domingo, octubre 13, 2019

Antonio Cardenas, Líder histórico de la guerra contra SL en el VRA

Fuentes: Ministerios de Defensa

A las 4:40 de la madrugada del miércoles 31 del año 2012, murió Antonio Cárdenas, el dirigente histórico de la épica lucha de los campesinos del VRAE contra Sendero Luminoso en la década de 1980 e inicios de 1990.

El líder campesino dejó de existir en el Hospital Militar, donde había sido trasladado por disposición del ministerio de Defensa, según fuentes calificadas. Cárdenas fue visitado por el ministro de Defensa, Pedro Cateriano; el jefe del Comando Conjunto, almirante AP José Cueto; y el comandante general del Ejército, general EP Ricardo Moncada.

Pocas horas después de la muerte de Cárdenas, el ministro Cateriano informó, a través de una nota de prensa, sobre la decisión del Gobierno de condecorar póstumamente a Cárdenas con la medalla “Ejército del Perú”.

Así, en la hora de su muerte, el Estado peruano reconoció la extraordinaria contribución que Cárdenas, el líder campesino de vida austera y modestia andina, realizó en los años más duros de la lucha contra Sendero Luminoso, dentro del que fue el más sangriento teatro de operaciones en la guerra en el campo.

Cárdenas tenía apenas 19 años en 1984, cuando se hizo cargo de la organización de las defensas campesinas en su pueblo, Pichiwillca, en el sur del VRAE. Este no fue el primero en organizar grupos de autodefensa contra Sendero Luminoso, pero pronto se convirtió en el más importante.

El papel de Cárdenas en organizar la defensa campesina fue fundamental. Dotado de un extraordinario talento natural para la organización y la estrategia militar, Cárdenas ayudó a convertir a grupos de campesinos precariamente armados, debilitados por el miedo y la pobreza, en una fuerza organizada y tenaz.

En el proceso de la guerra interna en el valle del VRAE, el porcentaje de bajas por la violencia fue muy alto. Se calcula que cerca del 10% de la población del Valle fue víctima de la guerra en las décadas de 1980 y 1990, un nivel altísimo de bajas para cualquier conflicto, y mucho más para uno en el que casi todos los combates y los hechos de violencia se libraron cara a cara, cuerpo a cuerpo, con armas no por rústicas menos letales.

El momento decisivo en la guerra entre Sendero y los DECAS en el VRAE no ocurrió en 1984 o 1985 sino en 1988. Luego de replegarse en los primeros años, Sendero decidió contraatacar desde 1987 y reconquistar el Valle. Por diversas razones, el Ejército no puso virtualmente resistencia al avance senderista en la selva ayacuchana y, para todo efecto práctico, se abstuvo de pelear en ese año. La relación de la Fuerza Armada con los DECAS se hizo, por ello, notoriamente mala, con la excepción parcial de la Infantería de Marina, que buscó apoyarlos.

El 13 de abril de 1988, un fuerte contingente senderista procedente de “Sello de oro” marchó sigilosamente a Pichiwillca con el propósito de aniquilar al principal contingente DECAS del Valle y romper así el espíritu de resistencia en el VRAE.

Cerca de 450 senderistas, de los cuales 40 eran de ‘Fuerza Principal’, bien armados y entrenados, y el resto ‘masa’, o población cautiva, avanzaron hacia Pichiwillca en medio de una lluvia que se prolongó por varios días, para atacar el pueblo por la noche.

El combate, descrito en las historias de Ponciano del Pino (‘Tiempos de guerra y de dioses: ronderos, evangélicos y senderistas en el valle del río Apurímac’) y Mario Fumerton (‘From Victims to Heroes: Peasant counter-rebellion and Civil War in Ayacucho, Peru, 1980-2000’), empezó, en efecto, en la noche, apenas amainada la lluvia, cuando la vigilancia de los centinelas de Pichiwillca los salvó de una sorpresa total.

Los DECAS de Pichiwillca, bajo el comando de Cárdenas, opusieron una resistencia feroz a un enemigo más numeroso, mejor armado y que contaba con la iniciativa. Horas después, la batalla se libraba ya dentro del propio pueblo, sin que los senderistas pudieran quebrar la determinación de los DECAS de luchar hasta el final.

La noticia del enconado combate llegó al pueblo vecino de Anchihuay, donde un centenar de DECAS se organizó rápidamente y marchó a reforzar a los de Pichiwillca. No iban solos. Un pelotón de la infantería de Marina que había acampado esa noche en el pueblo, se puso en marcha junto con ellos.

El grupo de refuerzo atacó a un sorprendido y ya fatigado Sendero. Después de un corto combate donde, según los testimonios que recogió del Pino, “la sangre corría como agua”, Sendero se retiró, dejando varios muertos en Pichiwillca.

