miércoles, octubre 16, 2013

Manuel Seoane y el APRA en la Argentina

Martín Bergel
Manuel Seoane
Manuel Seoane, de cuya muerte se acaban de cumplir cincuenta años, fue uno de los más destacados políticos e intelectuales peruanos del siglo XX. Nacido en Lima en 1900, en el seno de una familia acomodada de raíces civilistas (conservadora), su nombre sobresaldrá tempranamente primero dentro del arco de figuras de la generación de 1920, o Generación del Centenario –la generación de José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre y muchas otras figuras políticas y literarias-, y luego, sobre todo, en las filas del aprismo. Su intensa militancia en el APRA, del que será reconocidamente su segunda figura en importancia detrás del liderazgo de Haya, lo acompañará hasta el fin de sus días y hará que su biografía resulte inseparable de la de su partido.
Seoane fue diputado, senador y candidato a la vicepresidencia, y si no ocupó por más tiempo posiciones expectantes en la política peruana fue por la tenaz persecución que pesó sobre el APRA, que deparó que pasara más de 25 años en cinco sucesivos exilios en países del continente como Argentina y Chile. Pero aunque aprismo y antiaprismo fueron identidades políticas irrenconciliables en las décadas en que transcurrió su vida, a Seoane le cupo un privilegió del que no gozó ni siquiera Haya de la Torre: el de ser respetado, y aún admirado, por muchos de sus adversarios y enemigos políticos. No casualmente su entierro en Lima, en 1963, que congregó no solamente a simpatizantes apristas, se cuenta entre los más multitudinarios de la historia peruana del siglo XX.
Y es que, nacida con el siglo, la figura de Seoane resulta plenamente expresiva de una era en la que la política debe ser pensada necesariamente en relación con las masas. Mientras que por su cultura intelectual y la avidez con que procuró documentarse y comprender las dinámicas más novedosas que afectaban al Perú y al mundo, que mereció el respeto de las elites letradas y políticas del continente, Seoane al mismo tiempo se granjeó el cariño de porciones significativas de las clases medias y populares. Su comprensión de los resortes en los que se entretejían los imaginarios políticos en sociedades cada vez más urbanas y modernas como las latinoamericanas, lo llevó a impulsar dos vías de comunicación que resultaron cruciales en la constitución del APRA como el principal movimiento político en el Perú, y como uno de los primeros partidos auténticamente populares de la historia del continente. De un lado, a la par de Haya de la Torre y de otros líderes como Magda Portal y Carlos Manuel Cox, Seoane fue un gran orador en decenas de actos y mítines. Tanto la veloz implantación del APRA como partido de masas en el Perú, como sus numerosas resonancias latinoamericanas, no se entienden por fuera de su cultura de actuaciones públicas y rituales políticos callejeros. Dentro de ellos, sobresalió especialmente la capacidad oratoria de Seoane. Numerosos relatos de militantes individuales mencionan la asistencia a alguno de sus discursos públicos como un momento iniciático en la gestación de un vínculo emocional con el aprismo. Y por fuera de esa cultura de la calle y el comité, son recordadas las intervenciones de Seoane en su faz de congresista. De un modo análogo al de su amigo Alfredo Palacios en Argentina, parte de su memoria ha quedado asociada a sus vigorosas argumentaciones en el Parlamento en favor de reformas sociales.
Pero junto a esa afición a los rituales políticos y al ágora pública, la otra gran arena de interpelación popular, cara a Haya de la Torre y a toda la generación fundadora del APRA, pero especialmente a Manuel Seoane, provino de la cultura escrita. Los apristas se destacaron muy subrayadamente por colaborar en un sinnúmero de publicaciones de todo el continente. Revistas claves de la cultura de izquierda y americanista como “Claridad” de Buenos Aires o “Repertorio Americano” de Costa Rica, entre muchas otras, se hallaban pobladas de textos firmados por figuras pertenecientes al aprismo. Y junto a ello, sobre todo en las décadas de 1920 y 1930, los apristas publicaron una enorme masa de libros y folletos, algunos de los cuales todavía se encuentran sin mucha dificultad en las librerías de viejo de Lima.
