de todos. Quisiéramos hablar por los que ya no están y no podemos. Quisiéramos devolverle los golpes que los trabajadores recibieron en las calles, pero eso sería descender al mismo nivel, quisiéramos protestar por los maltratos a los despedidos injustamente, pero ellos ya lo hicieron por más de quince años dejando sus vidas en las calles, queremos hablar por los hombres y mujeres cuyo único delito fue oponerse a su gobierno y entonces, la realidad nos abofetea refregándonos sobre el rostro un escenario mucho más doloroso que cualquier experiencia personal, el saldo de muerte por el que son juzgados los responsables de años de corrupción, dolor, muerte e impunidad en el Perú.
Entonces es cuando en algún momento las lágrimas nos ganan y aparece el recuerdo doloroso de nuestras familias que en otros tiempos, muy cerca nuestro, sufrieron las mismas torturas y la misma muerte con sello de dictadura que ahora todos condenamos.
¿Qué sentido tiene -le decía un preso común a Ramiro Prialé en medio de las celdas de su prisión-, que un hombre que sólo quiere que la patria sea mejor termine sus días junto a quienes estamos aquí por haber robado? La respuesta del viejo líder aprista no se hizo esperar y, en un testimonio que guardo con nostalgia y como un tesoro, le respondió con firmeza que ningún castigo era tan duro como el que habían pagado sus compañeros que por la libertad habían sido asesinados. Porque cuando se mata un ser humano, le dijo, en realidad también se asesina a toda su familia.
Por eso es que nunca hay que olvidar que la filosofía de todos los dictadores siempre es la misma. Que hay que combatirlos porque su línea de conducta también lo es. Que no son diferentes unos de otros. Todos apuestan por el autoritarismo, por el terror y finalmente por la muerte porque esa, para ellos, es siempre una herramienta que los legitima y “les da paz”.
El drama es de los que en la historia del Perú han tratado de hacer diferencias entre dictadores muy malos y los menos malos. Todos ellos terminan ganados por la filosofía de la impunidad, esa forma de justificar las cosas escondiendo el desprecio de algunos por los derechos y las libertades.
Al gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos no los juzgan jueces, ni nosotros. En realidad, a ese régimen lo juzga su propia conciencia y cada testimonio lo compromete no porque alguien sindique que dieron personalmente las órdenes para la muerte, sino porque va quedando claro que siempre conocieron lo que sucedió, que era imposible que no manejaran los hilos de su tétrico poder y porque “conocerlo todo” formaba parte de “su filosofía de realizaciones”, de sus “políticas de trabajo”, esas “líneas de acción” a los que se sometían sus operadores respondiendo a su mando.
Hay quienes esperan que alguien lo acuse directamente. No es necesario que eso pase. La orden del régimen que sostenía a fujimori fue matar. Ilusos. No se dan cuenta que todas las dictaduras, absolutamente todas refinan su accionar y se protegen. Si a alguien le queda alguna duda, miren las manos de los acusados, no sólo están manchadas por el dinero sucio provenientes de la corrupción y el narcotráfico, sino que aún le quedan huellas de sangre de esos inocentes que fueron “eliminados” por un comando que ahora juega a la impunidad. La verdad se impondrá y se hará justicia. Sólo debemos esperar un poco.
Director de LA TRIBUNA
Hay un instante en el que los sentimientos se cruzan y entonces, las imágenes del dictador sentado en el banquillo de los acusados se nos cruza también con las miles de veces que lo vimos con esa sonrisa irónica burlándose de todos. Quisiéramos hablar por los que ya no están y no podemos. Quisiéramos devolverle los golpes que los trabajadores recibieron en las calles, pero eso sería descender al mismo nivel, quisiéramos protestar por los maltratos a los despedidos injustamente, pero ellos ya lo hicieron por más de quince años dejando sus vidas en las calles, queremos hablar por los hombres y mujeres cuyo único delito fue oponerse a su gobierno y entonces, la realidad nos abofetea refregándonos sobre el rostro un escenario mucho más doloroso que cualquier experiencia personal, el saldo de muerte por el que son juzgados los responsables de años de corrupción, dolor, muerte e impunidad en el Perú.
Entonces es cuando en algún momento las lágrimas nos ganan y aparece el recuerdo doloroso de nuestras familias que en otros tiempos, muy cerca nuestro, sufrieron las mismas torturas y la misma muerte con sello de dictadura que ahora todos condenamos.
¿Qué sentido tiene -le decía un preso común a Ramiro Prialé en medio de las celdas de su prisión-, que un hombre que sólo quiere que la patria sea mejor termine sus días junto a quienes estamos aquí por haber robado? La respuesta del viejo líder aprista no se hizo esperar y, en un testimonio que guardo con nostalgia y como un tesoro, le respondió con firmeza que ningún castigo era tan duro como el que habían pagado sus compañeros que por la libertad habían sido asesinados. Porque cuando se mata un ser humano, le dijo, en realidad también se asesina a toda su familia.
Por eso es que nunca hay que olvidar que la filosofía de todos los dictadores siempre es la misma. Que hay que combatirlos porque su línea de conducta también lo es. Que no son diferentes unos de otros. Todos apuestan por el autoritarismo, por el terror y finalmente por la muerte porque esa, para ellos, es siempre una herramienta que los legitima y “les da paz”.
El drama es de los que en la historia del Perú han tratado de hacer diferencias entre dictadores muy malos y los menos malos. Todos ellos terminan ganados por la filosofía de la impunidad, esa forma de justificar las cosas escondiendo el desprecio de algunos por los derechos y las libertades.
Al gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos no los juzgan jueces, ni nosotros. En realidad, a ese régimen lo juzga su propia conciencia y cada testimonio lo compromete no porque alguien sindique que dieron personalmente las órdenes para la muerte, sino porque va quedando claro que siempre conocieron lo que sucedió, que era imposible que no manejaran los hilos de su tétrico poder y porque “conocerlo todo” formaba parte de “su filosofía de realizaciones”, de sus “políticas de trabajo”, esas “líneas de acción” a los que se sometían sus operadores respondiendo a su mando.
Hay quienes esperan que alguien lo acuse directamente. No es necesario que eso pase. La orden del régimen que sostenía a fujimori fue matar. Ilusos. No se dan cuenta que todas las dictaduras, absolutamente todas refinan su accionar y se protegen. Si a alguien le queda alguna duda, miren las manos de los acusados, no sólo están manchadas por el dinero sucio provenientes de la corrupción y el narcotráfico, sino que aún le quedan huellas de sangre de esos inocentes que fueron “eliminados” por un comando que ahora juega a la impunidad. La verdad se impondrá y se hará justicia. Sólo debemos esperar un poco.
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