Pero, en lugar de celebrar la victoria y su supervivencia, los DECAS y los marinos se lanzaron en persecución de los senderistas. Durante quince días de marcha y combate, día y noche, la casi totalidad de la columna senderista fue aniquilada. Así, lo que empezó como un ataque sorpresa terminó con la derrota contundente del atacante senderista.

Esa victoria de los DECAS, dirigidos por Cárdenas, les infundió fuerza y les dio la iniciativa. En muy poco tiempo, cerca de 30 pueblos y caseríos fueron liberados. La marcha victoriosa de ese ejército campesino no se detuvo hasta haber expulsado a Sendero del Valle, expulsándolo hasta las estribaciones de Viscatán.

Aunque hubo quienes intentaron describirlos como paramilitares y hasta aliados del narcotráfico, los DECAS fueron un fenómeno realmente original en las guerras internas latinoamericanas: un ejército de campesinos pobres, compuesto por milicias federadas y jefes elegidos. La coca y el comercio de cocaína jugaron un papel en solventar el equipamiento y las prolongadas expediciones de campesinos que tuvieron que abandonar sus chacras, pero salvo una u otra excepción, ninguno de los jefes DECAS hizo fortuna durante esos años. Por lo contrario, la mayoría terminó arruinada. Muchos debieron luego emplearse como jornaleros y uno de ellos tuvo que trabajar como estibador en el mercado de Huamanga.

Además, varios líderes evangélicos prohibieron a sus fieles involucrarse con la coca, pero participaron con gran denuedo (y pobreza) en la lucha contra Sendero.

La fama de los DECAS se extendió rápidamente, y varios pueblos de la Sierra solicitaron el envío de ‘Comandos’ DECAS para protegerlos. El caso quizá más importante fue el de la ciudad de Tambo, que prefirió una guarnición DECAS antes que de las Fuerzas de Seguridad.

Pese a lo cruel de los enfrentamientos, una de las características de los DECAS, que definió el comando de Antonio Cárdenas, fue la disposición a aceptar la rendición de los senderistas, a acoger a los refugiados. “Aquí empezamos con la política de arrepentidos” me dijo Cárdenas en una entrevista en 2008, en Pichiwillca, “siempre se respetaba a los que se rindieron… no se mató a nadie indefenso”.

La victoria de los Decas se logró a un precio que no solo fue alto en vidas. Los dejó exhaustos, empobrecidos y sin reconocimiento alguno del Estado o la sociedad.

Cuando el actual Sendero-VRAE empezó a resurgir, a partir del año dos mil y el dos mil uno, con un mensaje nuevo hacia los campesinos, de pedirles disculpas y prometerles que no serían atacados de nuevo, Cárdenas y varios otros antiguos dirigentes DECAS, advirtieron a sus paisanos contra lo que consideraron una estratagema senderista. Luego hicieron innumerables gestiones en Lima –generalmente a través de Cárdenas- para advertir sobre el peligro de un resurgimiento de Sendero.

La coordinación con las Fuerzas de Seguridad fue, de nuevo, aunque por otras razones, deficiente, y Cárdenas hubo de ver en sus últimos años, el nuevo robustecimiento del senderismo y la relativa indiferencia de algunos campesinos, que al no ser atacados por Sendero, ya no creían necesario movilizarse.

Ese no fue el caso de Cárdenas. En un debate con un líder senderista (probablemente Jorge Quispe Palomino) que se armó de improviso en el éter cuando ambos coincidieron en la trasmisión desde sus aparatos radiales, Cárdenas lo desafió a probar su nueva actitud ante el campesino, desmovilizándose y entregando sus armas. El senderista le pidió que se mantenga neutral, cosa que Cárdenas nunca hizo.

Al final, la vida dura de este gran dirigente popular, cuyas hazañas y el poder que logró jamás alteraron una modestia que bordeaba la timidez, cobró el precio de los grandes esfuerzos y las privaciones vividos. Afectado por una cirrosis hepática, Cárdenas llegó a Lima a tratarse de lo que ya era una dolencia incurable.

Ante la agonía del líder DECAS, el Estado se comportó bien. Acogió a Cárdenas en el Hospital Militar y lo rodeó del afecto y el honor que merecieron los grandes y heroicos servicios que hizo por su pueblo, y a través de ello, por todo el Perú.

Cárdenas a sido enterrado en Pichiwillca, con honores militares y, con la congoja y ansiedad de sus paisanos, que ven crecer al enemigo mientras se ausenta para siempre su talentoso líder y notable estratega campesino, que supo derrotar a Sendero en el momento más duro de la historia del Valle, pero que no tuvo la oportunidad de volver a hacerlo ahora.
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