Pero dentro de esa inclinación general de los dirigentes apristas por la escritura, a Manuel Seoane le tocó ser artífice del principal artefacto: el diario partidario “La Tribuna”. En sus primeras décadas de existencia, el APRA pertenecía a la familia de organizaciones de izquierda para las cuales tener un periódico propio representaba una instancia vertebradora de la vida misma del partido. No casualmente su crecimiento meteórico en el Perú se dispara en coincidencia a la fundación de “La Tribuna”, en 1931. Pues bien, fue Seoane el factótum de este órgano de prensa. Aunque había hecho un poco a desgano la carrera de derecho, primero en la Universidad de San Marcos y luego en la Argentina, Seoane se reconocía ante todo como un periodista. Y a lo largo de su vida fue no solamente director en varias oportunidades de “La Tribuna”, un diario que en sus mejores épocas llegó a competir con los más tradicionales periódicos limeños, sino que además creo y dirigió, en uno de sus exilios en Chile, la revista “Ercilla”, a la postre una de las publicaciones periodísticas más influyentes de la historia chilena en el siglo XX. En definitiva, entonces, Seoane pareció tomar nota de la importancia de la palabra escrita en sociedades en las que la progresiva escolarización impulsaba rápidos crecimientos en las tasas de alfabetismo. “La Tribuna”, en ese sentido, fue un mecanismo clave en la construcción del APRA como “Partido del Pueblo”.
Recapitulemos lo dicho hasta aquí. La cultura oral y la cultura escrita conformaron los dos dispositivos más importantes en el proceso de popularización del APRA. Y a Seoane le tocó jugar un rol de primer orden en esa proliferación de textos impresos y mítines públicos. Cabe señalar aquí, a modo de excursus, que si la historia del APRA constituye un laboratorio privilegiado para la reflexión sobre los cambios y las continuidades de las culturas políticas en el marco de las modernidades periféricas latinoamericanas, ello en parte se deriva de esa combinación de rituales políticos y de afición por los textos escritos que se observa en su seno. Si la cultura escrita se relaciona en principio con el mundo de las ideas, y si los discursos, mítines y manifestaciones se vinculan al mundo de las emociones, puede entenderse porqué se ha querido ver en la experiencia aprista una vía de aproximación a las transiciones y las tensiones entre una cultura política que remite al universo de las izquierdas, y otra vinculada en cambio a la tradición del populismo latinoamericano.
Pero volvamos a Seoane. Cuando Haya de la Torre es deportado por el gobierno de Leguía en 1923, es Seoane quien lo suplanta a la cabeza de la Federación de Estudiantes del Perú. Pero pronto también él es desterrado y recala en Buenos Aires. Es entonces cuando Haya de la Torre funda el APRA desde el exilio, y disemina sus orientaciones en artículos y a través de la correspondencia. Poco después, en 1927, Seoane creaba la Célula Aprista de Buenos Aires junto a otros jóvenes peruanos también desterrados. La estadía en Argentina, en donde viviría en sucesivos exilios hasta 1936, resulta crucial para Seoane. Por un lado, es allí donde se foguea como militante y como intelectual, y en donde adquiere las destrezas que se expresarían en esa combinatoria de cultura oral y cultura escrita que mencionábamos antes. Por otro lado, en Buenos Aires rápidamente se destaca en medios estudiantiles, intelectuales y políticos. Y si el APRA encuentra un arco de resonancias positivas que se expresan en franjas de los Partidos Radical y Socialista, en grupos como FORJA, y en un amplio espectro de intelectuales y órganos culturales de diversas tendencias, ello en buena medida se explica por las extendidas simpatías que genera la figura de Seoane.
El joven peruano se destacará en efecto velozmente en diferentes ámbitos de la vida porteña. Pronto se enrola en la Unión Latinoamericana (ULA), una entidad fundada por José Ingenieros y presidida por Alfredo Palacios que perseguía similares propósitos a los del APRA. La ULA, en efecto, llegó a destacarse a nivel continental como una de las máximas expresiones del clima antiimperialista y latinoamericanista que tenía lugar en los años ’20. Se trataba de una organización que nucleaba a lo más granado de la intelectualidad progresista y de izquierda de la Argentina, y que contaba con filiales en otros países del continente. Los exiliados apristas de Buenos Aires y de La Plata se sumaron a la ULA, aún cuando la juzgaban limitada a fines de acción cultural. Por contraste, pensaban que el APRA estaba mejor equipado para llevar a buen puerto las causa latinoamericanista, tanto por su entendimiento más cabal del fenómeno imperialista como por estar sustentado en una estrategia política que incluía tanto una apelación a la alianza de las clases subalternas como un horizonte efectivo de conquista del poder político. 
