sábado, abril 12, 2008

VIOLENCIA REACCIONARIA

Por: Germán Luna Segura
Director de LA TRIBUNA

La historia está llena de bellos y épicos relatos que aunque cargados de violencia, nos presentan toda la grandeza de quienes condujeron a sus pueblos en largas luchas por la libertad y la democracia, pero también registra dolorosos pasajes en los que llenos de infamia, hubieron quienes mataron e impusieron el abuso en nombre de una “voluntad superior” capaz de sobreponer el capricho personal sobre el destino de una nación.

Pese lo expuesto, lo que nos preocupa es como encontramos y definimos la construcción de la democracia en estos tiempos, sobre todo, si entendemos ésta, como la suma de valores que forjan tipos de convivencia ciudadana. No es suficiente todo el andamiaje de la formalidad eleccionaria para superar la falta objetiva de participación del pueblo en la toma de decisiones, menos, para frenar la violencia tan enraizada en nuestra historia y que nada tiene que ver con formas superiores de construir el futuro, sino mas bien, con la exclusión que sufren millones de compatriotas que hartos del discursomentira con el que se desprestigia la formalidad política en el Perú oficial, protestan de todas las formas imaginables.

Pero contra lo que muchos creen, nuestros dramas no son nuevos, la violencia no cesó con la captura de Abimael Guzmán, ni empezó con Sendero Luminoso en mayo del año 1980. Nuestra historia es todo un relato de mentiras, golpistas, caudillos y ficciones interesadamente construidas desde el poder que anida despropósitos y maquillan una realidad convenientemente presentada a nuestros niños sobre el membrete de “la patria ideal”, sí, esa de la que todos hablamos, pero que pocos conocen.

La violencia es parte sustancial de nuestra historia y sólo nos trajo desolación y mentiras, por tanto, es reaccionaria. Promovió entre nosotros la división como pueblo y también la pérdida de valores comunes que fueron - por patrioterismos baratos y chovinistas-, haciendo añicos el tawantinsuyo y su legado.

Pero si la violencia es intrínseca a nuestra historia, aún cuando no estallen más los coches bombas, o no se desate una balacera en media calle, ésta vive entre nosotros mientras haya gente que siga jugando “al más vivo” y llevando al límite todos sus derechos para colisionar con el de los demás, en esa especie de danza macabra en el que se impone la ley del más fuerte (o el más vivo según convenga).

Por eso es que es tan difícil afianzar la cultura del respeto y la libertad en nuestras tierras, por eso es que no es posible imponer un estilo de vida diferente apostando por la democracia y entendiéndola como el mecanismo ciudadano que mayor garantía brinda al derecho. La instauración de la voluntad de las mayorías requiere, como en cualquier compromiso social, la voluntad de las partes a cumplir lo acordado y eso sólo es posible en el marco de un nuevo Contrato Social que confronte la tentación autoritaria de las minorías.

A este respecto, hay que precisar entonces que la violencia es también una respuesta extrema que usan los denominados “antisistema” proponiéndose como quinta-columnas que aspiran a debilitar la conciencia democrática y las libertades, no sólo porque son en si mismos autócratas, sino porque del fracaso de la democracia depende su propia subsistencia y la posibilidad de imponerse.

Nunca el asesinato o el secuestro serán una alternativa revolucionaria y menos cuando ésta es una herramienta de presión reaccionaria. En realidad, jamás la muerte en si misma fue una herramienta liberadora. Los odios y la contracultura nos han enseñado a reencontrarnos en una historia llena de falsedades, con héroes de papel en cuyas gestas los triunfos dependen o se miden por el número de muertos por lo que ningún conflicto armado, por más grande que sean sus ideales es, en si mismo, bueno, simplemente, porque la violencia no es buena y suele ser una herramienta extrema, que a veces sólo debería ser usada para devolverle el curso a la historia.

Exaltar entonces la lucha por la justicia y la igualdad es la tarea de estos tiempos en los que el valor debe mover a las naciones que buscan el progreso. Pero usar de la violencia para jaquear a un gobierno popular es más de lo mismo que hemos vivido en nuestra historia contemporánea, es trama de cenáculo cerrado, es bajeza de intereses mezquinos, sería el triunfo del antisistema

que, sea de derecha o de izquierda, con acciones que excluyen a las masas, simplemente es reaccionaria.
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