"Víctor Raúl Haya de la Torre, alguna vez, dijo algo de que el marxismo, como doctrina, no se podía concebir sin la supresión total de la libertad".
Escribe Martin Murguía
Durante los últimos días, ha llamado mi atención los vívidos y atestados debates que tienen lugar en las ágoras de la Plaza San Martín (numerosos ahora, próximos a la segunda vuelta electoral). Allí, defensores de la ideología marxista se enfrentan a libertarios y capitalistas.
Entre dimes y diretes, un sustento que los teóricos comunistas traen “bajo la manga” es el de que nunca se ha instaurado un sistema comunista en algún país. Puesto que, si esto fuese así, aquel territorio sería el “paraíso deseado”.
El comunismo es la segunda etapa del socialismo, dicen. Es la eliminación de todas las clases sociales para perpetrar una sola. Asumen, que si un Estado se erigiera guiado por el Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, hubiese alcanzado el “grado más alto de la humanidad”. Y, efectivamente, tal escenario no se ve en ninguna parte del mundo.
Sin embargo, en países como Corea del Norte, Cuba o Venezuela, su Gobierno ha puesto en marcha un plan que anhela y aspira, casi religiosamente, a tal ideario comunista. Si han entendido bien o mal a los autores, es irrelevante. Esto último es otra hipótesis de los teóricos del Centro de Lima, ya que recalcan que no puede llamársele comunismo a lo que imparte, por ejemplo, Maduro o Castro, sino “capitalismo de Estado”.
Lo cierto, es que tras esa interpretación de la doctrina comunista van destruyendo poco a poco a su nación. Es que no hace falta tener más de dos dedos de frente para saber que son ínfimas las posibilidades de que un Estado (“representando al pueblo”) tome las riendas productivamente de las múltiples industrias de un país. O, de que las políticas asistencialistas se acabarán en algún momento, porque todas ellas dependen de grandes sumas de dinero, las cuales se recaudan a raíz de impuestos cobrados a las empresas privadas, las que, a su vez, son ahuyentadas bajo cláusulas poco afables y bastante hostiles.
Eso, por un lado, pero si nos adentramos en el tema de la corrupción, en este contexto, podemos definirla como un acto difícil de escapar, pues con el patrimonio de toda la población a manos de un grupo de burócratas en total control, es casi ilógico pensar que no se aprovechen un par de oportunidades para valerse de unos cuantos “milloncitos” que aseguren el futuro, ¿no? El socialismo o primera etapa del comunismo es un planteamiento acaparador, carente de enfoque y determinación. Lo ha demostrado el tiempo, que carga con la “década perdida” de Latinoamérica, hacia los ochenta, en donde las políticas estatistas, nacionalistas, de imposición “igualitaria” partieron desde la economía para luego formar parte entera de las vidas de las personas, al recortar sus libertades e implantar monotonía en ellas.
Todas las naciones que se permitieron acabar con este sistema fueron en busca de una economía social de mercado: invitar a la empresa privada, para que se encargue de generar empleo; invitar a más empresas privadas, para generar competencia. Lo que se tradujo en mejores condiciones para el trabajador y mejores precios para el consumidor.
Víctor Raúl Haya de la Torre, alguna vez, dijo algo de que el marxismo, como doctrina, no se podía concebir sin la supresión total de la libertad, y de que tal supresión no era posible que en un país occidental perdure por mucho tiempo, pero en los países orientales, posiblemente pueda ser aceptada mientras que el “pan valga más que la libertad”. La pregunta es: luego del 28 de julio, ¿los peruanos tendremos “pan con libertad”?
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