Pues bien, en esa organización que agrupaba nombres significativos del espacio intelectual argentino sobresalió Manuel Seoane. Fue a través de ella que puso a prueba sus dotes para la oratoria. Exhibiendo un dinamismo que sería motivo de elogio en los círculos que le eran afines, en esa segunda mitad de la década de 1920 el joven peruano llevó la palabra de la ULA, y también la del APRA, a varios cenáculos porteños, además de proyectarla en giras que desarrolló en países como Bolivia y Uruguay. Fruto de todo ello, Seoane fue elegido Secretario General de la ULA, y luego, en 1928, director de su importante revista “Renovación” (que también había sido fundada por Ingenieros). Seoane desarrolló también una muy estrecha relación con Alfredo Palacios, que decía quererlo “como a un hermano menor”, y que en la hora de su primer regreso al Perú, en 1930, diría de él que era “el alma de la Unión Latinoamericana”. No casualmente fue el joven peruano el autor del prólogo al libro de Palacios “Nuestra América y el Imperialismo Yanqui”, editado en 1930, que reúne los más importantes textos antiimperialistas del dirigente socialista argentino.
Pero ese no fue el único ámbito en el que se destacó Seoane en su primer exilio en Buenos Aires. A poco de haber llegado, se empleó en el célebre diario “Crítica”. Allí fue un destacado cronista y periodista deportivo. Pero lo más importante de todo es que en los años que pasó en la redacción del mítico diario de Natalio Botana, que como es sabido innovó los formatos establecidos en que se ejercía el periodismo gráfico en Argentina, Seoane adquirió destrezas que desarrollaría posteriormente como director de “La Tribuna” de Lima.
“Crítica” fue, en efecto, para Seoane un laboratorio en el que pulsar los modos en que un órgano gráfico podía interpelar y conmover a la opinión pública popular. La importancia otorgada por el diario de Botana a secciones como los deportes y los casos policiales, reveló al joven peruano una vía de ingreso a algunas de las formas en que se configuraban los intereses y consumos de los estratos populares en ciudades en proceso de masificación como Buenos Aires o Lima. Como resultado de ese aprendizaje, “La Tribuna” no sería meramente un órgano partidario, sino un diario moderno que tanto informaba y editorializaba sobre la vida del aprismo, como ofrecía un servicio de noticias de actualidad. Informaciones deportivas o del mundo obrero, además de algunas referidas al mundo del hampa –que acicateaba ya entonces la imaginación popular-, tuvieron cobertura en las páginas del diario.
Me interesa detenerme en esta dimensión de la vida cultural y política del APRA en sus años iniciales, una dimensión que actualmente estoy investigando, porque curiosamente entre los historiadores del aprismo no se ha prestado suficiente atención a ciertos mecanismos de mediación entre la dirigencia del partido y los sectores populares. En la gestación de esos mecanismos, que obraron ciertamente en la constitución del APRA como “Partido del Pueblo”, Manuel Seoane tuvo un rol protagónico, en especial por el cúmulo de experiencias y conexiones vinculados a su experiencia en el exilio argentino.
Pero además de haberse destacado como conferencista, y de haberse fogueado y participado en diarios y revistas, la primera estancia de Seoane en la Argentina fue significativa en otro aspecto. Fue en esos años ´20 cuando, a partir de intercambios epistolares propiciados por Haya de la Torre, los apristas formularon una noción de imperialismo que se quiso superior a las que comúnmente circulaban entre los intelectuales y la opinión pública del continente. Desde sus plazas de destierro, en Londres, Oxford, París, México o Berlín, Haya insistía en que los jóvenes exiliados apristas debían concentrarse no sólo en tareas de propaganda, sino también dedicarse al estudio. A Magda Portal, por ejemplo, le indicó que en vez de escribir poesía debía estudiar economía política. Y es que la noción de imperialismo del aprismo en los años ´20 se presentaba a sí misma como científica, y derivada de una matriz materialista de cuño marxista. Frente a las incrustaciones románticas o arielistas de los usos de la categoría de imperialismo del reformismo universitario argentino, el enfoque aprista del imperialismo era un enfoque esencialmente económico.
