lunes, septiembre 23, 2019

Cinco meses después del suicidio de García

Por VÍCTOR ANDRÉS PONCE

Han pasado cinco meses desde el suicidio de Alan García y nadie le explica al Perú cuáles son las razones de que se pretendiera detenerlo. Nadie. El silencio se convierte en oprobio y vergüenza. Luis Nava está detenido porque, al parecer, no ha incriminado a García y la cuenta con US$ 1.3 millones de Miguel Atala se destinó a compras de inmuebles del propio Atala, tal como se registra en los movimientos bancarios. ¿Por qué entonces la detención del ex líder aprista?
Afirmar que el líder aprista se suicidó luego de una de las persecuciones políticas más implacables de nuestra historia no es una exageración. Todo comenzó con el nadinismo y con los mediáticos narcoindultos. En ese entonces se habló de 5,000 narcoindultos y el aparato nadinista llamó a García “candidato de los narcos”. Todo fue una infamia comunista. La justicia judicializó 16 casos y sentenció a un funcionario por solo uno de ellos. Sin embargo, García fue demonizado y liquidado electoralmente.
No obstante, el asalto plebiscitario de la República —tal como sucedió en Venezuela y en todas las democracias plebiscitarias de la región— requería liquidar a la oposición. Y si bien García podía no tener viabilidad electoral, sí era capaz de lanzar de una frase que descorriera los velos, tal como lo hizo con la famosa sentencia acerca de “la reelección conyugal”. Entonces la estrategia comunista-caviar, que ya había logrado encarcelar a Keiko Fujimori y la dirigencia de Fuerza Popular, fue por García.
Las cuentas de Nava y Atala fueron los pretextos para intentar detenerlo, no obstante que García, durante su segundo gobierno, solo buscó limpiar su nombre, tal como lo indican casi todos sus ex ministros. El líder aprista no aceptó la humillación y se disparó un tiro dejando abismados a sus enemigos, a sus seguidores, y al mundo entero.
Océanos de tinta se han extendido sobre los motivos del suicidio de García. Sus enemigos señalan que fue el pecado de la vanidad. Un megalómano jamás aceptaría que le colocaran las marrocas. Puede haber algo de verdad en esa afirmación. Sin embargo, si el líder aprista era detenido la popularidad de Vizcarra y la legitimidad del asalto plebiscitario se disparaban hasta los cielos. Los números iban a reventar hacia arriba. En ese contexto, el bloque comunista-caviar habría concretado su propio 5 de abril apoderándose del sistema político por muchos años. Algo más: el partido del siglo XX, que Víctor Raúl le había dejado a García, simplemente, habría pasado a mejor vida.
Por las pocas veces que traté con el líder aprista, tengo la certeza de que García había entendido todas las consecuencias de su eventual arresto. Y como todas las versiones lo indican, la decisión ya estaba tomada antes de dispararse el tiro.
Cuando García apretó el gatillo no solo se suicidó, sino que perpetró un acto republicano que se registrará en los libros de historia de nuestra República, mientras que los restos de sus adversarios simplemente se extinguirán por ley natural. 
El suicidio de García, de alguna manera, salvó la actual experiencia republicana y nos permite sostener que el asalto plebiscitario comunista-caviar no ha triunfado. Igualmente nos permite decir que el viejo partido de Haya no ha muerto; está herido de gravedad, pero respira y se recupera.
La frase de todos los republicanos frente a los asaltos plebiscitarios en la historia universal acerca de que la república se defiende con la vida, pues, tiene un eco especial por estos días con la muerte de un jefe de Estado elegido en dos comicios impecables, que convocó a dos elecciones incuestionables, y que entregó el poder como suelen hacer los demócratas.
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