Cuando las colectividades dejan de creer en sí mismas, pareciera que deciden jugar con “la ruleta rusa política”: apostar por lo desconocido.
Por querer parecernos a otros, los peruanos buscamos ser distintos a lo que somos con la triste suerte de terminar siendo “huachafos” cuando pretendíamos ser “snob”. Desde la estúpida andanada del “no partido” que surgió en los ‘70 en el velascato (inventando el voto preferencial) seguido por la destrucción sistemática del fujimorismo (con cámara única y transfuguismo), hay quienes creen peregrinamente que se puede hacer política sin políticos y sin partidos. Además es inverosímil que una sociedad tan frágil en ciudadanía e institucionalidad pueda imaginar el beneficio de un “outsider” que, dicha sea de paso, no existe. Lo que sí existen son algunos improvisados y otros aventureros.
Afirmar que “todo cambio es bueno” es efectista y falso, como lo es afirmar que estamos “peor que nunca”, ocultando o falseando a los jóvenes la terrible crisis internacional más el terrorismo de los ’80, derrotado en los ’90 y reemplazado por la destrucción moral del país. La recuperación en este siglo es imperfecta pero es real, expresada en tres gobiernos democráticos sucesivos y una mejora en la economía de los peruanos, empantanada por el régimen actual.
¿Qué podemos estar mejor? Sin duda; pero dirigidos por personas e instituciones con raíces y recorrido. Apostar por los que acumulan cargos –logrados por prebendas y clientelismo-, los clubes de independientes o los que jamás han dirigido nada es ponerse una pistola en la sien.
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