En ese marco, e incentivado en cartas por Haya de la Torre, Seoane dispuso que la célula aprista de Buenos Aires se consagre a investigaciones estadísticas sobre el fenómeno imperialista. Así, en una dirección sólo compartida por pocas figuras dentro del ancho campo de la intelectualidad antiimperialista –por ejemplo, el uruguayo Carlos Quijano, que emprendió investigaciones de similar dirección-, los análisis del imperialismo de Seoane y su grupo buscaban estar empíricamente respaldados. Algunos de esos trabajos fueron publicados en revistas como “Amauta” de Lima (la célebre revista de Mariátegui), “Claridad”, de Buenos Aires, y la revista “Ariel” de Montevideo. Y en 1930, Seoane publicó un pequeño libro titulado “La Garra Yanqui”, en el que se propuso derribar los mitos y perspectivas erróneas que se tenían sobre el imperialismo. El imperialismo no era un fenómeno cultural, ni un fenómeno político, sino un proceso fundamentalmente económico, y Seoane se empeña en ese libro en demostrar esa tesis.
Mencioné a Mariátegui y a su revista “Amauta”, y aquí cabe hacer otra digresión. Es bien conocido que, en un episodio que merece análisis más matizados, Haya de la Torre y Mariátegui, hasta entonces colaboradores, polemizan y finalmente rompen en 1928. Desde entonces, las invectivas cruzadas entre apristas y mariateguistas fueron moneda corriente, y se mantuvieron más allá de la muerte de Mariátegui, ocurrida en 1930. Pero lo interesante es que, a través de Seoane, la célula aprista de Buenos Aires parece haber intentado mediar, hasta cierto punto, en el conflicto desatado entre ambas figuras. Muchas cartas que permitirían conocer mejor el episodio se han extraviado o permanecen atesoradas en manos privadas. Pero lo que sí sabemos es que Seoane y Mariátegui mantuvieron cordial correspondencia hasta semanas antes de la muerte del director de “Amauta”. Todavía más: como también es conocido, cuando muere, Mariátegui se hallaba próximo a establecerse en Buenos Aires, desde donde planeaba continuar publicando su revista. Y en distintas cartas que sí se han conservado se observa cómo confiaba en que en su aventura argentina encontraría en Seoane alguien con quien compartir proyectos intelectuales y políticos. De modo que mientras Haya de la Torre y Mariátegui rompen estentóreamente en 1928, las cosas parecen haber sido bastante distintas en lo que respecta a Seoane.
El primer exilio de Seoane en la Argentina termina entonces en 1930, cuando a la caída de Leguía retorna a Lima junto a la mayoría de desterrados. En los meses siguientes, sin embargo, deberá exiliarse nuevamente y otra vez más en 1936, Buenos Aires será su destino principal en el destierro. Lo que me interesa recalcar, para ir concluyendo, es que el vínculo entre Seoane y la Argentina fue efectivamente intenso y pleno de efectos. Por un lado la estancia en Buenos Aires en los años ´20 resultó para Seoane provechosa en muchos aspectos, y ese es un hecho que él mismo menciona en la conferencia que da en Lima apenas regresado en 1930 (una conferencia que se edita tanto en Lima como en Buenos Aires con el título de “Nuestros Fines”). Esos años de la década de 1920 fueron en efecto el momento de despegue e incluso de una primera consagración de Seoane como líder político e intelectual. De otro lado, como ya mencioné, si el aprismo tuvo resonancias y traducciones en la Argentina, se debe en buena medida a los cursos de acción que dirigió Seoane, y al aura de la que se revistió. Al respecto, cabe señalar un hecho significativo. Antes de retornar al Perú, en octubre de 1930, Seoane es triplemente homenajeado: por sus compañeros de oficina, por el gremio de periodistas y por la intelectualidad de izquierda. La invitación a este último homenaje, firmada por más de cincuenta personalidades, decía lo siguiente:
“Después de 6 años de destierro vividos ejemplarmente, retorna al Perú el Sr. Manuel Seoane, cuyas dotes y lúcida actuación entre nosotros granjeáronle general afecto. Como un testimonio de afecto personal y de simpatía a la brillante juventud antiimperialista del Perú, hemos resuelto reunirnos en una comida que se realizará en el Alvear Hotel”.
En suma, el paso de Seoane por la Argentina de los años ´20 dejó una estela de contactos y resonancias.
Cinco años más tarde, cuando se preparaba para dejar Buenos Aires rumbo a Chile, donde proseguiría su destierro, Seoane decide cerrar su etapa argentina escribiendo un libro que lleva un título: “Rumbo Argentino”, y dos subtítulos: Sondeos en el alma argentina”, que abre la primera parte; y “Una breve inspección política”, que encabeza la segunda. Es interesante porque es fácil apreciar cómo se trata de un ensayo que puede ser provechosamente ubicado en la serie del llamado “ensayo de interpretación nacional”, el subgénero de interrogación de la vida nacional en el que por esos mismos años sobresalieron Raúl Scalabrini Ortiz y Ezequiel Martínez Estrada.
Lo interesante es que, en ese texto, la posición de enunciación de Seoane lo coloca en un entrelugar. Porque si no deja de tener una mirada en cierto modo externa que lo distingue del ensayo de interpretación nacional -la mirada de un extranjero que habiendo vivido intensamente en una sociedad se propone a reflexionar sobre ella-, al mismo tiempo busca distinguirse de otra serie muy célebre en el período: la ofrecida por los viajeros culturales de fines de los años ´20: Ortega y Gasset, Waldo Frank, y Hermann Keyserling. Esas tres figuras visitan el país y son recibidas con todos los honores. Dictan muchas conferencias y son objeto de interés de la prensa durante varios días. Y luego escriben sobre la Argentina y sobre el continente libros o ensayos en los que ofrecen imágenes-síntesis de lo que han visto.
Pues bien, Seoane se subleva contra ese tipo de aproximaciones. Observa en ellas “ausencia de método” y espíritu dogmático. Y se burla de ese tipo de viajeros, a quienes llama “conferencistas de señoras”. Y sobre todo, eleva una protesta por su modo de predicar sobre lo argentino sin haber realmente penetrado en la vida popular. Frente a ese tipo de aproximaciones, Seoane adopta un tono más modesto. Lo que ofrece son apenas “sondeos”, como los llama, postales de la metrópoli porteña y de algunos de sus fenómenos culturales, en una vena que tiene puntos de contacto con las crónicas periodísticas que por entonces escribía Roberto Arlt. Para finalizar, me referiré a una de ellas, que muestra el tipo de preocupaciones por el mundo popular de Seoane. El peruano era muy afecto a los deportes. Pero aún así, se sorprende del lugar que ocupa la esfera deportiva, y en particular el fútbol, en el escenario porteño. Y escribe al respecto:
“Waldo Frank en su ‘Mensaje a la Argentina’ señala el peligro de un decrecimiento espiritual, del triunfo de una vida como la norteamericana. Y esto parecería confirmarse con el auge deportivo, signo indudable de cierta desviación general. El deporte, convertido en religión, sustituye el afán por la cultura, el amor a las cosas del alma y la belleza. El deporte debe procurar el estímulo de la salud física y ofrecer un espectáculo ejemplarizador y tonificante. Pero otra cosa es la monomanía deportiva. El laicismo argentino ha encontrado nuevos ídolos en los jugadores de fútbol. Personalmente participo de esta nueva emoción por las justas del músculo, pero me inquieta la desproporcionada importancia que se le viene concediendo”.
Y Seoane mismo era víctima de eso que llama monomanía deportiva. Según escribe en un apartado con toques de humor del libro, en su estancia argentina se había visto perseguido por una maldición: la de llamarse igual a una de esas grandes estrellas que el fútbol, en un hecho entonces novedoso, proyectaba como ídolos populares. Manuel “la Chancha” Seoane fue efectivamente ídolo en Independiente y en la selección argentina, y según recordaba lastimosamente el limeño Seoane, había hecho que en cada rincón que visitase lo confundieran con el famoso jugador de fútbol.
En definitiva, estas aproximaciones al fútbol y al mundo popular nos muestran una figura que se encuentra en la tensión que señalábamos al comienzo: interesado por los fenómenos populares, sin embargo no romantiza todas sus expresiones ni ahorra críticas para con ellas.
Conferencia organizada por la Embajada del Perú en el Museo del Libro y de la Lengua de Buenos Aires, el 24 de setiembre pasado.
Share on :

0 comentarios:

 
© Copyright A.P.R.A. | 1924 - 2022 | APRA - Some rights reserved | Powered by Blogger.com.
Developed by ORREGO-wmb | Published by Borneo Templates and Theme4all